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LA TRASTIENDA

Ni cala, ni cata

Reconozco que no me he atrevido a hacer ese experimento, ante la posibilidad de que me echen del establecimiento

César Lumbreras

Viernes, 11 de agosto 2023, 05:30

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«Ha llegado el melonero. Se venden melones y sandías a cala y cata». Este era el resumen del pregón que, llegado el mes de agosto, se difundía por todos los rincones de mi pueblo, cuando yo era niño y joven. El mensaje se transmitía por cuatro vías que fueron cambiando con el pasado del tiempo: a través de la «chifla» y la voz del pregonero, primero, o mediante los altavoces que se instalaron en lo alto del Ayuntamiento, después; el tercer sistema era que, para ahorrarse el coste del pregón, el melonero recorría las calles y a viva voz anunciaba su mercancía, antes de instalarse en la plaza mayor con su vehículo, aunque con el paso del tiempo este último ya venía dotado con servicio de megafonía. Recuerdo que salíamos al encuentro del vendedor, que estaba apostado en su furgoneta o camión lleno de estas frutas y recuerdo también cuál era la operación. En el caso de la sandía practicaba con pericia cuatro pequeños cortes con cierta profundidad y extraía con mucho cuidado un pequeño cuadrado de la misma; lo primero era comprobar si tenía color sandía (las había muy pálidas que se desechaban porque no estaban maduras) y, después, el comprador probaba si su sabor era dulce. Si estaba de acuerdo, se volvía a colocar lo que quedaba del cuadrado (la piel) en su lugar hasta que encajaba perfectamente y se remataba la operación mediante el pago. Con los melones se procedía de la misma manera, aunque en este caso el color no tenía tanta importancia y lo primordial era el sabor, vamos, que no estuviese pepino y tampoco «pasado» o muy duro. En esto consistía, en resumen, la operación de cala y cata, que era la forma de comprar estas frutas en aquellos años de las décadas de los sesenta y setenta.

No me negará el lector que en estos menesteres hemos ido para atrás como los cangrejos. Ahora es impensable llegar a un súper, hiper, tienda de barrio o vendedor ambulante y exigir que, para comprar un melón o una sandía, lo queremos calar y catar. Reconozco que no me he atrevido a hacer ese experimento, ante la posibilidad de que me echasen del establecimiento, pero es evidente que, al menos en esta operación, y sin necesidad de que hubiese un Ministerio de Consumo como ahora, los compradores de entonces (en aquellos tiempos no se estilaba la palabra consumidor) teníamos muchos más derechos que los de ahora: se compraba el producto si, una vez probado, nos gustaba. Iba a proponer que este mismo sistema de cala y cata debería aplicarse a los candidatos presentados por los partidos políticos, pero luego me he dado cuenta de que ya se utiliza. Ejemplo: a pesar de haber calado y catado durante cinco años el «sanchismo», todavía hay casi ocho millones de compatriotas a los que ha gustado su gestión. Y es que, sobre gustos, no hay nada escrito: ni con cala, ni con cata, ni sin ellas.

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