El refugio anclado en el tiempo que rescata un oficio olvidado: «La dueña me dijo 'quiero que te lo quedes tú'»
Ana relata su trayectoria al cargo de Singer Labores, donde se hacen bordados, se arreglan prendas y se venden máquinas de coser
El sueño de cualquier padre es que su hijo se haga funcionario o estudie una carrera con salidas laborales; sin embargo, a veces estas expectativas entran en conflicto con las aspiraciones de los hijos.
Es el caso de Ana María Bonal, que empezó estudiando Farmacia por presión familiar hasta que un día se envalentonó y escogió Bellas Artes, su verdadera pasión y en lo que lleva trabajando desde que acabó sus estudios. «Me he dedicado toda la vida a dar clases de pintura en otra tienda, y mi especialidad era el pintado de muebles a mano», explica Bonal sobre cómo fue su trayectoria profesional antes de coger las riendas de Singer Bordados en 2019, un establecimiento que actualmente acumula unos 35 años de antigüedad, según su dueña.
DE UNA ANA A OTRA
La historia de cómo acabó Ana con el negocio parece un enternecedor guion de película. En Singer compró su primera máquina de coser, acudió a comprar algunos bordados para sus hijos y fue donde su marido le regaló luego una remalladora para lo que siempre ha sido su afición: la costura. La anterior dueña, que casualmente se llamaba también Ana, le comentó un día, cuando fue a que le bordase unas camisas para los niños, que se jubilaba y que iba a traspasar el negocio. «Yo le dije: 'Qué pena', y ella me contestó: 'Qué pena no, es que quiero que te la quedes tú'», relata la artista, que en aquel momento, sorprendida, se barruntaba por qué ella había sido la elegida para dar continuidad a la tienda. Pero su predecesora disipó todas sus dudas señalando uno de los cuadros que lucen en la pared con un bordado que dicta: «Cuando lo sabes, lo sabes».
Tras meditarlo en casa y con la ilusión con la que un niño estrena zapatos nuevos, Ana trabajó durante un año en esta tienda ubicada en la calle Pollo Martín como empleada antes de la jubilación de su tocaya y, en 2019, asumió el mando sin saber que se avecinaba en aquel momento una de las mayores crisis para los pequeños negocios: la pandemia de la covid.
INGENIO PARA SALIR ADELANTE
Con apenas unos meses abierta, Bonal se vio obligada a cerrar su negocio mientras seguía pagando aún el traspaso. «El parón fue desastroso, y aunque el Gobierno nos perdonó algún mes de autónomo, no llega para nada porque tienes que seguir pagando el alquiler, la luz…, y sin ingresar un duro».
No obstante, aunque para que un negocio salga a flote haga falta una pizca de suerte, también es necesario tener ingenio y saber aprovechar las oportunidades que surgen incluso en los momentos más difíciles, algo en lo que Ana supo destacar al comenzar a vender mascarillas bordadas, lo cual fue muy «exitoso». A este disparo de las ventas se unió también el auge de las máquinas de coser, el otro punto fuerte del negocio, ya que en aquel momento, en el que se pasaba más tiempo aislado y en casa, la gente comenzó a aficionarse a tareas manuales como la costura.
Aunque ese 'boom' ya ha quedado atrás, Ana sigue teniendo un buen volumen de clientes, especialmente en septiembre, con el bordado de los uniformes y prendas infantiles, y ahora con la llegada de las navidades, cuando mucha gente opta por regalar uno de estos productos personalizados.
Por el contrario, en agosto no es precisamente cuando se hace el agosto, ya que en verano son los meses más flojos. Ana ama su oficio y se siente satisfecha, pero también señala que es muy complicado ser autónomo. «En vacaciones cerré quince días y me fui a trabajar a un campo con personas con discapacidad donde me iban a pagar más de lo que iba a ganar yo aquí», explica, entre otras cosas, sobre los quebraderos de cabeza que supone no tener un ingreso fijo todos los meses. En su opinión, los pagos trimestrales o los impuestos de basura son desproporcionados y deberían pagarse en función de lo que ingrese y gaste cada uno cada mes para que fuese más equitativo.
Con mucho esfuerzo, Ana sale adelante gracias a sus clientes, entre los que se encuentran no solo los padres que buscan personalizar las prendas de sus hijos o las parejas que se emancipan con toallas, manteles y ropa de cama nueva, sino también los ganaderos. «Algo que me sorprendía mucho al principio es que a los ganaderos les encanta llevar el hierro de su ganadería en todas sus prendas», relata, ya que no solo se bordan frases y letras, sino también imágenes.
UN OFICIO DIFÍCIL DE ENCONTRAR HOY EN DÍA
Sin embargo, como se mencionaba unos párrafos más arriba, no solo la costura personalizada mantiene el negocio a flote, sino un oficio indispensable del que ya no se encuentran en Salamanca y en la mayoría de localidades: la venta y arreglo de máquinas de coser.
Como si fuese el cementerio de elefantes de 'El Rey León', Ana guarda en la trastienda decenas de máquinas de coser que ya no funcionan, pero que albergan piezas que son fundamentales para la reparación cuando se dejan de vender. En el mostrador luce en una bolsa una máquina de coser de una clienta que parece sacada de un museo y la artista explica que es muy similar a una que tiene ella en casa y que pertenecía ya a la hermana de su abuela, también costurera, justo antes del estallido de la Guerra Civil. «Son de hierro forjado y eso dura para toda una vida casi sin desgaste», señala Bonal, que compara las máquinas de coser con las joyas, puesto que las clientas nunca quieren renunciar a las suyas. «Cuando se te estropea un microondas lo tiras y te compras otro; sin embargo, con las máquinas de coser es inconcebible: quieren seguir con la suya, es una joya para ellas», relata.
La dueña del negocio destaca que, frente a la venta online de estos productos, en esta tienda «los clientes se van sabiendo cómo hay que usar la máquina». «A veces compran las piezas por internet y luego no les vale, y no entienden que cuando se las reparas tú les cobres más», explica.
UNA DECORACIÓN QUE ATRAE A LOS TURISTAS
La tienda tiene tanto encanto que los turistas a veces entran para hacerle fotos y ver las mesas que tienen las patas idénticas a las antiguas máquinas de coser, algo que se ha revalorizado mucho ahora entre quienes buscan una decoración vintage. Ana reconoce que gran parte del mérito es de la anterior dueña, aunque también ha introducido novedades en el negocio, como el arreglo de prendas y la venta de ropa de segunda mano de su propio armario: «En vez de tirarla, aprovecho y le doy otra vida».
Ana cree que «cuando eres amable, el cliente es amable» y, con esa filosofía de cara al público, mucha ilusión y ganas de empezar de nuevo cada día, saca adelante este refugio anclado en el tiempo que rescata un oficio olvidado con soluciones de ayer y de hoy.