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Durante estos días del año se multiplican las fiestas patronales en los pueblos de la provincia de Salamanca, de Castilla y León y de media España. También esas pequeñas y medianas localidades bullen de vida, alegría y actividad: se celebran actos de todo tipo y, sobre todo, hay niños y jóvenes en sus calles y plazas; casas que habitualmente están cerradas permanecen abiertas este mes de agosto, especialmente durante estas jornadas, debido a la vuelta de los llamados «hijos del pueblo» que emigraron y se fueron a trabajar fuera; en muchos casos estos últimos vienen acompañados a su vez de sus hijos y nietos o de amigos. En resumidas cuentas, que hay mucha vida y puede que un visitante ocasional se lleve la impresión de que siempre es así. Por eso yo recomiendo que, para comparar la vida real durante la mayor parte del año en esas calles y plazas, ahora medio llenas, hay que volver, por ejemplo, dentro de seis meses, a mediados de febrero en torno a San Valentín, el Día de los Enamorados, siempre que no coincida con un fin de semana y con los carnavales. Un martes o un miércoles de esa semana de la mitad del invierno, se comprobará que las calles y plazas, ahora llenas, están vacías y no hay «ni un alma»; y, por supuesto, los niños y jóvenes también brillarán por su ausencia. Esa es la realidad de nuestros pueblos, que cada año que pasa están más vacíos y con la población más envejecida.
No creo ser pesimista, sino que me limito a describir la realidad. Lo de la vuelta a los pueblos, al medio rural y a los espacios abiertos tras la pandemia fue tan solo un espejismo. Pocos son los que marcharon de las ciudades al campo y se han quedado en él. La mayoría ha retornado a sus lugares de origen, que son las grandes ciudades. No es un fenómeno exclusivamente español, sino que se da a nivel mundial. Las autoridades chinas se han tenido que poner muy serias y han adoptado medidas «manu militari» para frenar la emigración del campo a la ciudad. En los países de la Unión Europea (UE), incluso en los más apegados al mundo rural, como es Francia, tampoco se libran de esta tendencia a la concentración de la población en grandes ciudades y en colmenas. ¿Cuáles son los motivos? Supongo que sociólogos y geógrafos, entre otros especialistas, podrán dar algunas claves. Mientras tanto, en España llevamos ya unos cuantos años en los que se habla mucho de la despoblación y de los desequilibrios territoriales, pero la verdad es que esas palabras no se han traducido en hechos y políticas concretas por parte de los Gobiernos (tanto del PP como del PSOE), más allá de crear comisionados o figuras similares para luchar contra el reto demográfico. En las Comunidades Autónomas sucede otro tanto. Todo lo anterior me provoca una gran duda, ¿acaso hay solución?.
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