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Madrid, Las Ventas. Jueves, 6 de junio Casi lleno en los tendidos. Entoldada la segunda mitad, con lluvia y vendaval.
GANADERÍA 6 toros de Adolfo Martín, encierro. Cinqueño, de serias hechuras y aparatosa cornamenta. Deslucido y peligroso el 1º; apagado el 2º; frenado y a la defensiva el 3º; noble el buen 4º; orientado el 5º; y noble sin entrega el 6º.
DIESTROS
ANTONIO FERRERA BLANCO Y ORO Pinchazo y bajonazo (silencio); y dos pinchazos, estocada y tres descabellos (saludos tras aviso).
MANUEL ESCRIBANO LILA Y ORO Casi entera (saludos); y estocada (vuelta al ruedo tras petición).
JOSÉ GARRIDO VERDE Y AZABACHE Estocada baja perdiendo la muleta (silencio); y bajonazo infame (ovación).
Los dos únicos toros que embistieron lo hicieron bajo la lluvia. Con sol, los tres primeros sacaron carácter, peligro y aviesas intenciones. Un truño de media corrida. La lluvia llegó en el ecuador de la función y pareció cambiar el sino. Apareció la templada y ritmica embestida de un Malagueño con personalidad, que tuvo poca fuerza pero un fondo de clase excelso. Le estomagaban los tirones y las prisas pero se entregó con franqueza al mimo y al temple. Los aficionados, ante la inesperada lluvia, habían desertado, pero quedaba aún más gente que cuando saltó el quinto, el más cornalón y aparatoso de la feria:Aviador, al que se fue a recibir a la puerta de chiqueros Escribano, a quien no mermó el ánimo ni la huída de la parroquia ni el tormentón que se cernía sobre el cielo venteño. En ese momento no sabía que en el palco estaba acomodado un presidente insensible e injusto.
Escribano había derrochado actitud ya con el segundo, más allá de un primer saludo a portagayola, por consentirle a un toro que no acabó de enseñar su árida condición escondida en una nobleza apagada. En el último embroque, el de la suerte suprema, que Escribano enfiló con una tremenda verdad, le metió el pitón entre el chaleco y la chaquetilla como despedida antes de perder la batalla definitiva. El toro, claro. Manuel la ganó. Como la ganó con el cornalón Aviador, de ilustre reata de la casa, pero que no dio continuidad a los toros de recuerdo. Pese a la nobleza inicial y a una feble fortaleza, tuvo la virtud de humillar. Pero le faltaba recorrido y entrega. Le consintió Escribano en las primeras series, cuando trató de imponerse y apretarle al natural en el ecuador del trasteo le echó mano. Le empaló por la corva, lo zarandeó por alto y lo encarceló ya en el suelo entre aquellos dos pavorosos pitones. Salió ileso de milagro y volvió a la cara con la misma sinceridad. A partir de aquella voltereta el toro redujo la nobleza que escondía en solo un cuarto de muletazo, que fue lo que viajó, cada vez más orientado y listo. Escribano, templado, seguro, sereno y valiente siempre, le consintió mucho, y lo mató con una verdad absoluta de gran estocada. Al presidente no encontró motivos para valorar la petición del huído aforo. Robar a un torero honrado es fácil.
El otro pasaje destacado fue de Ferrera y Malagueño, el cuarto, cuando este se sostuvo y brotó el fondo de clase y ritmo que llevaba en su depósito. Templado el torero, relajados y suavizados los muletazos, surgieron momentos templados y cadenciosos, pero intermitentes. El toro ya no se volvió a caer, aunque el molesto viento hizo de la muleta de Ferrera una bandera que destempló a uno y otro, violentando en el tramo final cuando la faena parecía lanzarse.
Probón y la defensiva, el precioso tercero derrotó en el embroque y cuando trató de limarlo Garrido se paró y redujo sus ya rácanas embestidas. El sexto con sus amoruchadas hechuras tuvo nobleza sin entrega y Garrido, que lo recibió muy bien de capa, estuvo afanoso con él, pero lo mató horriblemente mal.
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