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No busquen su nombre en los callejeros ni su foto en los libros de historia. Agapìto Escanilla, José Castelo Pacheco y José González Prieto dejaron su Salamanca natal muy jóvenes y en la efervescencia republicana de los años 30 se comprometieron con el Partido Comunista. El estallido de la Guerra Civil les llevó a asumir misiones en la retaguardia y fueron responsables, en una u otra medida, de centenares de ejecuciones extrajudiciales. Con las manos manchadas de sangre, lograron escapar de España y se refugiaron en la Unión Soviética. En unos tiempos en los que la discrecion y el anonimato eran el único pasaporte a la supervivencia, ellos vivieron para contarlo, pero prefirieron guardar silencio y no dejar muchas huellas.
El que sería en 1937 uno de los primeros concejales comunistas de Madrid y responsable de una de las ‘checas’ (centros de detención ilegal) más sangrientas de la guerra vino al mundo en 1907 en una familia de confiteros en Ciudad Rodrigo. Hijo de José y Victoria, ya desde niño mostró afición al teatro actuando en veladas organizadas por la Sociedad Mariana e incluso, con 18 años, pisó las tablas del Bretón en dos funciones, una de ellas organizada por la Federación Obrera y la Unión Ferroviaria por la fiesta del Primer de Mayo.
Estudió para delineante y logró un puesto en el Ayuntamiento de Madrid. Allí ingresó en el Sindicato de Dependientes Municipales de UGT y en 1934 entró en el Partido Comunista de España, donde fue adquiriendo responsabilidades internas hasta que en verano de 1936, Escanilla ya era secretario general del Radio Oeste del PCE ( barrio de Chamberí) y miembro del Comité Provincial del Partido en Madrid.
El levantamiento del 18 de julio puso en guardia inmediatamente a los comunistas madrileños. En esa misma semana (20 o 22 de julio, según las distintas fuentes) agentes del partido ocuparon el convento de las Salesas Nuevas, situado en la calle de San Bernardo 72, y lo convirtieron en centro de detencíón, una de las cerca de 300 “checas” que funcionaron en Madrid al inicio de la guerra.
En la checa de San Bernardo se ejecutó en la segunda mitad de 1936 a cerca de 9.000 personas, según testificó posteriormente un miembro del llamado “tribunal revolucionario”. Los sospechosos de apoyar la causa de la sublevación eran conducidos a los pisos altos, donde de día eran interrogados y frecuentemente torturados. Los informes que se conservan de las declaraciones de los procesados coinciden en señalar la crueldad de uno de ellos, conocido como “Popeye”, un estudiante de Derecho de 25 años que fumaba en cachimba y que era boxeador.
Por la noche, las brigadillas recogían en un vehículo a los prisioneros señalados y los trasladaban a lugares como la Ciudad Universitaria, la Casa de Campo, carretera de El Pardo, Puerta de Hierro o la pradera de San Isidro. Siempre la misma pantomima: el conductor detenía el vehículo simulando una avería, indicaba a los infortunados que esperasen a cierta distancia y allí mismo eran fusilados.
La planta baja de la checa servía de almacén donde se guardaban los bienes requisados a los detenidos. El metal aprovechable era trasladado a una sucursal situada en la Ronda de Atocha, la llamada Fundición Pasionaria, que era frecuentemente visitado por Dolores Ibárruri. Buena parte del oro que allí se fundió terminó en los barcos que partieron de Cartagena hacia la Unión Soviética.
En 1937 el gobernador civil de Madrid reconstituyó el Ayuntamiento incluyendo a representantes de los partidos republicanos y Agapìto Escanilla se convirtió en uno de los primeros concejales comunistas de la capital. Tras la entrada de las tropas de Franco y la huida del gobierno de Juan Negrin, Escanilla huyó de España el 8 de marzo de 1939 en un barco con destino al norte de Africa, como escala hacia Rusia. Tras un tiempo trabajando en la ciudad de Rostov, se estableció en la capital, donde se casó con una joven rusa profesora de hindi y llegó a ser locutor y redactor en Radio Moscú. Allí falleció de un ataque cardíaco en noviembre de 1970.
Otros hermanos Escanilla y correligionarios de Agapito no tuvieron tanta fortuna. Su hermano Celso, alcalde de Bogajo al inicio de la guerra, fue detenido y ejecutado en Salamanca en octubre de 1936. Carlos, que era pianista y participó activamente en la misma checa dirigiendo los interrogatorios, fue detenido en 1939, declaró todas sus responsabilidades pero sorprendentemente sería indultado años después. Por su parte, Nicolás, que había sido número 1 de su promoción de Magisterio en la Escuela Superior de Madrid, fue detenido y desterrado tras la guerra y terminó dando clases particulares en una academia.
La convulsa Barcelona de 1937, escenario de los enfrentamientos entre estalinistas y troskistas, tuvo entre sus protagonistas más tétricos a este misterioso salmantino, nacido en 1910. No hay foto ni constancia de ningún dato biográfico, salvo que era mecánico y que fue detenido varias veces, en una de ellas junto en 1934 junto a dos compañeros del partido, “activos elementos del partido comunista”, decía la nota de La Vanguardia.
En mayo de 1937, durante los disturbios que enfrentaron a los partidos de izquierda en Barcelona, Castelo integraba la comisión de Defensa creada por el PSUC para instruir a los trabajadores a en el manejo de la ametralladora, el fusil y las bombas de mano. El enemigo entonces era el POUM de Andreu Nin, partido que se había apartado de la linea estalinista y ya denunciaba la política de Moscú. Fue el principio de su fin. Los sucesos de 1937 fueron reflejados por George Orwell, testigo de primera fila, en su obra “Homenaje a Cataluña” y otras novelas y películas basadas en su relato.
Una orden de busca y captura contra Castelo dictada tras la guerra por la Jefatura Superior de Policía de Barcelona lo describía como “pistolero de acción que actuó como jefe de prisiones de la Pedrera”, en referencia a la Casa Milá, joya de la arquitectura que diseñó Antonio Gaudí y que en 1936 fue ocupada por los activistas de PSUC. Pero el cometido más macabro de Castelo no sería desvelado hasta muchos años después, cuando un responsable de los archivos de la KGB que desertó a Occidente, Vasili Mitrokhin, desveló en un libro en 1999 muchos de los detalles de las oscuras prácticas de los servicios internacionales del estalinismo. En julio de 1936 Moscú había enviado a Alexander Orlov a España como enlace del NKVD [la policía secreta soviética] con el Ministerio de Interior de la República española. Orlov sería el responsable de coordinar el envío de armas soviéticas a España y, a cambio, organizó como pago anticipado por esa “ayuda” el saqueo de casi todo el oro del Banco de España, que la historia consagró como el “oro de Moscú”. La otra misión de Orlov mientras estuvo en España —desertó en 1938— fue depurar a los troskistas, y entre los muchos desaparecidos estuvo el lider del POUM, Andreu Nin. Para eliminar las pruebas, un hombre de Orlov hizo construir en 1937, segun el testimonio del archivero de la KGB, un crematorio secreto, cuya vigilancia encomendó a José Castelo Pacheco. Se cree que pudo estar instalado en el hotel Colón de Barcelona, a donde las víctimas eran atraidas con engaños para ser eliminadas.
Poco se sabe de la huída de Pacheco. Al parecer salió del país con su primera mujer, una florista catalana llamada Agustina Esteban y llegó a Moscú, donde fue voluntario del Ejército Rojo y trabajó en las fabricas 221 y en la Boriets. Volvió a casarse con Asunción Alegría, una mecanógrafa murciana también exiliada, y falleció el 8 de agosto de 1967 sin haber revelado jamás su secreto. Dos años después ella regresó a España y en 1982, solicitó por carta ayuda económica al Gobierno soviético. Aunque al exagente de la NKVD no le correspondía este derecho, la URSS decidió pagar los servicios y la discreción del salmantino concediendo a su viuda el equivalente a 6.680 dólares estadounidenses.
Uno de los momentos más oscuros y posteriormente mitificados por el régimen en los inicios de la Guerra Civil fue el juicio y fusilamiento en noviembre de 1936 del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera. Fue precisamente un salmantino, José González Prieto, quien hizo cumplir la condena del fusilamiento, en su condición de jefe de la Policía y responsable del Comite de Orden Público de Alicante.
Nacido en 1892, González Prieto se trasladó desde muy joven a la capital mediterránea donde empezó a trabajar como agente comercial. Se afilió al PCE en 1925 y desempeñó un papel activo en el partido especialmente tras el advenimento de la República, como miembro del Comité Provincial y responsable de Propaganda. Iniciada la guerra, González Prieto aparece mencionado como miembro de la comisión de Defensa y Orden Público, se integró en la Policía y llegó a ser comisario. También fue colaborador del órgano local del PCE “Nuestra Bandera”.
Durante el juicio por conspiración y rebelión militar contra José Antonio [que tras haber sido detenido en marzo en Madrid fue trasladado en junio a Alicante], su hermano Miguel, su cuñada y dos carceleros, González Prieto fue citado a declarar en calidad de testigo de la defensa. Confirmada la sentencia por la Corte Suprema, el gobernador civil Francisco Valdés Casas intentó evitar la ejecución, pero el comité local de Orden Público que presidía González Prieto ordenó la ejecución para la mañana del dia 20. El resto ya es historia. La ejecución se llevó a cabo antes de que lo supiera el Gobierno, de forma descontrolada e indigna.
El salmantino mantuvo su intensa actividad política hasta que la guerra hizo la situación insostenible. Con las fuerzas de Franco a las puertas, González Prieto y otros dirigentes comunistas locales fueron detenidos. Con todas las autoridades en fuga y en una escena de película, su esposa Inés y y su hijo Mario convencieron al carcelero para que le pusiera en libertad, con lo que el 28 de marzo de 1939 logró embarcarse pasada la medianoche en el barco inglés Stanbrook, el último que salió de nuestras costas con 2.638 refugiados españoles rumbo a Orán.
No volvió a ver a su familia hasta 25 años después. Tras varios meses en un campo de refugiados en condiciones muy precarias, González Prieto logró llegar a Francia y después a la URSS donde fue teniente del Ejército Rojo en la Guerra Mundial. Vivió en Leningrado, Moscú, Sanki y Ktamatorsk, donde trabajó en una fábrica. Murió en Moscú, donde está enterrado, apenas tres meses después que Castelo, el 6 de diciembre de 1967. Hasta allí viajaron sus hijos, y con ellos estuvieron Dolores Ibárruri, Irene Falcón y otros compañeros de su padre en el exilio.
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