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Jueves, 18 de abril de 2024 Lleno en los tendidos. Sol y calor.
GANADERÍA 6 toros de LA QUINTA, cuatreños todos, de preciosa lámina, y armónica presencia. Los dos últimos, los más serios. De gran nobleza, prontitud y calidad el 1º, Dorado de nombre, que fue premiado con la vuelta ruedo; noble, apagado y descastado el 2º; con temperamento el 3º; noble pero sin terminar de romper el 4º; desfondado el 5º; arduo y con peligro el 6º.
DIESTROS
EL CID AZUL MARINO Y ORO Estocada trasera y caída (oreja con petición de la segunda); y pinchazo, media estocada y dos descabellos (ovación con saludos).
DANIEL LUQUE BURDEOS Y AZABACHE Estocada trasera y descabello (ovación con saludos); y estocada y descabello (ovación)
EMILIO DE JUSTO CATAFALCO Y AZABACHE Estocada (oreja); y estocada (oreja tras aviso).
A la corrida de La Quinta le faltó emotividad, fiereza y casta. Desbordó nobleza; pero careció de vida. El único toro con peor intención fue el sexto, uno de los dos, con el quinto, de más dimensión de pitón en un armónico y ... torero encierro. Este sexto sacó dinamita con una fortaleza que empleó de forma intempestiva en los primeros compases. Violencia en una tarde de buenas intenciones y apagado fondo. Ese Bienvenido sexto se metía por dentro y se le coló con aviesa intención a Emilio de Justo dejando claro que no tenía nada. Pero De Justo, lejos de desesperar, porfió para firmar una faena de mérito y cortar una oreja de las que queman. Le atemperó y quitó las malas intenciones con una poderosa mano izquierda con la que limó la violencia incluso para terminar disfrutándola en una obra que tuvo en su largo metraje el único defecto que pudo jugar en su contra. Tampoco. Amarró el trofeo con una poderosa espada.
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Por la fijeza, el buen ritmo, la calidad y la nobleza exquisita, Dorado fue un toro excelente. No fue hasta la quinta tanda cuando El Cid se metió en serio con él, exigiéndole con la mano baja y alargando el metraje de la serie. De ahí en adelante, con el torero desatado y apasionado, lo cuajó sin contemplaciones en su mejor versión. Hasta entonces lo había gozado y medido por igual por ambos pitones desconfiando del fondo. La faena de El Cid fue creciendo: tuvo gusto, empaque, calidad y buen son. El toro, tanta nobleza y calidad que incluso le faltó transmisión y emotividad de bueno que era. La deficiente colocación de la espada redujo el premio a una oreja. Se enrocó el presidente que fue más espléndido con el toro premiándolo con el pañuelo azul, pese a salir suelto del caballo y faltarle humillar en la muleta. Fue más noble que bravo.
En esos dos capítulos, de fin y de principio, estuvo la clave de la tarde que en medio navegó sin sobresaltos inundado por la descafeinada condición de un encierro que parecía derretirse o apagarse por su falta de casta. Luque le puso más a Ibicenco de lo que tenía el de La Quinta, noble y apático con un comportamiento mortecino. Se lo inventó todo a puro huevo y pulso milimétrico. Mucho menos el dio el quinto que incluso se llegó a echar mediada la faena.
Otra oreja paseó De Justo del tercero, de menos valor. Se lanzó la faena con una emotiva serie por la derecha por donde el toro, el más basto y grandón, embistió con temperamento. El de Torrejoncillo lo cuajó sin apreturas. La música, que no calibró el mérito sordo de su actuación en el sexto, se lanzó aquí sin red. De aquella primitiva serie en adelante nada fue igual. Ni se mantuvo la intensidad, ni el toro se desplazó ni entregó igual por el izquierdo, ni al torero le salió el resto con aquella rotundidad. El palco desnortado tiró esta vez de benevolencia.
Hubo un capotazo mientras El Cid colocaba al toro al caballo en el que Jilguerito humilló de manera soñada, ralentizando la embestida a cero por hora. Como si se durmiera acometiendo. La Maestranza siseó de inmediato. Fue este toro la más bonita de las pinturas de La Quinta, por su fidelidad al encaste, por su armonía, por esos pitones engatillados tan bien puestos. Redondo reunido todo. Embistió al paso en la muleta, como si aquel sueño que se intuyó se convirtiera en modorra; sin romper pero sin que se perdiera la esperanza. El Cid se metió en cercanías y estuvo valiente y templado en una labor seca, seria, maciza y torera. De mérito.
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