Ena, la reina más charra
La reina Victoria Eugenia de Battenberg quedó impresionada por el traje regional salmantino durante la visita que realizó a Salamanca y Alba de Tormes en octubre de 1922
Una serie de televisión en La 1 de TVE, «Ena» y una exposición en la Galería de las Colecciones reales de Madrid invitan ... estos días a profundizar en la figura de de la reina Victoria Eugenia de Battenberg, esposa del rey Alfonso XIII. Aspectos poco conocidos de su biografía y su personalidad salen a la luz , y entre ellos, el vínculo que estableció con Salamanca al convertirse en la primera reina inmortalizada en una fotografía vistiendo un traje charro. La historia de esa icónica foto comenzó en el viaje real que los reyes hicieron a Salamanca y Alba de Tormes el 6 y 7 de octubre de 1922.
Un avión y una botella de champán protagonizaron el primer vinculo trascendente de la reina Victoria Eugenia con Salamanca. El escenario fue el campo de aviación de Cuatro Vientos. Era el 30 de septiembre de 1921 cuando las autoridades salmantinos entregaban al Ejército los dos aviones Havilland para las fuerzas en Marruecos costeados en apenas mes y medio los salmantinos, impulsados por una campaña de recogida de fondos que lideró LA GACETA. La masacre ocurrida apenas dos meses antes en el desastre de Annual, con cerca de 12.000 muertos, había abierto en carne viva la sensibilidad nacional con la guerra. Los reyes hicieron acto de presencia en el acto y la reina y la infanta Isabel amadrinaron las aeronaves «Salamanca 1»y «Salamanca 2».
En junio de 1922 tuvo lugar el recordado viaje de Alfonso XIII a las Hurdes, donde conoció el corazón más descarnado de la pobreza rural. El monarca pernoctó en el monasterio de las Batuecas y de regreso a Salamanca se detuvo en La Alberca y Béjar. En aquel viaje no le acompaño la reina, pero sí lo haría apenas unos meses después, cuando la pareja real visitó oficialmente Salamanca y Alba de Tormes en dos intensas jornadas con motivo del centenario de la canonización de Santa Teresa de Jesús.
Las crónicas de LA GACETA y El Adelanto y las fotografías de Venancio Gombau y Ansede y Juanes dieron detallada cuenta de dos jornadas de protocolo intensísimo en los que los salmantinos y sus instituciones, como buenos vasallos, se rindieron a la real pareja. A las diez menos cuarto en punto del 6 de octubre entraba el tren real en la estación de Salamanca al son de la Marcha Real. El reportero anotó que «vestía el Rey uniforme de capitán general y su majestad la Reina elegantísimo traje crespón negro y sombrero del mismo color».
La reina no fue excepción en el rol secundario que la sociedad de la época otorgaba a las mujeres. Mientras Alfonso XIII era agasajado por las autoridades, encabezadas por el gobernador civil, Agustín Van Baubergen, el alcalde Federico Anaya, el presidente de la Diputación, y el obispo Julian de Diego y Alcolea, Victoria Eugenia saludaba a las integrantes de la Comisión de Señoras, una representación de las damas de la alta sociedad, que la recibieron vestidas de charras.
La presidenta de la Junta del Centenario ofreció a la reina Victoria la medalla de oro y lazo del Centenario de Santa Teresa de Jesús, que la primera dama no dudó en lucir en el pecho toda la jornada.
Los monarcas fueron llevados a un Te Deum a la Catedral y más tarde a un solemne acto en el Paraninfo de la Universidad. Tras la recepción en la Casa Consistorial, la frenética agenda real siguió con la asistencia a una corrida de toros a la escasamente taurina hora de las tres y cuarto.
Obviamente, no había tiempo para que sus majestades presenciasen toda la corrida y, tras el descabello del cuarto toro, sus majestades abandonaron la Glorieta al son de la Marcha Real. La agenda marcaba una express a la ciudad monumental, que comenzó en el Colegio de los Irlandeses. Se dijo que allí la reina conectó de cierta manera con sus recuerdos de infancia ya que la monarca nació en 1883 en el castillo de Balmoral (Aberdeenshire, Escocia) propiedad de la Familia real británica. LA GACETA contó que doña Victoria Eugenia se recreó «largo rato» en la contemplación de «la hermosa perspectiva que ofrecía Salamanca desde el balcón de la biblioteca», algo que «le agradó sobremanera».
Al salir, grupo de niños ofrecieron flores a la reina, que agradeció el detalle con un gesto cariñoso. Seguidamente, los reyes y las autoridades siguieron su camino por la Purísima, palacio de Monterrey, la Clerecía y la Casa de las Conchas. En todas partes el entusiasmo popular fue desbordante y las menciones a la reina no van más allá de los saludos y sonrisas con los que correspondía a los vítores populares. En un momento en la comitiva pasaba por delante de su sede de la calle Zamora, la dama recibió un ramo de flores de un grupo de trabajadores de la oficina de Telégrafos, a quienes permitieron besar las reales manos,
Tras un «lunch» ofrecido a sus majestades en el Novelty, atardecía cuando los reyes presenciaron desde el balcón del Ayuntamiento la procesión de Santa Teresa, antes de que, en un prodigio técnico de la época, se activase la nueva iluminación nocturna de la Plaza Mayor, por entonces con jardines y templete en el centro, que despertó los «oooh» de rigor . Con ocasión de la visita real, también se instaló iluminación especial en las fachadas del Casino, el palacio Episcopal, la casa de banquero Matías Blanco Cobaleda y el Banco del Oeste, en la plaza de los Bandos.
La intensa agenda real pasó factura a la reina Victoria Eugenia, que logró eludir la recepción prevista en La Salina por las corporaciones de Salamanca y Zamora y se retiró a descansar a Palacio Episcopal, residencia de los reyes durante su visita a Salamanca.Para la reina se había reservado una zona que comprendía un despacho, una habitación y un cuarto de baño. Pero su agenda no había terminado. La crónica no refleja cuánto le apetecía volver a ponerse los tacones, pero tuvo que hacer un último acto de servicio a la Corona asistiendo con su esposo a una gala en el Teatro Bretón.
Segunda jornada
La segunda jornada de los reyes en Salamanca se inició con una misa pontifical en la Catedral. Los monarcas llegaron bajo palio y fue oficiadas por el arzobispo de Valladolid. Al finalizar la solemne eucaristía, Alfonso y Victoria Eugenia disfrutaron de un particular «Ieronimus» visitando las Catedrales con todos sus secretos. La reina dio un susto al tropezar con una losa que sobresalía, pero tras ser asistida por el gobernador civil, que también era médico, la visita siguió sin problemas.
Ala una la pareja real se repartió el trabajo. Mientras el rey asistía a la colocación de la primera piedra de los nuevos cuarteles, la reina visitó la Posta Sanitaria de la Cruz Roja, donde se atendía a los heridos en campaña. En compañia del gobernador civil y de una representación de la aristocracia local, «Ena» charló con los heridos, se interesó por sus circunstancias personas y departió con las enfermeras, algunas de las cuales vestían con el típico traje charro.
La segunda jornada de la pareja real continuó con agenda apretada. En su residencia del Palacio Episcopal, la reina recibió a una comisión de obreros de distintos oficios, que le obsequiaron con un ramo de flores después de intercambiar impresiones. Seguidamente, bajaron al Asilo de la Vega para visitar una exposición de ganado y productos industriales. Allí el Sindicato Católico de Obreras obsequió a Ena con una pareja de muñecas vestidas de charras. La jornada concluyó con una función artística organizada por los estudiantes católicos en el Liceo, quienes le regalaron una bella caja de bronce llena de bombones con una reproducción de un cuadro de Wateau.
A la mañana siguiente, una multitud acompañó a los coches reales en su salida haca Alba. La reina lucía un elegante sombrero donado por la modista Berta Souces, que en lugar de cinta lucía un bordado igual que el dengue charro. Según contó LA GACETA, al despedirse del alcalde se señaló el sombrero y dijo: «Yo ya me voy haciendo charra. Vea usted». La monarca tuvo oportunidad de lucirlo durante los actos organizados para investir doctora Honoris Causa a la Santa Andariega.
Cuando los reyes 'dejaron mudos' a los padres de la saga Ozores en el Teatro Bretón
Era la noche del 6 de octubre de 1922. Los reyes de España vivían una maratoniana jornada protocolaria en su visita a Salamanca y les tocaba afrontar el último acto. El protocolo organizado les había reservado la asistencia a una función teatral en el Bretón. La prensa anunciaba para las diez y media de la noche una «Gran función de gala en honor y con asistencia de SS.MM. Los Reyes».
En el programa, tres estrenos: «Por la ventana», vodevil en un acto; » el sainete «El legionario madrileño» y la zarzuela «La alsaciana». Eran las once menos veinte cuando los reyes hacían su ostentosa entrada en el engalanado palco al son del himno nacional, interrumpiendo la función que protagonizaba la compañía de Luisa Puchol y Mariano Ozores, los padres de los actores Antonio y José Luis Ozores y del director y guionista Mariano Ozores. Los actores se sumaron a los aplausos generales antes de reanudar la escena. A su término, los monarcas se despidieron entre vítores del público y se dirigieron a sus aposentos reales.
Del reto del estudiante a la foto
El grupo de mujeres salmantinas ataviadas con el traje charro debió de impactar a esta reina de origen británico que llevaba casi veinte años esforzándose por conocer las tradiciones españolas. Victoria Eugenia, conocida por su familia cercana como Ena (que era en realidad su cuarto nombre de pila, tras Julia) quedó encantada por la belleza del vestido y pidió detalles sobre su confección. De hecho la monarca invitó a las féminas a la visita que realizó al día siguiente a la posta sanitaria.
La chispa surgió en la gala organizada por los estudiantes en el Liceo», cuando Luis García Blanco recitó unos versos del poeta Mariano Arenillas con un reto para Su Majestad: « …. Y ahora que este gozo habemos / de tener la güena estrella / de que entre charros sus vemos, / una gracia pediremos, / y es que nuestra Reina bella, / soberana esplendorosa / de charra se retratase / -¿pa qué dicir otra cosa? - / que iba a estar, si s´animase, / y a poder ser más hermosa…».
La reina respondió comprometiéndose con el alcalde a vestirse de charra y a hacerse la foto como recuerdo de la visita. A su vez, Federico Anaya prometió regalarle el traje y colocar el retrato en la Casa Consistorial. Y así fue.
En la suscripción popular que se abrió, los salmantinos donaron 18 horquillas de oro, unos pendientes de oro y aljófar, una cruz de oro y aljófar, un collar de oro con perlas, un collar de oro y cruz de filigrana, un galápago de oro, dos collares de oro, una cruz de oro y diamantes, un alfiler de oro y aljófar, un abanico de baraja de filigrana y una sortija de oro y diamantes.
La familia de don Luis Maldonado Ocampo facilitó la base para confección del traje. El bajo de la falda se hizo con la técnica del picado a tijera. Se empleó terciopelo de color negro y tejido de seda labrada regalo de la Diputación salmantina. De la confección se encargó inicialmente un sastre de Carrascal del Obispo, pero falleció y lo acabaron las Madres Adoratrices de la ciudad de Salamanca.
Así lo estableció la etnógrafa Rosa Lorenzo, corrigiendo el dato que se manejaba de que había sido las Hijas de la Caridad del Hospital de Santa Ana de Macotera.
Una delegación salmantina se desplazó a Madrid para cumplir su promesa y entregó a la reina dos trajes de charra. Ella hizo lo propio, lo vistió y se fotografió con él en 1923. En 1925, la Casa Real donó las piezas para la Exposición del Traje Regional de 1925. Hoy se conservan en el Museo del Traje de Madrid.
¿Ya estás registrado/a? Inicia sesión