Borrar

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Mientras el viento derribaba un hermoso ejemplar de ciprés de nuestro inmenso Patio Chico, “mi alma sin dueño” iba al encuentro de ese “enhiesto surtidor de sombra y sueño/que acongoja el cielo con su lanza”, de ese “mástil de soledad”, “flecha de fe”, que en hermoso poema de Gerardo Diego es el ciprés de Silos. Abatido un ejemplar de los que saludo tantos días al pasar hacia casa, cerca del atrio de los gentiles de nuestra vieja Catedral, se yergue aquel otro del bellísimo Claustro del Monasterio benedictino, “ejemplo de delirios verticales”, desafiando los agravios del tiempo. Y mientras lo contemplo, pienso que los cipreses han estado muy presentes en mi ya larga vida. ¿Pues no empecé leyendo acongojado la primera novela de Delibes, “La sombra del ciprés es alargada”, Premio Nadal 1947? No repuesto del sombrío final en el cementerio abulense, en el hogar familiar apareció un tocho de más de ochocientas páginas, que primero mis padres y luego mis hermanos mayores, uno tras otro, devoraron: “Los cipreses creen en Dios”, de un tal Gironella. En esa primera entrega de su trilogía empecé a comprender por qué en España hubo una guerra incivil, supuestamente con “Un millón de muertos”. Pero no seguí leyendo porque en el hogar de un “vencedor” —que no pudo participar en la contienda—, y en toda España, se asumía el propagandista “Ha estallado la paz”.

Delibes dijo que el título de aquella primera entrega era equívoco, que el catalán, en su relato, adolecía de pobreza idiomática... Fuere por celos, por su mayor dominio del castellano, o sencillamente por rivalidad, el maestro Delibes criticó ásperamente la novela. Pero Gironella se anotó el mayor éxito editorial de la historia de nuestra literatura, evitó la ruina del editor Lara y obtuvo el Premio Nacional de Narrativa (1953). Acabó siendo amigo del maestro de Valladolid.

Reflexionando sobre la caída del ciprés de la Catedral, y sobre esos otros cipreses literarios, cerquita del “mudo ciprés en el fervor de Silos”, como se debe hacer —desde el santuario interior—, concluyo que la vida de tantos españoles de mi generación y las más próximas, están contiguas al emblemático árbol. Ignoramos si cree en Dios, pero sabemos que algún día proyectará su alargada sombra sobre nuestra última morada.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios