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José Ángel Gómez, tras el mostrador de su ferretería. FOTOS Y VÍDEO: E. M.

Adiós al negocio del barrio que luchó contra un silencioso enemigo: «Lo montamos sin un duro, pero ahora quiero disfrutar un poco de la vida»

Tras casi cuatro décadas al frente de la Ferretería Josmi, José Ángel se despide del negocio que levantó desde cero junto a su mujer. «Me va a doler cerrar, pero ya es hora. Esto ha sido mi vida», asegura

Elena Martín

Salamanca

Domingo, 8 de junio 2025, 09:10

En una esquina discreta del barrio de Garrido, está a punto de apagarse un referente de toda una generación. La ferretería Josmi, fundada en el año 1987 por José Ángel Gómez y su esposa, Milagros Sánchez, cerrará sus puertas en los próximos meses si no aparece alguien dispuesto a continuar su legado. Y, con ese cierre, se irá mucho más que un negocio: se irá un pedazo del alma del barrio.

José Ángel recuerda bien cómo empezó todo: «Empezamos sin un duro, literalmente. Vinimos de Torrevieja. Vinimos sin nada. Montar una ferretería fue casi un acto de fe porque podíamos haber puesto un kiosco o cualquier otra cosa, pero se nos metió en la cabeza y tiramos para adelante. Yo tenía algo de idea de herramientas y, con eso, arrancamos. Fue muy duro. Fue muy, muy duro».

El primer local de la pareja abrió en la Plaza de Barcelona, donde estuvieron 17 años, antes de trasladarse a la actual ubicación, en la intersección de las calles Guerrilleros y Ovalle. Desde hace más de 25 años, Josmi —nombre que une a José y a Milagros, aunque también rinde homenaje a la madre de él— ha sido una tienda de referencia para quienes necesitaban desde una sartén hasta una arandela. Pero, sobre todo, para quienes valoraban la atención cercana, la honestidad y el consejo.

Imagen del cartel colgado en el escaparate de la ferretería, en el que José Ángel Gómez anuncia su jubilación.

«Yo me he dedicado al hogar. Mientras otras ferreterías tiraban más a la herramienta, nosotros vendíamos lo que faltaba en una cocina, en un hogar... Ese ha sido siempre nuestro sello: lo cotidiano, lo útil, lo cercano», explica José Ángel.

Y ese trato personalizado, esa manera de mirar a los ojos a quien entra, ha sido lo que ha hecho que varias generaciones hayan pasado por su mostrador. «Han venido familias enteras. He visto crecer a los hijos de mis clientes de toda la vida. Me conocen de todos los barrios e incluso de muchos pueblos. Esta tienda no es solo mía. Es de la gente».

Aun así, como tantos pequeños comercios, Josmi ha tenido que enfrentarse a un enemigo silencioso: al tiempo. Y no solo al tiempo cronológico, que empuja a José Ángel a una merecida jubilación a sus 65 años. También al tiempo social, ese que ha transformado los hábitos de consumo: «Ahora todo es Amazon, grandes superficies… La gente viene hasta aquí cuando ya no encuentran solución en ningún lado. Entonces, les saco del apuro. Pero el comercio pequeño se muere poco a poco».

«Antes, el cliente era fijo. Había afinidad. Ahora, la gente que viene es gente de paso. El comercio de barrio se ha convertido en algo residual, casi nostálgico. Cada día cierra uno y lo triste es que ya nadie quiere abrir».

Y esa es, quizá, la mayor pena. José Ángel asegura que el negocio sigue siendo viable, que tiene clientela, que se vende. Pero el traspaso no encuentra quien lo quiera. «No viene nadie. A la gente joven no le interesa. Hoy en día, quieren horarios de oficina, vacaciones, fines de semana... Y esto no lo permite. Esto es sacrificio. Esto es vivir para el negocio».

Y es que, tal y como asegura el dueño de Josmi, regentar un pequeño comercio es sacrificio, pero también recompensa. «Lo más gratificante es que hemos vivido bien. La familia ha salido adelante. No ha sido fácil, pero lo hemos logrado y eso me llena».

La ferretería se ha convertido en una especie de segunda casa para José Ángel. O primera. «Aquí he pasado más horas que en ningún otro sitio. La monté desde cero, con mis propias manos... Me va a doler cerrarla. Claro que sí. Mucho», añade.

Desde el fallecimiento de su mujer, la motivación para seguir ha ido menguando. «Ahora me toca intentar vivir. Disfrutar un poco. Pero esto me va a doler, porque lo he hecho yo. Cuando haces algo desde cero, se te queda muy dentro», reconoce.

Ahora, después de todos los años que ha pasado tras el mostrador de su tienda, si tuviera que dar un consejo a quien se plantee emprender hoy, lo tiene claro: «Que tire para adelante. Sin pensarlo mucho, porque, si lo piensas, no lo haces. Hay que arriesgar. Aunque ahora nadie quiera arriesgar».

Y es que Josmi no ha sido solo una ferretería. Ha sido una escuela de esfuerzo, un lugar de encuentro, una parte esencial del tejido humano de Garrido. Con su cierre, el barrio perderá más que una tienda: perderá un símbolo de lo que fue y de lo que aún podría ser. Quedan unos meses para que José Ángel baje su trapa por última vez. Tal vez aún haya alguien que quiera coger el testigo. Tal vez. Pero, si no lo hay, cuando Josmi cierre, quedará la certeza de que, durante 40 años, existió un lugar donde no solo se vendían herramientas, sino también confianza, humanidad y memoria.

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