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No ha amanecido aún cuando los vendedores del Mercado Central vuelven con sus furgonetas de hacer sus compras diarias en Mercasalamanca. Cuando para muchos ciudadanos aún están “poniendo las calles”, como reza el dicho popular, junto a la Plaza Mayor empieza a bullir una vieja construcción más que centenaria y que, pese a sus achaques y sucesivas restauraciones, se renueva cada día como templo de sabores, de olores y de vida.
Cerca de 150 personas, hombres y mujeres, aprendices y veteranos, trabajan a diario de lunes a sábado sirviendo a la clientela en los puestos de venta, ocupándose de la limpieza y gestionando en las dependencias administrativas del recinto. La hora oficial de apertura es las ocho de la mañana, pero los camiones y furgonetas ya ocupan las aceras mucho antes para descargar las cajas de pescado, las canales y piezas de pescado y los cajones de fruta que durante la mañana demandarán los clientes.
“Para mi lo más duro puede ser madrugar a las 5 y media para ir a Mercasalamanca. Pero voy a trabajar con alegría, hay que empezar el día bien”, dice Munir, que lleva 12 años en una frutería del Mercado. “Nosotros y los pescaderos madrugamos mucho. Al llegar del Merca hay que descargar y colocar todo, tardamos una hora o hora y cuarto, y a las 9 abrimos el puesto”.
El Mercado Central de Abastos de Salamanca se inauguró el 15 de abril de 1909, atendiendo a la necesidad en la época de concentrar y especializar el comercio. Tras once años de proyecto y ejecución, el arquitecto Joaquín Vargas Aguirre dirigió una obra que contó con un presupuesto de 429.298 pesetas. La construcción, de 44 por 40 metros y dos plantas sobre un solar de 2.030 metros cuadrados, se enmarcaba estilísticamente en la primera “Arquitectura del Hierro”.
Hasta 1982, durante el mandato de Jesús Málaga, el ya viejo edificio no fue objeto de la primera gran restauración. La última actuación para renovar el edificio del Mercado central se produjo hace cuatro años. En 2015, las instalaciones se cerraron durante cuatro meses para ejecutar una reforma estructural del edificio, que incluyó la impermeabilización del suelo, cambio de tuberías e instalación eléctrica, restauración de bóvedas, reforma de los servicios y arreglo de la fachada exterior. La inversión de 600.000 euros aportada por los propios empresarios incluyó finalmente la renovación de los puestos de venta. Queda pendiente para el futuro la reforma de la cubierta y una restauración a fondo de las fachadas exteriores.
Hoy el Mercado es un espacio agradable, convertido en punto de encuentro diario para una clientela más o menos habitual y con un cierto perfil definido por los nuevos hábitos de consumo. “Lo que más vienen son personas mayores de 45 o 50 años. Jóvenes hay menos, aunque si hay muchos estudiantes orientales”, cuenta Munir. Esta impresión sobre el perfil de edad de la clientela es compartida por Alberto y Adela, que regentan un puesto de encurtidos y bacalao. “Los sábados se nota un cambio, porque es cuando pueden venir al Mercado quienes no pueden hacerlo el resto de la semana por su horario laboral”, añade.
El sábado es el día de más actividad y el lunes —cuando no hay pescado— el más flojo. Rocío y Manu atienden una pescadería, un negocio familiar cuyo origen se remonta a cuatro décadas y por cuya gestión han pasado ya varias generaciones. Cada mañana, estos dos compañeros de trabajo reciben el pescado que traen del Merca y extienden el hielo, “ocho sacos, unos veinte kilos. En verano hace falta más”, apunta Manu. Una empresa suministra diariamente a los puestos del Mercado central el hielo que precisan los productos efímeros para su adecuada conservación. Una vez descargado el pescado, entre ambos colocan las piezas, luego ponen los precios, preparan el cambio y esperan la llegada de la clientela.
“Esto es el día a día. Diría que llevamos aquí casi toda la vida. Son ya 18 años aquí trabajando juntos, tenemos la misma edad y claro, hay gente que cree que somos matrimonio. Ya ni les decimos nada”, sonríe Rocío con una merluza en la mano en una mañana casi invernal y rodeada de hielo. “Pasamos mucho frío, sí. Por ejemplo, hoy llevo puestos tres polos, dos pantalones y dos pares de calcetines. Entre cliente y cliente, Rocío y Manu se quitan los guantes y se calientan en una pequeña estufa eléctrica colocada sobre un armario. “Es que cuando se te duermen las manos es cuando nos cortamos. Con el frío se pierde mucho la sensibilidad.”
Para los vendedores del Mercado Central, la relación diaria con la clientela resulta ser uno de los aspectos más gratificantes de su trabajo. “Aunque aquí pasemos frío, el trato con el público está bien. Es verdad que a veces hemos de poner buena cara aunque tengamos un mal día, pero está bien. Desde su experiencia junto a las frutas y verduras, Munir comparte esta visión. “Lo que más me gusta de mi trabajo es el trato con la gente. Conozco a todos mis clientes habituales por su nombre”. Alberto, en los encurtidos: corrobora: “Quienes vienen a un comercio de este tipo son gente encantadora. Por eso este trabajo a mi no me quema, saco bien el jornal y vengo a trabajar a gusto”
El Mercado Central cuenta actualmente con 54 puestos de alimentación, encurtidos y salazones, panaderías, aves, huevos y caza, frutas y verduras, pescados y mariscos, carnes, embutidos y jamones, gastrobares, casquerías y otros establecimientos de servicios. La planta alta, a la que se accede por la puerta principal frente a los Portales de San Antonio, tiene el mayor grado de ocupación, un 97%. En la planta baja, a la que se entra por el resto de puertas laterales, cuanta con 13 puestos de venta, mientras que en el exterior del edificio hay cinco tiendas.
Desde su frutería, Munir promociona las ventajas del Mercado. “Aquí vendemos calidad. En otros sitios pueden traer el género una vez a la semana, pero aquí todo es más fresco”. Alberto apunta otros factores en juego. “Estamos perdiendo la forma de cocinar, cada vez cocinamos peor. Cuantos más programas de televisión hay de cocina, menos idea tenemos. Es verdad: vas a los supermercados y ves todo el producto en bandejas, ultraprocesado, muy elaborado... Y claro, allí también es más cómodo. Está mucho mejor para aparcar”.
La peatonalización de la plaza del Mercado llevada a cabo por el Ayuntamiento en 2009 marcó una nueva etapa para los profesionales. Ya el período de obras en el entorno causó estragos en la caja de la mayor parte de puestos. Tras recoger testimonios de los afectados, LA GACETA estimaba en un 50% la caída de clientela debido a las dificultades de acceso. Diez años después. Alberto hace balance: “Desde entonces se notó la bajada muy brusca de la clientela que venía a comprar desde los pueblos y de barrios periféricos. No es lo mismo ir a un comercio del barrio a por una compra pequeña que venir al Mercado a por cinco kilos de patatas y tres de naranjas y luego ir hasta el barrio Garrido, cuando además se llevaron a Gran Vía algunas de las paradas de autobuses”.
El viejo Mercado Central busca nuevas fórmulas para retener a una clientela cada vez más atraída por los grandes espacios, la comodidad de acceso y la agresiva política de ofertas. La baza es la relación cercana con el cliente y el producto de calidad. Y ese “algo” que tiene el comercio tradicional y que atrapó un día a Alberto. “Este puesto de encurtidos y bacalao era ya de mis abuelos y venía al mercado desde pequeñito. Yo estudié Ingeniería Informática, y cuando acababa la carrera, el panorama laboral el año 2000 era desolador en plena crisis de las ‘punto com’. Así que para irme a Madrid a malvivir, y como esto me gustaba, me dije ‘mejor me quedo”.
En 2011, el Ayuntamiento de Salamanca rindió homenaje a los vendedores del mercado con tres esculturas de Gonzalo Coello, un carnicero, una verdulera y una turronera, que hoy decoran el exterior del recinto comercial. Algo especial debe de tener esta profesión tan entrañable.
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