Los cuatro corceles de Cardedal
Miércoles, 29 de enero 2020, 04:00
Mi maestro y amigo Olegario González de Cardedal se prodiga poco, pero cuando firma una tercera de ABC, en ese castellano terso, luminoso, mamado en ... Ávila y cultivado en Salamanca, como la reciente titulada “Difícil libertad”, debe leerse, rumiarse y guardarse. Sostiene el gran pensador que la libertad “es como el auriga que subido en su cuadriga marcha hacia la meta. Cuatro son los caballos que tienen que tirar de nuestra vida para que el carro de la libertad avance: verdad, justicia, solidaridad y Dios”.
¿Cuál es el más importante de esos corceles? He visto muchas veces “Ben-Hur”, y su histórica carrera de cuadrigas. Recuerdo bien los cuatro formidables ejemplares blancos. El árabe propietario de los que el príncipe judío conducirá al triunfo sobre el romano Mesala – el “malo” que gobierna los cuatro caballos negros -, afirma que a los hijos y potros “les ponemos nombres de estrellas, los más bellos para los seres más queridos”. Los acaricia, susurra, llama hijos, bautizando la constelación con los nombres estelares de Aldebarán, Rigel, Altair, y aquel “tu firme, Antares”, el más lento y resistente, pero con el nombre de la estrella más hermosa del cielo.
¿Recuerdan ustedes los del Apocalipsis, blanco, rojo, negro y amarillo? Según los exégetas son alegoría de la conquista, la guerra, el hambre y la muerte. Solo el blanco - como los que condujo Ben-Hur -, tiene algún significado positivo, de pureza del primer cristianismo, junto al poder ofensivo del Evangelio sobre los pueblos lejanos, por la flecha del arquero que lo cabalga. Hoy los otros tres – guerras civiles, hambruna venezolana, coronavirus chino incipiente...-, se enseñorean de buena parte del mundo. En los herbazales de nuestra patria pacen corceles con forma de automóviles, aviones o helicópteros, que, cabalgados por un auriga insensato, pueden provocar graves calamidades. Y no me acusen de apocalíptico.
Según Olegario, el corcel principal de la cuadriga es “la referencia a la trascendencia sagrada que nos funda, a Dios. Sin Él, el hombre no encuentra techo de cobijo y suelo de sostén últimos para su libertad infinita”. Cierto. En esa cuadriga del Primer Premio Ratzinger - “Nobel” de Teología -, se conformaría uno con ser el esclavo que portaba la corona de laurel. ¡Ah!, “la libertad, Sancho” ...
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