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El salmantino Jorge Diego, en los laboratorios del Broad Institute.
ENTREVISTA A JORGE DIEGO MARTÍN RUFINO

«Queremos diseñar un trasplante de médula sin toxicidad y que se haga fuera de los hospitales»

Sus investigaciones han permitido identificar nuevas terapias para enfermedades hematológicas graves. «Muchas enfermedades autoinmunes y genéticas podrían beneficiarse», mencionó el pediatra

Javier Hernández

Salamanca

Domingo, 7 de diciembre 2025, 07:44

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Formado en Salamanca, emigró a Estados Unidos para realizar su doctorado y en enero de 2026 comenzará a dirigir su propio laboratorio en el Instituto Broad del MIT (Massachusetts Institute of Technology) y Harvard. Sus investigaciones, publicadas en Cell, Nature y Science, han permitido identificar nuevas terapias para enfermedades hematológicas graves. Ha sido incluido en la lista Forbes 30 Under 30 de Estados Unidos, que reconoce a los jóvenes menores de 30 años con mayor impacto del país.

Es usted pediatra, pese a que en Salamanca le considerábamos hematólogo.

—El próximo año finalizo mi residencia en Pediatría en la facultad de Medicina de Harvard y, a continuación, me especializaré en Oncohematología Pediátrica. Justo esta semana he sido seleccionado en ese programa de superespecialización en el Dana-Farber, que es el hospital donde nacieron las primeras quimioterapias.

¿Y cómo es posible que un médico tan joven, que está terminando su residencia, haya recibido un laboratorio en un escenario tan importante?

—Es la progresión natural de la ciencia. El hecho de que sea tan pronto se debe a los trabajos previos que hice en el doctorado y a la visión que quiero desarrollar. Que se apueste por este laboratorio es por el objetivo que trato de cambiar: el trasplante hematopoyético, en adultos y niños.

¿Qué quiere cambiar del trasplante hematopoyético?

—Hay bastante interés por esta línea de investigación porque el trasplante de médula ósea permite tratar muchos cánceres, pero también enfermedades genéticas y enfermedades autoinmunes que trascienden a la Hematología. El trasplante de médula ósea es cambiar, completamente, las células de la sangre, pero estos procesos no están exentos de riesgo porque requieren de quimioterapia, radioterapia y hay que eliminar las células de la sangre originales del paciente. Lo que mi laboratorio intentará es llegar a hacer trasplantes con una toxicidad mínima: sin necesidad de destruir inmediatamente la médula ósea del enfermo. Queremos darle a las células trasplantadas, la capacidad de dividirse de forma indefinida, pero de manera reversible y sin perder sus propiedades.

¿Sin dejar el sistema inmune del paciente debilitado?

—Podemos alcanzar un número elevado de estas células que se reproducen para que puedan desplazar gradualmente a las células nativas. Si esto lo combinamos con técnicas de edición genética podríamos eliminar esa necesidad de inmunosupresión y que no aumente el riesgo de otras enfermedades graves.

¿Esta idea no se le había ocurrido a nadie antes?

—El acercamiento es nuevo y las herramientas de las que ahora disponemos para ponerlo en práctica también las he desarrollado durante mi doctorado porque la habilidad de modificar las células madre de la sangre de esta manera antes no existía.

¿De qué tecnología estaríamos hablando?

—Algunas técnicas se basan en edición genética CRISPR, pero sobre todo en la capacidad de encender muchos genes y apagar otros muchos genes de forma controlada y dirigida. Decirle a una célula: «Ahora quiero que te dividas, o ahora quiero que te comportes de esta manera y actúes como una célula madre».

¿En cuántos años cree que esta apuesta podría ser un tratamiento aplicable en humanos?

—Mi objetivo final es abrir la puerta a hacer trasplantes en condiciones ambulatorias fuera del hospital y aplicarlo a otras enfermedades en las que actualmente ni te lo planteas por los riesgos que existen. Hemos identificado factores que permiten a las células dividirse y estamos relativamente cerca de mostrar este principio. La traslación clínica suele llevar más tiempo. Son procesos largos de 5 a 10 años, pero también están cambiando mucho las cosas para acelerar estos procesos.

Antes del final habrá ya ensayos con humanos.

—Claro, y también se puede probar de manera inmediata en células sacadas de los pacientes, tratadas con CRISPR y, una vez reparadas, introducidas de vuelta en los pacientes. Eso sería aplicable de manera inmediata.

Estamos hablando de algunas enfermedades muy conocidas y para las que no hay cura.

—Muchas autoinmunes y muchas genéticas.

¿Podría mantener en el futuro alguna línea de colaboración con 'su' Salamanca?

—Me encantaría poder hacerlo, y más con Fermín Sánchez-Guijo. Siempre hemos tenido colaboración y la seguiremos teniendo porque le debo mucho como mentor y por todo lo que me enseñó como médico-científico.

Insiste usted mucho en ese concepto de médico-científico.

—Tengo la esperanza de que estas noticias puedan inspirar vocaciones científicas en los jóvenes. Yo me formé en Salamanca y otros muchos lo hacen y lo saben. Para mí es importante transmitir el gran impacto que ese papel dual de médico y científico es la identidad que define mi trabajo. Mis pacientes me recuerdan cada día por qué investigamos: para que las terapias lleguen realmente a los niños y a sus familias.

Primer Premio Nacional Fin de Carrera de Medicina entre todos los de España

El salmantino Jorge Diego Martín Rufino ha sido distinguido con el Primer Premio Nacional Fin de Carrera de Medicina correspondiente a la promoción de 2019, un reconocimiento que el Ministerio otorga con varios años de diferencia respecto al curso en el que finalizan los estudios.

Estos premios valoran la nota media del expediente, pero también méritos adicionales relacionados con la actividad académica e investigadora. El propio galardonado explica que, además del rendimiento académico, «se tiene en cuenta la nota media del expediente, pero también otros indicadores como los trabajos publicados». Añade que los aspirantes al premio son los estudiantes que obtuvieron el «premio extraordinario» en sus respectivas facultades, lo que convierte la selección en un proceso muy competitivo por el elevado número de centros participantes en toda España.

Martín Rufino destaca especialmente lo que este reconocimiento implica para su alma mater: «Son muchas facultades y me gusta especialmente porque creo que también es un reconocimiento a la Universidad de Salamanca, a sus profesores y a la calidad de la formación que recibimos».

El premio sitúa al joven médico como el expediente más brillante de su promoción a nivel nacional y avala tanto su trayectoria académica como su actividad en el ámbito de la investigación durante la carrera.

El Premio Nacional de Fin de Carrera de Educación Universitaria además comporta una dotación económica oficial de 3.300 euros para el primero.

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