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DE CALLE

Fútbol corrompido

El caso Rubiales es la punta del iceberg de un deporte que en España ha perdido los valores desde la base

Domingo, 27 de agosto 2023, 06:00

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La pregunta no es si el fútbol español está corrompido sino hasta qué punto ha llegado la corrupción al deporte rey en nuestro país. Al nivel más básico, en las competiciones escolares o federadas de alevines para arriba lo que antes era diversión e inicio en la disciplina y el compañerismo, se ha pervertido con una competitividad extrema, en la que a veces parece que los niños y niñas se juegan la vida. Los entrenadores, y sobre todo los padres, se creen que tienen en sus manos a futuros Messi o Cristiano y les exigen y les arengan como si fueran profesionales. Se les pide agresividad y ansias de victoria por encima de cualquier otro valor. Los insultos y la tensión entre familiares, directivos y árbitros están a la orden del día. Una vergüenza.

En los niveles inferiores de la competición nacional a los clubes que militan en RFEF se les han impuesto unos salarios y unas inversiones en los campos que han convertido las tres categorías en las que militan los equipos salmantinos en un club para nuevos ricos.

Y así llegamos a lo más alto, donde el deporte pasó de ser un espectáculo a un negocio y ahora ya es una auténtica mafia. En la primera división, LaLiga, ocurren cosas como que un equipo haya estado diecisiete años pagando a un alto dirigente del estamento arbitral para condicionar los resultados, que se sepa y se reconozca, y no pase nada. Es la perversión de un negocio multimillonario en el que el presidente de la Federación se pone un sueldo por encima de los seiscientos mil euros, siete veces lo que cobra el presidente del Gobierno, y no pasa nada.

Tras cinco años de escándalos de Rubiales, después de aquella fiesta con diez 'chicas invitadas' pagada con dinero de la Federación (lo devolvió), después de haber espiado al presidente de la asociación de futbolistas AFE con dinero de la Federación, y después de hacer negocios con un futbolista en activo (Piqué) y llevarse ambos una pasta gansa (este dinero también lo devolvió Rubiales), ha llegado el beso y nos hemos enterado de que tenemos a un impresentable como máximo representante de nuestro fútbol. Eso aparte del beso, los achuchones, el llevarse las jugadoras a hombros y la tocada de sus partes en el palco al lado de la reina.

Somos la envidia del mundo por los resultados históricos en todas las categorías y ahora somos también la vergüenza del mundo por haber permitido que un personaje como Rubiales nos represente a nivel internacional.

Es un dirigente oportunista, que ya ha hecho bueno al inefable Villar, y que no ha demostrado el menor respeto por las jugadoras, por el cargo y por los aficionados. Un hombre que se cree por encima del bien y del mal porque sus compinches de las federaciones territoriales mayoritariamente le apoyan.

Rubiales no dimite porque en España no dimite nadie mientras los compadres con los que se reparte los millones no le abandonen y haya una mínima posibilidad de continuar en el machito.

No ha dimitido nadie en el Barça ni los dirigentes del estamento arbitral se han dado por aludidos tras el escándalo Negreira. La máxima competición del deporte más popular ha estado adulterada durante diecisiete temporadas y parece como si aquí nadie se diese por enterado. Al final los culpables del tinglado acabarán cayendo en desgracia por no pagar impuestos, como le pasó a Al Capone.

Lo mismo ocurre a otros niveles en el Gobierno sanchista que ahora quiere echar a Rubiales a toda costa. Si no dimiten Pedro Sánchez ni la ministra Irene Montero después del primer excarcelado por la Ley del 'solo sí es sí' que reincide en agresión sexual, ¿por qué va a dimitir Rubiales por un beso? Porque es verdad: aquí nunca pasa nada.

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