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Prisión permanente revisable

Martes, 10 de septiembre 2019, 05:00

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Sale Ana Julia Quezada en el juicio por el niño Gabriel y a todos y se nos ponen los pelos como escarpias. Se quita la chaqueta oscura y se queda vestida de blanco de arriba abajo, impoluta, y con la melena alisada y perfecta, y aún nos encogemos más. Está muy favorecida. Se ha arreglado para la ocasión, como es natural. No parece la malvada del cuento. Y a los malos que no lo parecen, siempre se les teme más. Es de suponer que habrá escogido el vestuario, peinado e imagen en general, con la premeditación que ahora se discute respecto al crimen que ella misma confesó. Pero está claro que ni su grato aspecto de mujer normal logrará que los espectadores podamos verla sin recordar la angustia de los padres del pequeño, durante esos doce durísimos días de búsqueda, buena parte de los cuales tuvieron que compartirlos con la propia Ana Julia, ya sabiendo que ella era la principal sospechosa de la desaparición de su hijo. Además del asesinato del chaval, a Ana Julia se le acusa de lesiones psíquicas a los padres. Y a todos nos duele pensar en lo que tuvo que pasar esa pareja mientras disimulaba al lado de la que era la más que probable asesina de su niño, y lo que estará pasando ahora mismo mientras se analizan todos los detalles. Si a alguien le quedaba algún resto de compasión por esta mujer, es muy probable que se le haya desvanecido, tras conocerse que “el pescaíto” estuvo agonizando entre cuarenta y cinco y noventa minutos por contusiones diversas, antes de que, su asesina confesa, presuntamente lo asfixiara antes de enterrarlo. Eso es lo que se cree que pasó, o al menos, lo que ha afirmado el abogado de la defensa que ocurrió, mientras Ana Julia negaba con la cabeza y limpiaba sus gruesas lágrimas, ya imposibles de creer tras aquellas otras vertidas durante casi dos semanas de incertidumbre. Frente a la petición de prisión permanente revisable, por un crimen supuestamente preparado y alevoso, con móvil económico y también de interés personal –el de una mujer que no se llevaba bien con el hijo de su pareja y a la que esta le dedicaba mucha atención-, la defensa se empeña en demostrar que los acontecimientos fueron producto de la casualidad, de un fatal error que jamás fue planeado. Aún quedan muchos días de juicio hasta el próximo 18 de septiembre, pero es fácil barruntar que, si no cambian mucho las cosas y se descubren otras que aún no conocemos, la acusada pueda ser la primera mujer condenada en España a la pena más dura de cuantas hay en nuestro país. Mucho menos dura, eso sí, que la muerte de un hijo.

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