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El Papa ha declarado el 26 de julio, festividad de San Joaquín y Santa Ana, como el día de los abuelos. En estos tiempos que tenemos una fecha para recordar quién sabe qué, dejar una establecida para rememorar el amor de los abuelos, parece más que justo. Aunque si les soy sincera, es algo que se debería festejar cada día por aquellos que aún tienen la fortuna de tenerlos y para recordar todos, a los que ya se fueron.

Hace unos días atrás en uno de los emblemáticos parques de nuestra ciudad, concretamente en el de la Alamedilla, se desplomaba uno de los árboles centenarios de nuestro patrimonio arbóreo: el Cedro del Líbano. Este maravilloso cedro dio sombra, amparo, amor y tiempo a un sinfín de generaciones. Fue testigo mudo de meriendas, juegos, risas, llantos, pensamientos, besos, ilusiones, desesperanzas, miedos, valentías... fue como esos abuelos que de su mano, nos enseñan cómo la vida es un puzle de verdades y mentiras. Se fue una noche sin que su crepitar tuviera oídos, fruto de ciclogénesis, heladas, calores, llantos y vejez abandonada.

Este ojo que observa no puede por menos que reflexionar sobre la similitud de la pérdida de los referentes. ¿Pero son todos los referentes iguales? Si en vez de este cedro hubiéramos perdido la secuoya de la sabiduría, emblemático símbolo de nuestro ocho veces centenario Estudio, nos hubiéramos rasgado las vestiduras. Todos perdemos referentes por la edad, pero a cada uno le duelen los suyos. Es como los abuelos que se han ido en la soledad, el silencio y el miedo, siendo simples números. Su crepitar fue sordo en un momento de impostura y llanto. Contenido sentimiento de una sociedad que calla la desdicha de cuanto un día fue lo más importante. Parece que si quieres ser un mito has de morir muy joven, siendo promesa más que realidad exacta y reconocida. “Era lógico” dirán los más, “la edad no perdona” se oirá en el eco del tiempo. La edad no perdona es cierto, pero a la desmemoria tampoco habría que perdonarla.

Tiempos de justificación de todo lo que la conciencia no puede tragar. Es cierto que la muerte nos iguala, pero la memoria nos diferencia.

Y mientras reflexiono, cambiamos de mes. Agosto entra mañana como príncipe del verano, como acaparador de la inmensidad de las vacaciones, mientras el virus campa a su antojo por doquier. Me pregunto ¿cuándo vacunaremos a todos nuestros jóvenes? Sí, a esos que quieren vivir como lo hicimos todos. Salir, bailar y divertirse. Es curioso cómo en esta sociedad se hacen campañas para concienciar de tener sexo seguro, pero no les concienciamos de tener una vida segura, para ellos y para los demás. Hay que darles cuanto antes la vacuna, para que vivir no sea una ruleta.

Se les venden preservativos, pero no les preservamos del virus... Incongruencias.

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