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He tenido la suerte de asistir a la “premiere” de “Los Fabelman”, la última película de Spielberg que se estrenará en España el viernes 10 de febrero. Spielberg regresa a mí, o yo a él, pues siempre es un buen momento para hablar de cine, de luz y de juegos en aquel bar junto a una gasolinera de Pacific Palisades en el que tantas veces he soñado que solíamos encontramos.

Otra historia de cine, como cuando Catherine Deneuve, sentada en una terraza de la plaza en la tarde de un tórrido verano, salió corriendo a abrazarme. Esos abrazos que sólo pueden dar las rubias vestidas de negro... Decía, que me pierdo reflejado en las gafas de sol de Catherine, que estoy deseando que llegue el 10 para volver a darme uno de los mayores gustazos que podemos regalarnos: cruzar el umbral de una sala de cine, buscar tu butaca y esperar que alguien disfrazado de Bob Fosse apague las luces y que empiece el espectáculo.

En un cine pueden encontrar al hombre de su vida aparcando un viejo Volvo 740 en una calle de Estocolmo, a Kathleen Turner en la selva o a Silvia Pinal mirándote a los ojos, pero sobre todo sentirán que su cerebro tiene vida; sentirán la red de superautopistas que lo conecta con sus ojos y oídos. Ni Elon Musk, con lo listo que se cree, puede llegar a nuestras emociones, a ese mundo hecho de oscuridad, destellos y música que es una sala de cine, posiblemente el único lugar en el planeta donde estar a salvo de los misiles de la cruda realidad. Decía que estoy deseando que llegue el viernes 10 para volver a ver “Los Fabelman”, cinta que la mercadotecnia nos vende como una parte autobiográfica del director de Ohio, pero que la pantalla me dice que sólo se trata de un sentimiento, uno más de la infancia, de la juventud.

El mejor Spielberg de E.T. o de “El imperio del sol” ha vuelto para dar otra vuelta de tuerca a la nostalgia, más entendida como un aroma de la vida que nos acompaña que de la pérdida de algo, de alguien, de todo. Esta nueva película del aclamado realizador dura dos horas y media, tiempo por el que los espectadores transitamos con fluidez, mirando el bello paisaje que se abre por el sistema de autopistas de nuestras mentes, ávidas de salir adelante, ávidas de sonreír como una dulce chica de portada en los 80.

Spielberg lo vuelve a hacer en “Los Fabelman”: llama a conquistar la imaginación para derrotar a un mundo rudo, feo y mudo. Por eso no podía faltar una banda sonora firmada de nuevo por el nonagenario John Williams. Lloro con su Adagio, lloro con Spielberg y celebro la vida.

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