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En Salamanca, existen lugares que no se pueden describir. Con sentirlos, es suficiente. En ellos, los relojes se detienen, el ruido de fuera se diluye y el primer bocado te lleva directo a la cocina de tu abuela, a la mesa de tu casa y al abrazo que necesitabas. Así es el Café-Bar Caminito, un rincón ubicado en la Avenida de los Maristas que no solo ha ganado el premio a la Mejor Tortilla Popular en la II Ruta Este, concedido por la Asociación de Empresarios de Hostelería de Salamanca. También ha ganado el corazón de quienes entran por su puerta. Allí, la tortilla no solo se cocina: se recuerda, se honra y se celebra. Porque cada capa de patata y cada huevo es usado con la memoria viva de una infancia en el pueblo y con el aceite que chisporroteaba al lado de una abuela sabia que enseñó a cocinar con lo esencial: con amor, con verdad y con paciencia.
El Café-Bar Caminito no nació como un negocio cualquiera. Lo hizo como una herencia. Como esas recetas que se transmiten sin libros: solo con las manos. Con el alma. Es un legado familiar que ha pasado de generación en generación, sostenido por el trabajo de dos personas que un día decidieron convertir la cocina en una forma de amar.
Comenzaron hace diez años en un local pequeño, en la calle San Felices. «Al principio, fue difícil. Éramos nuevos. El barrio no nos conocía. Costó que confiaran en nosotros», recuerda Jorge, su propietario. Pero había algo que no fallaba: cada plato que salía de la cocina llevaba dentro un pedazo de historia, de esfuerzo y de ilusión. Y así, poco a poco, el bar fue creciendo. De hecho, lo hizo tanto que aquel local ya no bastaba. Se mudaron. Ahora, el nuevo espacio es el doble de grande, pero el 'corazón' sigue siendo el mismo.
La historia de su tortilla no está escrita en ningún recetario. Está grabada en la memoria del niño que creció en un pueblo donde cada noche se cenaba lo mismo: tortilla de patatas. Con huevos frescos, de las gallinas del corral; con aceite bueno; con cebolla que suelta agua y hace todo más jugoso y con ese silencio sereno de las cocinas rurales donde el tiempo no corre, sino que solo acompaña. «Nuestra receta: dos kilogramos de amor, 3 kilogramos de sinceridad, 4 kilogramos de paciencia, 2 litros de sonrisas, un puñado de abrazos y muchos besos» es la frase que resume la pasión de la que está impregnado el bar por el que tantos y tantos estudiantes pasan cada día.
«Yo aprendí allí. Mirando, ayudando, probando... Luego, la receta fue creciendo con nosotros. Ella cocina, yo pruebo. Yo puse el primer paso, ella le dio el alma», asegura Jorge, dueño del Café-Bar Caminito, a la hora de hacer alusión al secreto que se esconde detrás de su tortilla de patatas tan sabrosa, donde gran parte del mérito -por no decir que todo- lo tiene su cocinera.
Y así nació la tortilla alta, dorada, y tierna irresistible a cualquier paladar, ya que desde fuera enamora la vista y que, cuando se prueba, emociona. Una tortilla que lleva dos horas y media de trabajo. Sin atajos. Que no tiene secretos. Solo verdad.
Muchos de los que cruzan la puerta del Caminito vienen de lejos. De entre todos ellos, hay muchos estudiantes que llegan a Salamanca con la maleta llena de dudas y el estómago extrañando los sabores de casa. Y, como era de esperar, aquí encuentran más que comida. Encuentran consuelo. «Tenemos chavales que vienen desde 1º de carrera y se quedan con nosotros hasta que acaban el máster. Algunos, solo por quedarse, repiten», dicen con una sonrisa.
Y no vienen solos. A veces traen a sus padres, a sus hermanos... Porque este bar no se recomienda solo por el gusto. Se recomienda como se recomienda una canción que te recuerda a tu infancia. Se recomienda como se recomienda un refugio.
«El 80% de nuestros clientes son estudiantes. Les tratamos como a nuestros hijos. Les conocemos. Si se portan mal, incluso avisamos a los padres –bromean–. Pero, en el fondo, es que aquí hay familia. De verdad», recalca.
Pero llegar hasta aquí no ha sido fácil. La pandemia, las subidas de precios, los meses de incertidumbre... Pese a ello, en el Café Bar-Caminito, se ha sabido resistir. Jorge y su equipo han sostenido el precio, han sostenido la calidad y han sostenido la calidez. Porque entienden que en cada plato va algo más que comida. Va la dignidad del trabajo bien hecho, va el deseo de que nadie se sienta solo, de que todos encuentren un rincón donde ser escuchados.
Además de la tortilla, en el Café-Bar Caminito triunfan otras delicias caseras: el choripán, las hamburguesas y la chanfaina. Todo hecho con productos salmantinos, todo con raíces en la tierra, con orgullo charro. Porque aquí la identidad no es decorado. Es una forma de ser.
Cuando a Jorge se le pide definir el Café-Bar Caminito en tres palabras, lo dice sin dudar: «Tu segundo bar. Tu casa. Familia». Y no es un eslogan. Es una promesa. Una promesa que se cumple cada vez que alguien entra con hambre y sale con el corazón lleno. Cada vez que un estudiante solitario se sienta a la barra y se siente menos solo. Cada vez que alguien prueba la tortilla, cierra los ojos y, por un segundo, vuelve a ser niño. Y, en el centro de todo, una tortilla que no es solo comida, es recuerdo. Es cariño. Es hogar.
Porque hay platos que se olvidan al día siguiente y hay otros que se quedan contigo para siempre. Que te acompañan en los días buenos y en los días tristes. Que te recuerdan quién eres, de dónde vienes, quién te enseñó a querer. En el Café-Bar Caminito, no sirven solo tortilla de patatas. Sirven memoria. Sirven ternura. Sirven hogar.
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