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LA TRASTIENDA

El Gran Hermano nos persigue

Cada vez son más los que presumen, como síntoma de modernez, de que no llevan dinero en efectivo

César Lumbreras

Viernes, 25 de agosto 2023, 05:30

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Cada día que pasa cedemos voluntariamente más parcelas de nuestra libertad y, al mismo tiempo, nos quejamos de que nos tienen más controlados. Siguen algunos ejemplos.

Cuando Rusia invadió Ucrania, los agricultores del país de Putin que tenían comprados tractores de marcas de Estados Unidos, se encontraron con que los sistemas informáticos necesarios para que funcionasen esos vehículos dejaron de estar operativos por las represalias que se aplicaron y, en consecuencia, los tractores se convirtieron en un montón de hierros, pero sin el cerebro necesario para ponerlos en marcha.

Eso mismo sucede con las máquinas compradas en España y en cualquier otro país: adquirimos los hierros, los plásticos y el armazón, pero los soportes necesarios para que se muevan sigan en manos de los fabricantes. Sigo: cuando adquirimos un coche, pensamos que es nuestro y eso no se corresponde con la realidad; es verdad que tenemos los asientos, las ruedas, el motor o la batería, pero el cerebro que hace que todo eso funcione no nos pertenece. Hace cuarenta años, por ejemplo, un señor compraba un 600 o un 2 Cv y en verdad eran suyos; cuando había una avería se llevaba al taller que el propietario quería y arreglaban lo que estuviese roto. Ahora, con los coches modernos, para cambiar una rueda ya hay problemas, pero, si la avería es de mayor enjundia, hay que acudir a un taller de la marca, para que pongan el ordenador y diagnostiquen dónde está el lio; y puede suceder que este venga del soporte informático, que es el cerebro de estos vehículos modernos, sobre el que no tenemos control.

Otro ejemplo: los teléfonos móviles o los ordenadores. Compramos un «bicho», su cuerpo, pero no su «alma», que sigue sin pertenecernos. De pronto, empezamos a recibir notificaciones con avisos de que están disponibles nuevas actualizaciones. En resumidas cuentas, que los fabricantes de estos chismes, como los de los coches y los tractores, nos tienen en su manos y, si un día, por el motivo que sea, deciden que no actualizan «el alma» de sus aparatos nos quedamos colgados del volante. Eso por no contar con la cantidad de información que obtienen sobre nosotros (desde la geolocalización exacta en cada momento hasta nuestras aficiones, gustos, muebles que nos queremos comparar, hoteles que hemos visitado, o nos gustaría hacerlo, o viajes que desearíamos realizar) Vamos que el ojo del «Gran Hermano» que describió Orwell va a más cada día que pasa y, lo que es peor, con nosotros mismos de colaboradores y, en muchos casos, tan contentos.

Cada vez son más los que presumen, como síntoma de modernez, de que no llevan dinero en efectivo y que siempre pagan con tarjeta, bizum o demás sistemas creados por «el maligno». Es muy cómodo, pero con ello el cerco de Hacienda se estrecha más y más, lo mismo que el de todas las empresas que intentan controlar nuestras vidas. Es el colmo: por un lado, reivindicamos nuestro derecho a la libertad y, por otro, entregamos jirones de esta misma, un día sí y otro también.

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