España no cuenta
Por muchas medallas que se cuelgue Sánchez, nuestro Gobierno trufado de comunistas es un apestado apestoso para Occidente
Ya tenemos a Pedro Sánchez disfrutando de la presidencia de la Unión Europea. Cuando convocó elecciones anticipadas muchos nos preguntamos cómo era posible que renunciase a agotar un cargo que le permitiría pasearse como un pavo real por medio mundo durante un semestre completo, pero la explicación es muy simple: el pasajero del Falcon piensa que la imagen de estadista le reportará el impulso en votos necesario para no salir vapuleado de las urnas el 23-J.
Como no podía ser de otra manera, el inquilino de La Moncloa ha estrenado el cargo con una mentira: anunciaba ayer el envío de cuatro tanques Leopard como si fuera algo nuevo, y resulta que son los mismos que prometió hace meses y que siguen sin llegar a manos del ejército de Zelenski. Nuestro presidente puede contar películas del Oeste, pero lo cierto es que España ha sido uno de los países más rácanos a la hora de aportar ayuda militar a Ucrania. Y no es casualidad, sino el resultado de la presencia de comunistas en el Gobierno, que desde el inicio de la invasión han mostrado su rechazo a la causa de la libertad contra la tiranía rusa.
El Ejecutivo sanchista no es un socio fiable de la OTAN. Está mucho más cerca de los dictadores, sean caribeños como Nicolás Maduro o Daniel Ortega, o tardosoviéticos como Vladimir Putin, que de las democracias occidentales. Ni en la Unión Europea ni en la OTAN pueden confiar en un Sánchez aliado con Podemos, que siempre ha defendido la reducción del gasto militar y el no envío de armas a Ucrania. Y no es que Yolanda Díaz y sus colegas sean pacificistas, sino que pretenden desarmarnos para que el comunismo tenga el camino expedito hacia el poder en todo el mundo.
Tiene razón Alberto Núñez Feijóo cuando denuncia que en Bruselas a los españoles, a nuestro Gobierno, se lo toman a broma. Somos los representantes de las dictaduras bolivarianas en Europa, y eso nos convierte en un actor marginal, en un país apestado y apestoso.
Eso sí, Sánchez sigue a lo suyo, vendiendo como grandes logros lo que no son sino sus grandes fracasos. Ayer prometió apoyar a los ucranianos «todo el tiempo que haga falta sin importar el precio que suponga», como si España se hubiese volcado con la causa de Zelenski, cuando estamos por debajo del número veinte en cuanto a países implicados en la ayuda a la nación invadida por el sátrapa ruso. Según el mentiroso compulsivo, en su encuentro con Zelenski el presidente español habría abordado la «intensa cooperación bilateral», para acabar reconociendo que lo más relevante ha sido la formación de médicos ucranianos en el Hospital Militar de Zaragoza. Vamos, que España no les está ayudando a ganar la guerra como sí hace las grandes naciones democráticas de Occidente, pero somos los más decididos a la hora de aportar tiritas y apósitos. Aviones no les damos y tanques solo unos pocos de los viejos y renqueantes trastos destinados al desguace. Tan es así que países tan pobres como Bulgaria han contribuido más a reforzar al Ejército ucraniano que España.
Sánchez tiene la suerte de que por ahí fuera no le conocen, hasta tal punto que su nombre aparece en las quinielas para sustituir a Jens Stoltenberg como secretario general de la OTAN. Parece un disparate, porque un tipo que ha sido capaz de colocar a un peligroso comunista como Pablo Iglesias en la comisión de control del Centro Nacional de Inteligencia español, podría causar destrozos irreparables en la alianza atlántica, pero si lo miramos por otro lado, a los españoles nos vendría de perlas perderlo de vista durante el mayor tiempo posible.