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En estos tiempos de confinamiento, donde las reflexiones emergen a borbotones, algunas declaraciones dolorosas que encuentro en las redes me llevan a preguntarme qué habría sucedido si este virus que nos tiene acogotados hubiera sido mortal no con los mayores, sino con los niños. ¿Se han preguntado qué pasaría entonces con todos aquellos que se saltan las prohibiciones? ¿Con quienes se escapan de una comunidad a otra pese a las posibles multas? ¿Con los que ponen la excusa del perro para salir a la calle una y mil veces? Si fueran los ancianos los que pudieran expandir el virus y los niños los que estuvieran en peligro, los mayores estarían casi detenidos y nadie consentiría que presidentes o vicepresidentes se saltaran las cuarentenas. Las calles estarían mucho más limpias, porque los seres humanos protegerían a su tesoro más preciado, su futuro, sin que se lo tuvieran que reclamar una y mil veces... Pero son los viejos los más amenazados. Y miramos las noticias con cierta tranquilidad, sabiendo que son ellos los que mueren, por edad, porque tenían enfermedades previas o porque tenían el sistema inmune desgastado. Al fin y al cabo, ellos han vivido mucho y si se van... de alguna manera parece que les toca, para que los otros, que nos preocupan mucho más, puedan vivir. La historia de la humanidad recordará esta guerra como la de la ignominia, la que se llevaba a los mayores sin compasión, tras haberles privado del contacto con sus seres queridos. La que los tuvo aislados y solos y les alejó del cariño y las despedidas, como castigo a tener una edad y una fragilidad. Mientras van pasando estos días iguales, donde la enfermedad es la misma para todos, pero distinta según la fecha de nacimiento, no puedo dejar de pensar en cómo, en este siglo XXI, donde más que nunca los hombres y las mujeres de las sociedades más desarrolladas se obsesionan con la eterna juventud, un virus implacable determina que, poco a poco los de mediana edad, pasen a primera línea de trinchera. Porque no nos confundamos: si nuestros mayores no están, los mayores somos nosotros. Ocuparemos su lugar en cuanto a tiempo vivido y nadie se interesará por lo que sabemos o lo que dimos. Solo por lo que sobramos... Maldita sociedad que parece quedarse tranquila si el ángel exterminador fija sus objetivos en nuestros mayores. Como si eso fuera un alivio, en vez de ser una dolorosa vergüenza.

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