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Relata el Génesis que Dios hizo a la mujer de una costilla del hombre, y que, disfrutando ambos del Paraíso, ella no sólo infringió el mandato divino de no comer del árbol, sino que convenció a su compañero de que también lo hiciera. Dios los castigó, y a ella no sólo le impuso el sufrimiento en el parto, sino también una regla de sometimiento: “sentirás atracción por tu marido, y él te dominará”.

Si algo distingue al ser humano es su componente cultural. Heredamos valores de nuestros mayores que condicionan nuestra relación con los demás. Por ello, quiero pensar que la metáfora bíblica arraiga en unas creencias muy distintas a las que hoy imperan en nuestra sociedad. Que nadie se atreva a negar la igualdad a la que todos somos acreedores. La Constitución, que transforma en reglas de máximo rango las convicciones conforme a las cuales queremos vivir, proclama que la igualdad es un valor superior del ordenamiento jurídico, y también reconoce que es el primero de los derechos fundamentales, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de sexo.

Hemos avanzado mucho en este terreno. La ley ha mantenido flagrantes discriminaciones hasta tiempo tan reciente que no es preciso peinar demasiadas canas para recordar ejemplos vividos. Con todo, queda mucho por hacer. Lo primero es identificar el objetivo y creer en él, distinguiendo el mero efectismo mediático del núcleo del problema; diferenciando entre reformas coyunturales y políticas que fomenten una auténtica cultura de la igualdad, aunque sus frutos se cosechen varias legislaturas después. El BOE no modifica los valores sociales de la noche a la mañana; somos nosotros quienes hemos de transformarnos e interiorizar la supresión de privilegios, aceptando a la vez que no partimos de la misma posición.

La discriminación perdura más allá de la aprobación de leyes que garanticen la igualdad formal, correspondiendo a los poderes públicos la promoción de las condiciones para que la igualdad de hombres y mujeres, sea real y efectiva. También eso lo dice la Constitución, y sobre esta línea debemos avanzar, porque la égalité enarbolada por los revolucionarios franceses no basta. Por eso, el 8M tiene aún sentido.

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