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Más de la mitad de los españoles tiene un mal concepto de los políticos, y cree que lo que está sucediendo, el derribo de la modélica Transición, los ataques a la Carta Magna y los intentos separatistas, o es un mal sueño, o un derroche histórico. Pero algún día el péndulo -anclado en la izquierda radical-, volverá al centro. Lo expresó ayer certeramente mi admirado columnista JC García Regalado: “...el mediocre profesional ha conquistado los cielos, los despachos, los talleres, las aulas, y los consejos de ministros”. Comparto esa visión noventayochista -nos duele España, nos duele Salamanca-, pero confío en que volvamos a la cordura, como prefería el último presidente de la IIª República en el exilio, Claudio Sánchez Albornoz, “cabalgar la parda mula del buen sentido, (mejor) que el purasangre de la imaginación desenfrenada”.

Desde joven quedé fascinado por la hercúlea obra de don Claudio, “España, un enigma histórico”, su excelente castellano y su fundada tesis de que el homo hispanus se forjó en la España primitiva -y no como defendía Américo Castro, después del 711-, y por eso son parte de nuestra historia nada menos que Viriato y Numancia. Lo que sucede es que de aquella forja ha salido de todo, y ahí tenemos a unos personajes de tercera división, tan mediocres como audaces, acaparando dos poderes del Estado, e intentando hacerse con el tercero (el Judicial), la esperanza última de los que creemos en la libertad. Son Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, peligrosos como dos monos que han esnifado y esgrimen sendas navajas barberas.

Aquel historiador está enterrado en el claustro de la catedral de Ávila junto a Adolfo Suárez, dos patriotas gigantescos. En contra de los pesimistas del 98, Sánchez Albornoz quiso juzgar menos sombríamente el derrumbe de aquella España que le llevó al exilio argentino, y alentó a prepararse para una de esas ocasiones promisorias que se le conceden a los pueblos para recuperar su grandeza. Aunque parezca una utopía, ahora la tenemos. No pasará mucho tiempo sin que la llamada coalición progresista que empezamos a soportar, maltrate a España -hoy mismo se reabren tres “embajadas” catalanas-, y a los españoles, su dignidad y su bolsillo. Y entonces las encuestas -no las tramposas de Tezanos, confirmado director del CIS-, ofrecerán un bloque de centro derecha que algún día en las urnas mande al rincón de pensar, a estos adanes, progres de falcon y palacete, que no quieren, e incluso odian, a España. Yo no quiero el fascismo, la caverna, el blanco y negro, el nacional-catolicismo... Hablo del Estado social y democrático de derecho nacido en 1978 y su ejemplar régimen de libertades, amenazadas hoy por el libertinaje.

Pero ese regreso a lo mejor de nuestra historia, no lo podemos ni debemos protagonizar los mayores, quienes “cuando la vida se apaga/y las manos tiembla ya... (buscamos) ese recuerdo/de una barca naufragar”, por decirlo con la hermosa letra de “Amores”, la canción de aquella inolvidable Mari Trini. En este naufragio, poco podemos afanarnos los ancianos. Deben rescatarnos quienes están en la ESO, o la vigorosa y nueva generación de homo hispanus, que hoy trabajan en las fábricas o estudian en las universidades. Uno quiso ser poco menos que Gambardella, tuvo sus sueños, y algunos cumplió (no todos han sido constituyentes en un país deconstruído y vuelto del revés). Pero rotos hoy aquellos sueños, me podré vengar corrompiéndolos, como dice un duro poema de Gil de Biedma. Y como él “entre las ruinas de mi inteligencia”. Pero al final ¿qué? Pues un Bradomín, “feo, católico y sentimental”, pero sin marquesado (a diferencia del vicepresidente del Gobierno). Un inútil, incapaz de sacramentos.

Pues bien, quiero hoy repetir bien alto que creo en Dios, que no ha muerto porque he pedido “milagros -a través de su Hijo, el Nazareno de San Julián, o el crucificado en Cabrera-, que me ha concedido. Respeto y compadezco al jefe del Estado, ahora un monarca. Y desde luego amo a mi patria grande, desde Madrid, “rompeolas de todas las Españas”, hasta sus costas y fronteras, y la patria chica, donde vivo. Porque corren por mis venas, quiera o no, sangre “de todas las gentes de España”, navarra de Estella, vasca de Goytre, gallega por Bermúdez de Castro, charra de los Sánchez, Casero o Rascón... Por eso busqué, y creí haber encontrado en 1978, siguiendo la estela de grandes líderes, hoy injustamente valorados, la fórmula feliz de convivencia entre los homo hispanus. Si aquellos héroes de la transición no lo consiguieron, y la nueva clase política está en destruir, que vengan ¡ya! nuevas generaciones a recomponer los muros de esta Patria en derribo.

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