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Una herida que no cura

Lunes, 28 de octubre 2019, 04:00

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Creo recordar que la muerte de Franco fue el primer acontecimiento que me llevó a sentarme delante de una máquina de escribir. Y menos mal ... que no tenía hora de cierre, porque tardé un buen rato en copiar con un tecleo infantil lento e inseguro aquel texto tan solemne que publicaba el diario local un 21 de noviembre. Se trataba del testamento político del tipo que había gobernado este país con mano de hierro y lo había leído el día anterior por televisión un demacrado y tembloroso Carlos Arias Navarro, a la sazón presidente del Gobierno o lo que fuera aquello. Lo hizo en la “primera cadena”, y tuvo tal seguimiento nacional que hoy rompería todos los audímetros. Hacía poco tiempo que en casa había entrado la primera máquina de escribir, una Olympia Traveller portátil, y el crío que yo era entonces decidió que el discurso póstumo de Franco parecía lo suficientemente importante como para estrenar el nuevo juguete familiar.

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