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Se trata de un Crucifijo gótico del siglo XIII, en madera, situado en la sala capitular del convento de las Agustinas recoletas, junto al antecoro, en un retablo barroco de madera dorada, del siglo XVIII, con columnas de estípites truncadas y adornadas, que soportan frontón de airosas curvas ramajeadas, en el que parece embutido como con calzador, sala que alberga los sepulcros de los Condes de Monterrey, fundadores del convento.

El fondo del cuerpo del retablo y del ático es un tablero tallado con bajorrelieves de caprichosos adornos fitomorfos que constituyen la hornacina del Cristo, que para Gómez Moreno es: “Un crucifijo del siglo XIII, bueno y bien conservado; tamaño natural”.

Presenta el Cristo cuerpo alargado con figura muy retorcida, cabeza pequeña inerte, más que caída hacia el hombro derecho, sin que se aprecie en ella corona de espinas (aunque a principios del siglo XX la tuviera), cara redondeada de expresión serena, ojos cerrados de redondeadas cejas finas, nariz grande y reducida barba de trazado geométrico, melena abundante de pelo lacio y sin gracia, caída hacia atrás, dejando se vea la oreja izquierda.

Brazos horizontales no muy rígidos, con las manos abiertas y los dedos juntos, pierna derecha sobre la izquierda, con el pie derecho clavado en postura forzadísima, presentando solamente tres clavos siguiendo las indicaciones de san Anselmo. Es el Cristo salmantino más antiguo que no presenta la característica de cuatro que corresponde a la época románica. El paño de pudor enorme, le cubre hasta las rodillas, cayendo más por detrás, con pliegues sencillos rígidos, lineales y de poca gracia, con nudo al frente.

La Cruz es de madera oscurecida, plana y de brazos anchos siendo el cabecero muy corto al igual que el resto, posiblemente para ajustarlo al espacio disponible en el retablo. La tablilla o titulus, con el rótulo sentenciador, es de forma romboidal apergaminada con volutas en los extremos y ocupando todo el cabecero.

Desconocemos su procedencia pues las Agustinas llegan a este monasterio en 1636. Pudiera haber recibido culto en el Hospital de san Bernardino, cuya portada se conservó al edificar el convento sobre el solar que ocupara este hospital, erigido en 1382 o bien en la ermita de san Roque, abogado contra la peste, que fue el primer lugar en que se establecieron las Agustinas a su llegada a la ciudad.

Antonio García Boiza nos dice: “Para ir al archivo había que pasar por el Capítulo, que llaman también De profundis, pequeña pieza que preside un Cristo muy antiguo, que lleva el extraño título del Papelón, que es donde entierran a las religiosas”.

Se desconoce el origen del nombre del Cristo pues no encaja su talla en madera con la que en siglos posteriores se efectuaba porque, la mayoría de las imágenes, se confeccionaban con cartón, paño de lino con la tela encolada y papelón.

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