Desordenaos
Lunes, 28 de noviembre 2022, 04:00
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Lunes, 28 de noviembre 2022, 04:00
Decía la semana pasada Gallardo, vicepresidente de Castilla y León, que está harto de la desvirtualización del lenguaje. Que lo de llamar negacionistas a todo el mundo es cosa de nazis y que él prefiere “volver a un lenguaje ordenado”. No se le puede negar ... su dogmatismo en la defensa de la soflama “ley y orden” si incluso anhela controlar el habla. ¿Qué le pasa al orden lógico de la lengua? ¿Resulta que ahora la secuencia sujeto-verbo-predicado es un invento de las feminazis batasunas que los garantes de la integridad moral -la suya, no la de la mayoría- han de combatir en pro de la exaltación nacional? ¿O es acaso esa crítica a la adulteración del lenguaje una extensión viciada de deseos autocráticos cuya inconmensurabilidad aflora cuando la razón flojea? Sea lo que fuere, habría de guardar reserva: nunca sabemos si una reconceptualizada Ley de Vagos y Maleantes pudiese convertirlo en un joven facineroso.
Mordacidades aparte, su sesuda disquisición me guió en la pieza de hoy. Rosalía Sánchez escribía hará unas semanas en este mismo diario un alegato en contra del lenguaje gratuitamente soez. Entiendo y comparto esa apelación a su derecho a no escuchar ciertas cosas en la esfera pública. Sin embargo, no hace falta ser catedrático para emplear un léxico digno. Es más, uno, que no es ningún virtuoso de la lengua, intenta los lunes que escribe aquí emplear un vocabulario lo más a pie de calle posible, siempre con la deferencia preceptiva al continente del mensaje. La gente – en mayúsculas y en el sentido más amplio del concepto– no podemos digerir sin hacer un esfuerzo sobrehumano cualquiera de las grandes obras de discusión conceptual. ¿Cuántos de nosotros hemos leído entendiendo a la perfección la Fenomenología del Espíritu de Hegel? ¿Y la Crítica de la Razón Pura de Kant? ¿Y El Capital de Marx? El lenguaje es la base de la comunicación, por lo que en el momento en el que falla, esta se pierde.
Y ahí está el punto. No digo que se haya de descuidar el lenguaje, pero, y como siempre a lo largo de la historia, el hablar lo marca la masa. Y la masa, casi siempre sabia, comparte ese desagrado por la proliferación del adjetivo ofensivo sinsentido. Sobre todo, porque la libertad de expresión no ampara todo. Exigir respeto mientras se vomita todo el odio que se contiene es generar tensión y fractura. Pero, sobre todo, a la gente, lo que le produce es pereza. Mucha pereza. De un lado, la mayoría de las tertulias televisadas se han tornado en boíles sin mondar que dejan la profesión del periodismo por los suelos. Pero no solo es la tele. Personalmente me repugna leer a señoros enfadados llamando hijos de puta, payasos o retrasados a personas que no son de su agrado. Ya no es la perversión del lenguaje, es el respeto al lector. A la gente en mayúsculas.
Por el otro lado, ese “desorden” del que habla Gallardo es el que estamos viviendo en la sede de nuestra soberanía popular. Aunque igual nuestro vicepresidente sin funciones no se refería a eso en sus declaraciones. Convertir el Congreso de los Diputados en Gandía Shore es un deterioro democrático sin parangón. El tono de macarra de instituto con el que buscan el aplauso fácil los del partido de Gallardo colisiona frontalmente con los valores democráticos. No es debatir con conceptos metafísicos, es mantener cierta convivencia. Rebajarse a peleas en el barro con ataques personales y descalificaciones desatinadas no es libertad de expresión, es infantilizarnos a la población de todo este Estado. Pero una vez más, estamos demostrando ser una sociedad madura cerrando filas ante quienes intentando polarizar, solo nos producen pereza. Porque ante la irresponsabilidad, surge la masa. Y los demócratas, la gente, en mayúsculas y en sentido amplio, somos mayoría. Y no nos asusta vivir desordenaos.
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