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Vista Alegre (Bilbao). Domingo, 25 de agosto. 8º y último festejo de las Corridas Generales. Un cuarto de entrada (3.500 espectadores), en tarde nublada y de temperatura agradable.
GANADERÍA 6 toros de Dolores Aguirre (el 5º, como sobrero), de aparatoso volumen (salvo el 6º, sobrepasaron y rondaron los 600 kilos), de imponente presencia. El conjunto ofreció pobre juego.
DIESTROS
FERNANDO ROBLEÑO (Champán y oro) Estocada atravesada (ovación); y cuatro pinchazos (silencio tras iun aviso).
DAMIÁN CASTAÑO (Azul soraya y oro) Estocada atravesada que asoma (silencio); y pinchazo y estocada delantera atravesada (oreja).
JOSÉ GARRIDO (Azul marino y oro) Cinco pinchazos, media y cuatro descabellos (silencio tras aviso); y estocada trasera atravesada (silencio).
Al cuajado y hondo encierro de Dolores Aguirre lo dejó insignificante un imponente sobrero de nombre Argelón. Era el no va más. No llegó con sus 633 kilos a los 640 del que abrió la función, pero impuso más que ninguno. Por alto, por largo, por cuajado, por desafiante... por todo. Y a todo ello le unió un comportamiento fiero, indómito, correoso, temible, incierto siempre y tremendamente exigente, sobre todo porque no concedió ni un centímetro en sus siempre exiguas embestidas. Racaneando cualquier paso, escatimó todos ya no por no completar ni un solo viaje sino por tener además una aviesa intención en cada uno de ellos.Eran, por tanto, peor las ideas que la propia fachada lo que asustaba. Todo el mundo en alerta en el ruedo. Sobrecogidos también los espectadores en los tendidos que tocaban con sus manos el miedo que trepaba del ruedo. Bajo ese panorama apareció un Damián Castaño titánico que salió a darlo todo. A dar un paso más en su ascenso. A entregar su vida en un esfuerzo titánico en el que se sobrepuso a toda la dificultad contada con un arrojo tremendo, una confianza total, una entrega aplastante y una verdad suprema. La sinceridad más absoluta en una faena breve que, por la intensidad, pareció la más larga de todas. Valor sin cuentos. Verdad sobrecogedora.
Argelón salió abanto de chiqueros, Damián Castaño lo enceló de capa con oficio con la pierna flexionada y en el comprometido remate, cuando ya apuraba demasiado, le puso los pitones en el pecho, desarmándole y obligándole a tomar el olivo. Javier Martín se empleó en fuerte puyazo en el primer encuentro, ni toro ni picador se entregaron tanto en el segundo envite. Antonio Chacón y Fernando Pérez las pasaron putas en banderillas con el toro ya más orientado si cabe. Como ya pasara en su primero, Damián Castaño volvió a ofrecerle con toda la generosidad posible la mano izquierda sin probaturas en el inicio del trasteo. Como ligar era imposible a aquella alimaña buscó los muletazos de uno en uno, porque el toro no pasó ni completó ni una vez sus viajes quedándose muy corto siempre. Realmente decir corto era ser demasiado exagerado. Parecía como si saltaran chispas del oro del bordado del vestido en cada embroque. La exigencia del toro fue salvaje. Enterado siempre, se encontró con un torero titánico, cada vez más poderoso, más capaz, más lanzado y más sincero. Iba a por todas. Le robó dos tandas de derechazos de mérito supremo que a esas alturas parecían imposibles. Le tragó, le aguantó, le exigió y encontró una recompensa que tuvo un valor bárbaro. Todo eso dio paso a la joya de la corona: una tercera serie soberbia porque no solo la hizo realidad sino que encima la saboreó e incluso se llegó a gustar con los pies totalmente asentados en el negro ruedo del Bocho. Aquello hizo temblar los cimientos de Vista Alegre, fue un estruendo maravilloso con el olé más sincero de la afición, el que brota del alma cuando siente la verdad suprema. La plaza en pie.
La faena, desarrollada entre las rayas de picar en la misma puerta de la enfermería, tuvo una emoción bárbara. En las postrimerías quiso aprovechar los muletazos en lo que le daba la salida hacia las tablas pero ni en esas el toro le regaló nada ni le dio el más mínimo respiro. Toda la faena transcurrió en un ¡ay! Tenía las dos orejas en la mano, o al menos se las hubieran pedido, pero la espada volvió a ser su cruz que esta vez, sin embargo, no le robó toda la gloria, porque tras el pinchazo enterró el acero hasta los gavilanes y tumbó a Argelón. Castaño saboreaba la vida y respiraba aliviado. Batalla bien ganada.
Fue la faena de la tarde, una de las faenas de las Corridas Generales de este Bilbao en entredicho que ayer brilló con la verdad absoluta de su toro. Tarde de pocas opciones en la corrida de Dolores, con la que Robleño estuvo solvente y capazy a Garrido le pesó demasiado el estreno con este temida divisa de la que enlotó con el toro con las opciones menos malas, el tercero. Ninguno fue vibrante ni bravo en el caballo. El primero de Damiántambién fue un pájaro. Carafea tuvo un comportamiento temperamental, que viajó siempre sin entrega, con molesto cabeceo y constantes derrotes. Tragó quina el salmantino en cada envite, con menos recompensa. Pareció no pasar fatigas en apariencia y era para pasarlas. Claro que todo eso con la emoción que brotó en el quinto quedó casi en mera anécdota. Damián Castaño se desató en Bilbao. La oreja supo a dos.
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