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«Que cuando empiece la temporada la gente diga: ¿Pero esto era Würzburg?». Las palabras de Jorge Recio -presidente de Perfumerías Avenida- se han hecho realidad antes de lo que cualquier aficionado del club perfumero podría imaginar, sin que la maquinaria haya hecho su irrupción en el viejo túnel de vestuarios que sigue revestido de gotelé verde pistacho.
Desde este martes 20 de mayo al vetusto e icónico pabellón de la avenida de San Agustín ha quedado irreconocible: Silvia Domínguez no volverá a jugar en él. Increíble, pero cierto. Sin embargo, forma ya parte de su leyenda por los siglos de los siglos.
Cuando el acto de su despedida acabó, el vacío pesaba como una losa sobre todos los que tuvieron el privilegio de vivirlo en primera persona. Igual que lo hizo el hecho de descubrir esa tarima en medio de la pista, donde descansaban todos los títulos y las camisetas defendidas a lo largo de su irrepetible carrera profesional rubricada con su firma. Seis conjuntos que quedaron unidos para siempre con la listeza de su baloncesto y ese '6' que ha sido marca de la casa. Desde su debut de azulgrana con el accidente del '1' por delante y ya después limpio como su juego.
El «a ver qué nos cuenta» que se repetía la gente minutos antes fue entrañable. Porque en él cabía una carrera y la esperanza de lo imposible. «Han venido José Ignacio Hernández, Roberto Íñiguez y Miguel Ángel Ortega», fue quizá la reacción definitiva del adiós.
Lo siguiente que vino fue una ovación atronadora, la primera de las diecinueve que se llevó. Esa primera sonó como si el pabellón estuviera lleno. Y tan larga que a Silvia, a la jugadora que nunca asusto nada con la adrenalina en competición, le encogió un poco la voz. «Vengo a comunicaros que me voy». Y como para quitarse los años de encima recordó acto seguido cuando empezó a jugar con su hermano Jordi Domínguez: «Te doy las gracias por haber elegido el baloncesto como deporte y ponerme un balón en mis manos». Este le correspondió con una intervención con pellizco íntimo de la mano de su sobrino Yago Domínguez.
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A partir de ahí hizo un relato paso a paso sobre cómo había transcurrido su carrera salpicados de personas, que en su mayoría rindieron la metamorfosis de jugadora en leyenda en la que siempre fueron de la mano Jaume, Ernest, Cris y Miquel como representantes. Antes que nada, el Barça. Luego llegó el turno de Asensio, Ortego y Estudiantes como avanzadilla de la única muesca de humor que se permitió: «En Ekaterimburgo descubrí lo que son los -30 ºC». Valencia. La FEB.
«¡No te vayas!», le gritaron de manera espontánea cuando tras alargarlo todo lo que pudo llegó el turno de Perfumerías Avenida. Jorge Recio (flanqueado por su hermano Javier) abrió turno a un sinfín de recuerdos con Germán Rubio, Jorge Díaz, Mavi Sáncez, Esther Terleira y Jorge Díaz, a los que citó como pilar igual que las compañeras de pista. Cuando la palabra se detuvo en Laura Gil la ovación recuperó la fuerza de la primera y llegaron a sonar dos más. «Te he dado pocas asistencias para los bloqueos que me has hecho», deshizo el nudo en la garganta en el que ella misma se había metido.
Sus últimas palabras fueron para el baloncesto. El verbo se le deslizó por el parqué por última vez con ese tono ceremonioso que ella misma dibujaba cuando se remangaba de verdad y tomaba las riendas del partido: «Has dejado una huella en mí que difícilmente habrá algo que lo pueda reemplazar».
El pabellón pareció decirle lo mismo cuando le devolvió todo el cariño de estas 15 temporadas resumidas en el cartelón que anunciará que esta, por siempre es ya su casa, y que le entregaron como colofón al cierre de una carrera ejemplar, el alcalde Carlos García Carbayo y Almudena Parres.
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