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Reivindico el afecto y la alegría

Sábado, 28 de diciembre 2019, 04:00

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Estas fechas son propensas no sé si a la ternura o a la blandenguería. En todo caso, intentando ser correcto, me he dedicado al torpe tecleo en la pantallita -cada vez más chica-, con un corrector mas puñetero, que lo mismo sale un gracias que un gurruño, un feliz que un desliz. Era fácil cuando contestábamos a las pocas postales navideñas. Ahora cada guasap que recibes -y por Pascua todos hemos recibido cientos-, te hace reflexionar, quien lo manda, si es amigo o no tanto, delata sinceridad o quizás emplea una de las muchas fórmulas acuñadas para salir del paso. Sobre todo te preguntas, ¿cómo contestar, lacónico, expresivo, formulario, cariñoso..? Y de pronto caes en la tentación de creerte medio bueno y considerarte un tipo muy querido. Pues no. Eres el mismo de ayer y mañana regresarás a tus miserias y tirrias. Bueno, también afectos. Los remitentes retomarán su cliché sobre tu personalidad, o sea, que serás menos bueno y menos querido. Y tú, ¿puedes prometer a los lectores -nunca sabrás cuántos-, que vas a ser mas indulgente, o que vas a dar más caña? Pues tampoco. Sería como una inocentada.

Estos días son sencillamente un paréntesis, una tregua en el combate, en que el corazón se encoge con la cercanía familiar, los nietos enredando, el gesto amistoso de quien parecía distante, la felicitación generosa de aquel que ofendiste y parece haberte perdonado, quién sabe. Y sobre todo, la presencia del Intruso, de ese bendito Niño que se ha colado por las paredes del hogar y lo preside sonriente. Entonces la yema temblorosa del dedo índice -yo ni una más-, queda en suspenso, sin pulsar letra alguna, la mente en blanco, indeciso, sin atreverte a escribir un buen deseo, o que estás arrepentido de aquel agravio, o que ya nada te duele. Creo que fue Campmany quien dijo que en esta selva que es la vida, nos herimos unos a otros, andamos a “empellones y dentelladas”. Pero tantos mensajes al móvil en días propicios a la sensiblería, te fuerzan inevitablemente a recordar toda una vida, negándote a escribir -porque te crees un redactor apañadito-, palabras gastadas, sobadas, para teclear verdades, elogios y hasta frases cariñosas.

Leo en la mismísima Nochebuena la entrevista con una profesora de neurociencia, con nombre de moto japonesa, que las emociones fortalecen la creación de recuerdos y que es muy importante decir de vez en cuando un “te quiero”. Wendy Suzuki no puede referirse al de despedida de la inolvidable canción de Nino Bravo, cuando dejó su tierra y sus campos: “al partir un beso y una flor adiós, un te quiero, una caricia y un adiós”. Se trata de proclamarlo con frecuencia, sin irse a parte ninguna. ¡Y qué tarde hemos empezado los de mi generación a decir te quiero!, que hasta nos daba vergüenza declararnos a la novia de turno. Constato ahora, demasiado tarde, que mis padres, tan ejemplares, “uno en pos del otro del hogar salieron”, sin un solo te quiero escueto, limpio, filial... del imbécil de su hijo, éste que lo es. Imperdonable, irremediable. Y sin embargo, me dieron tanto, los quería tanto... ¡pero no se lo dije nunca! Me queda esa pesadumbre. Ustedes están a tiempo.

En mi última cornada he recibido tanto del prójimo, tan conmovedor, que la tarde esperando al Niño Dios me animé a contestar felicitaciones con cariño, puntualmente sinceras. Los remordimientos se desvanecieron unas horas, que mi gastado corazón, tan hecho a las aflicciones -y los quereres-, agradeció mansamente. Y celebré a Benítez Carrasco: “Al toro de la pena, dale un mantazo; al toro de la envidia, tres capotazos./Y al toro de la lágrima, dale con prisa/la larga afarolada de tu sonrisa”. ¡Torero! Me quedé tan a gusto. Con perdón, como Dios.

La amiga Carmiña también reivindicó literariamente el contento. “Mi ración de alegría”, escribió. Esa que llevamos todos en la mochila, aunque a veces la nublemos estúpidamente, o la encubramos con abatimientos pasajeros. Pero es rebelde, de vez en cuando brota, retoña espontánea, para hacer soportable nuestra vida... y la vida de los demás: “Defiendo la alegría/la precaria, amenazada,/difícil alegría,/al raso, limpia, en cueros...”. ¡Qué grande Martín Gaite! Atrapen ustedes su porción de alegría, aunque crean que está lejos, desnuda y desvalida. Espera. ¡Que no se les escape! Deberíamos penetrar en el nuevo año dejando las dentelladas para el pavo y el turrón; con una sonrisa en la boca; y, sin tanta demora, ni vergüenza, con un te quiero. Mejor aún: “¡Os quiero, coño!”, dirigido a los próximos. Lo mismo es hasta verdad.

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