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Dani Ponz aparece en la plaza de Anaya abrigado hasta las cejas. «Y eso que no hace tanto frío», balbucea entre las gafas, el abrigo y el cuello alto. Él es quien ha marcado el punto de encuentro y se explica: «Anaya me enamoró el primer día que la pisé. El tema de la Catedral, de la Facultad de Filología, de los árboles y de la luz tenúe. Es un sitio de paz. Vengo menos de las que debiera, soy muy de leer el periódico y aquí en estos bancos lo leo escuchando música. Aquí soy un turista más». Esa, precisamente, es la cara que queremos descubirir, la del entrenador del que todo el mundo habla, la faceta personal del técnico de moda en la Copa del Rey que en tres días reta al Barça de Xavi.
¿A esta plaza ya le tenía echado el ojo en aquella visita con sus hijas cuando vino, de verdad, como un turista?
—¡Sí! Antes de todo esto había venido a Salamanca porque soy una persona que me gusta la cultura y la historia. He visitado toda España y Salamanca no podía faltar. Me quedé hechizado y ese fue uno de los putos a favor para venir como entrenador. Ahora que la conozco bien estoy enamorado. Y no solo de la plaza sino también de la ciudad, y mira que soy un loco de Valencia, pero ya soy un defensor total de esta ciudad. Y también de la provincia, quetiene un potencial enorme y es una gran desconocida, me encantan Ciudad Rodrigo, La Alberca, la Peña de Francia, Candelario… Que no se conozcan estas cosas me resulta un desastre por las posibilidades que tiene. Es que de Salamanca ya me gusta hasta el carácter, al principio me chocaba la gente, porque en Valencia somos socarrones y aquí la gente es correcta y marca más las distancias.
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Marca las distancias hasta que se abre. Usted ha pasado de ser un desconocido a que le borren el nombre.
—Es comprensible, cuando llegué no me conocía nadie, es lógico, soy la gran apuesta de Toni García y Antonio Paz, ellos confiaron en una persona anónima jugándose la vida. No sé qué vería ellos, no lo puedo entender, no sé qué impacto les generé para que me dieran la oportunidad, el caso es que me la dieron y se lo agradezco enormemente porque en mi tierra nunca lo hicieron. Entiendo las dudas de entonces y a base de esfuerzo lo hemos disipado. Y, sí, ya saben quién soy.
Lo que no sabemos es por qué se hizo entrenador. Siempre habla del «barrozo». ¿Tanto se manchó de verdad?
—No quería ser entrenador, yo nunca quise ser entrenador, yo quería ser jugador; de hecho, en mis sueños por las noches me veo jugando al fútbol. Cuando lo dejé porque consideré que tenía que dejarlo, aunque más bien me dejó a mí, tengo un amigo que con 29 años me dice «podrías ser mi entrenador de porteros» vamos a hacer un equipo para subir a la Preferente. La idea era seguir enganchados al fútbol, pasárnoslo bien, hacer almuerzos… A mí eso me llama la atención. Desafortunadamente la enfermedad del padre de mi amigo, que finalmente le provocó su fallecimiento, me hizo tener que coger el equipo. Ahí empecé a ver que se me podría dar bien: estudié, copie a gente, me fui sacando los títulos, vi que podía tener madera y esa voluntad y preparación me trajo aquí. Todo esto me sigue pareciendo algo sorprendente porque empecé de entrenador de porteros.
¿Desde cuando dice que lleva entrenando sin querer serlo?
—Desde 2003. De verdad que nunca me planteé ser entrenador. Es verdad que todas las cosas que me planteo hacer, que sean tangibles, al final las saco porque tengo voluntad. Si en mi camino se hubiera cruzado el baloncesto o la pelota valenciana, habría acabado siendo entrenador, no a un alto nivel, pero sí a un nivel competitivo. Lo que hago me entrego al cien por cien. Tenía un presidente que me decía: si haces el amor igual que entrenas tiene que ser un espectáculo. Todo lo que hago lo hago a ese nivel, hay veces que te pasas de frenada, no todo lo haces bien, pero la voluntad y las ganas de hacer y la ilusión siempre la tengo.
¿Lo de ser profesor de Educación Física en Primaria también me va a decir que no fue vocacional?
—No, no. Toda la vida estuve en la escuela del Levante, cuando acabé, fue una frustración porque es el equipo de mi vida . Mi otra pasió era la de ser profesor y me enfoqué en ello. Desde entonces todo lo encaré a que si era lejos de estudiar era no voy a jugar. Por eso cuando uando hablo del barrazo es el barrazo, y el barrazo no es césped artificial, yo he entrenado en tierra, nos hemos pegado, hemos luchado, no le descubro nada que no le haya pasado al club que ha estado en la Provincial.
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Hábleme de su colegio, ¿cómo es?
—Mi colegio es el CEIP Pepita Greus d'Alginet y llego de casualidad en el año 1999, mi colegio es de pueblo, público, sin capacidad de selección, como tiene que ser, y sobre todo con gente con muchas necesidades. El primer impacto al llegar es grande porque yo venía de los Agustinos, fue un shock brutal descender al plantea tierra y encontramos con una cantidad de cosas que no mejoran la realidad y el primer año de mi vida en el colegio intenté escaparme, pedí destinos diferentes… Al final del año estaba enamorado de esa gente. Recuerdo pedir ropa, procurar una ducha para que los niños se bañaran, recuerdo hablar con la policía… Todo eso me enganchó como una droga y me hizo pelear a muerte durante 23 años. He sido el tío más feliz del mundo. Los quiero con locura, a todos, a mis compañeros como a mis alumnos, desde el más conflictivo, porque sabemos que tiene una razón social para serlo, y hasta el menos. Hemos peleado como un jabato por ellos. Por todos ellos me ayudaron a ver la realidad de la vida.
¿El Dani Ponz profesor es tan «pesado» como le describen sus jugadores?
—También. Soy muy pesado, pero a pesar de eso tengo una anécdota muy buena porque cuando llego al cole de vuelta tengo a todo el mundo enfadado… Uno puede ser muy pesado, pero el gran profesor y entrenador es el que hace sentir a sus jugadores y alumnos respetados, valorados y queridos. Yo no soy el que más sabe, pero si el que más los valora. Cuando hay que decirle las cosas claras y concisas se tienen que decir y eso te da la credibilidad. Eso es algo que aprecia todo el mundo al final. El demostrar aprecio es clave.
El fútbol y la Educación Física nunca se llevaron muy bien. En usted habrá sido diferente...
—El primer año que entré de profesor di fútbol y fue el último. Hice una unidad didáctica de diez sesiones y nunca más. Me parece odioso. Hasta en el patio del colegio, de hecho, lo quité. Está muy politizado y me generaba diferencias físicas y dificultades y problemas y no he dado en 23 años más que esa vez fútbol.
¿Sus alumnos que le dicen cuando ven que se va a enfrentar al Barça?
—Ellos han convivido conmigo el día a día en el fútbol, Alginet mira mucho a Alzira y siempre miraban cómo quedaba. Han sentido que su profesor era una persona muy competitiva, por eso no le ha sorprendido grandísimamente lo que nos ha pasado. Allí nos cargábamos al Levante, al Castellón, al Mestalla y por eso no les ha pillado super de improviso.
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Un último detalle sobre la escuela, usted tenía excendecia concedida para dos años. ¿Después qué va a pasar?
—No voy a tener que abandonar mi oposición, la excedencia mínima es dos años y el máximo no está escrito. Podía estar de excedencia hasta que quisiera, ha sido un buen triple, la volatilidad de este trabajo podía haber hecho que ahora no tuviera trabajo. Mi vida no está solucionada y aposté muy fuerte. Para la edad que tengo toda mi familia me empujaban a vivir esta experiencia: «Aportaremos si te quedas sin trabajo». Yo no me quería morir sin haber vivido la experiencia y este partido es la consagración.
¿El tatuaje que tiene de qué le viene, del fútbol, de la escuela o, siendo valenciano, por la ruta del Bacalao? ¿Tiene alguno más?
—El tatuaje que me ha visto todo el mundo son las rayas del tigre del Júcar, que así se llama al Alzira. Cuando conseguimos el ascenso me lo hice en conmemoración al club. Luego tengo los nombres de mis hijas en el tobillo, en un año en el que fallecieron Nacho, el hijo de un amigo, un niño del cole y la mejor amiga de mi hija en tres meses. El último de ellos nos pilló en Ibiza me golpeó durísimo, no dormí nada y me fui corriendo al primer tatuador que había abierto, para él sería un susto porque eran horas intempestivas. Fue un momento devastador.
Le pregunté antes por la ruta...
—No he sido rutero porque era muy disciplinado con el fútbol y la universidad, siempre que he podido me he escapado. La ruta es un movimiento social y una forma de entender la vida y siempre que he podido me escapé, que eran dos o tres veces al año. Me encanta esa música, la gente, de hecho, sigo yendo a rememebers. Es verdad que en los 90 se pervirtió, pero los 80 era una época muy pura y una manera de entender la vida muy buena.
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