La verdadera patria
Lunes, 19 de septiembre 2022, 05:00
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Lunes, 19 de septiembre 2022, 05:00
El otro día se viralizaba -a nivel local, no creáis que tuvo mucha más repercusión- una publicación en Instagram que se titulaba “¡Que vuelva la Salamanca de antes!”. La cuenta en la que se podía leer el post es un perfil que a cualquier persona ... que haya estudiado en Salamanca durante la última década le será familiar. Esta cuenta, gestionada por personas invisibles que si hablasen temblarían los cimientos de la catedral con mayor intensidad que en el terremoto de Lisboa, se dedica a compartir de forma totalmente anónima mensajes de sus seguidores. Que si que guapo es el chico rubio con acento gallego de Derecho; que si la canaria del bar de la otra noche; que si he perdido las llaves; que si los apuntes de no sé qué asignatura... Un variado de las cosas banales que importan durante la etapa universitaria.
Como decía, en la citada publicación se pedía que volviese la Salamanca de antes. Por fortuna, no la Salamanca del medallón de Franco en la Plaza Mayor. Ni la de Los Bandos. Ni la de Fray Luis de León. Ni la vetona. No. La Salamanca que se añora es aquella en la que había barras libres a 5.
Una Salamanca en la que no había que hacer cola en los garitos, donde podías entrar y salir de cualquier local y cambiarte al de al lado y volver al mismo sin tener que pagar entrada. En definitiva, la fiesta de la Salamanca universitaria que ha cautivado a tantísima gente.
En un primer momento, cuando vi la publicación, no pude estar más de acuerdo. Es cierto que, entre la pandemia, las mudanzas y la edad, me he quedado descolgado de la noche charra.
Sobre todo, porque he preferido ir a ver a Mingo a su Corral del Abuelo. Pero sí que es cierto que las últimas veces noté que esa no era la Salamanca que tanto había disfrutado. Aún más desde que Varillas pasó a ser “la calle del reguetón”.
Pero claro, reflexionando en frío vi el trasfondo de aquello. Y aunque no he dejado de estar de acuerdo con que el cambio en el ocio nocturno supone la pérdida de la esencia de aquellas noches épicas, me produce bastante tristeza que mi pensamiento primitivo fuese este.
No descubro nada nuevo si hablo en estas líneas del monopolio existente en la noche salmantina. Vayan por descontado los sueldos de miseria de sus trabajadores. Y para variar, con esto se descubre el pastel de los monopolios: solo uno decide y únicamente para su bien. Salvo que sea un poder público, que en ese caso ya habrá toda una estructura que se encargue de garantizar el interés general.
Y aunque haya de tenerse en cuenta, este no es el punto. La cuestión radica en el lamento de una generación que se preocupa por conseguir la mayor cantidad de alcohol barato posible. Y aunque lícito, merece una reflexión sosegada.
Pero ¿qué podemos esperar de una sociedad donde nuestra felicidad durante la pandemia dependía de si abrían los bares o no? ¿Dónde considerábamos que había medidas covid en función de si podíamos sentarnos en una terraza a 5 grados?
Y con estas líneas, seguro que el hostelero ofendidito está rabiando. ¡Como si los negocios de fruta, fotografía o venta de pinturas plásticas no hubiesen notado la pandemia!
Y con ellos no se hicieron las mismas excepciones que con las terrazas. Porque si algo ha cambiado el ocio del bar en los últimos tiempos es que ahora, más que nunca, somos el país de las terrazas.
Da igual donde se pongan, todo queda justificado. Aunque tengas que caminar por el asfalto porque no hay sitio suficiente en la acera. Aunque ocupen un tercio de la plaza más bonita de España. Porque si algo nos caracteriza como patria, son el alcohol barato y las terrazas.
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