De pulpo a Pilatos
Miércoles, 4 de marzo 2020, 04:00
De chico en la Alamedilla leí aquel letrero “Prohibido besarse”, que años mas tarde vi en el mismísimo campus de Oxford. Cuánta prudencia aquellos reclutas ... que iban de paseo con sus novias, con más hambre de carne que un perro callejero, la libido en puntas, dispuestos a agarrarse una orquitis en el banco mas recóndito, como el último permiso, antes de regresar al Regimiento. ¿Y el sufrimiento en la última fila del cine -ay si el Cinema “Taramona” hablara-, cuando la linterna o proximidad del acomodador impedía hazañas como la de Archidona? Ya era viejo el refrán “el roce hace el cariño”, y Fred Astaire cantaba el cheek to cheek (mejilla con mejilla). El virus chino lo ha arruinado todo. Con este cabrón con corona, se acabaron los besos, los abrazos, los bailes agarraos, los roces, los filetes, el magreo, el sobeteo, el masajeo y el cachondeo. ¡Hala!, a un metro de distancia de seguridad.
A las parejas antaño solo se les permitía hacer manitas, pero las manitas quietas, sin subir de la muñeca. Cachichi agarró a una amiga galantemente, para pasar la calle, y ella advirtió sordamente: “¡Espera!, al llegar al portal”. Él se frotó las manos pensando en el festín. Los portales eran muy socorridos -qué lotes vimos-, aunque peligrosos. Ya existía el pulpo, el novio con mas brazos que un cefalópodo, aquí cojo, aquí pellizco, allí acaricio... Y también el puerco de siempre, que acudía a manifestaciones masivas o a transportes públicos en horas punta para arrimar material. Llegar al revolcón o a la soledad de la tapia del cementerio eran conquistas que empezaron a lograrse con la adquisición de la Vespa o el incómodo pero discreto 600.
Bueno, pues cuando habíamos conseguido la liberación de los instintos, pasar de lo sórdido a la libertad, llega de China un virus que nos retrotrae a la ciudad levítica, las refriegas de portalillo, el no me toques que me contagias, en misa nada de darse la paz, la hostia en la palma... Y todos como Pilatos, lavándonos las manos como posesos. Ayer mismo se me arrancó en la Plaza una amiga, un pivón con la lascivia en su mirada, y la pude detener a tiempo gritando: ¡Tente, necia!... (Fin del farol).
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