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Casi lleno en los tendidos, más de 9.000 espectadores en tarde nublada, con lluvia en los dos primeros toros y agradable temperatura.
GANADERÍA 6 toros de Garcigrande, de desigual y variada presencia, de poca el entidad el simplón 1º, que fue noble pero sin fuelle;con calidad el dulce y suave 2º;apagado el almibarado 3º; excelente el 4º, que resultó un toro espléndido, por la calidad, la entrega, la fijeza, la duración y el son; llamado Querido, número 2, negro de capa, nacido en febrero de 2020 y de 506 kilos de peso, fue premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre. Manso el 5º; interesante y bueno el 6º.
TOREROS
A. TALAVANTE Esperanza y oro Pinchazo y estocada (saludos); y pinchazo y estocada (dos orejas).
ROCA REY Tabaco y oro Pinchazo y estocada (saludos tras petición);y estocada (dos orejas).
PABLO AGUADO Esperanza y oro Estocada (oreja); y gran estocada (oreja).
Los fogonazos del toreo más excelso, con intermitencia y sin rotundidad, que firmó Pablo Aguado —ante un Púgil que más que golpes necesitó caricias— los fulminó de un plumazo Querido, el cuarto. Un toro de bandera que puso las cosas en su sitio. No le hizo falta el indulto que le hubiera restado méritos a un juego soberbio; la vuelta en el arrastre multiplicó las virtudes de un toro para el recuerdo. El premio justo, bastante más que las dos orejas de Talavante, todo un exceso; como cualquiera de los dobles trofeos concedidos en la Feria y que no han hecho justicia a lo que ha sucedido en el ruedo. Esta puerta grande está devaluada en busca de un absurdo triunfalismo. El que más se la ha ganado ha sido Justo Hernández con este Querido de premio gordo.
Ese cuarto no hizo cosas buenas en su aparición, saliendo distraído en el saludo capotero de Talavante, se fue al relance al caballo de Miguel Ángel Muñoz y ahí despertó con ímpetu y tino. Empujó con fijeza y fortaleza en serio envite y de allí ya salió un toro distinto. Le vino grande a Álvaro Montes en la brega que, de tanto que lo quiso cuidar y aliviar, no lo supo sostener, sujetar y educar en la brega; Javier Ambel tan bien quiso hacer las cosas que se enredó... y aunque pareciera que aquel tiempo estaba siendo perdido no fue tal. Sirvió ya para ver las maravillosas virtudes de Querido. Un toro para quererlo, gozarlo y disfrutarlo. Un toro para sentirse orgulloso. De los que enamoran y descubren a los malos toreros. A Talavante no se le fue pero no lo cuajó, entre otras cosas porque Talavante hace tiempo que dejó de ser Talavante. Muchos muletazos y ninguno para el recuerdo. La prontitud del toro fue soberbia siempre, de principio a fin. La bondad exquisita, la nobleza y la calidad desbordante. El fondo infinito. No fue solo las veces que embistió sino cómo lo hizo en cada una de ellas que fueron muchas. Y las últimas no fueron menos importantes, profundas y buenas que las primeras.
La manera de humillar fue superlativa; y la forma en la que volcaba la cara y acomodaba los pitones maravillosa. Un toro de los que invitan a torear. Todas esas virtudes necesitaban mimo, caricia, pulso, entrega y verdad. Talavante no supo bajar la velocidad y acompasarse, lo hizo todo demasiado rápido y, sobre todo, a mucha distancia. Se comprometió poco. Se ajustó nada. Solamente cuando tomó la espada de verdad y comenzó la tímida petición del indulto se templó en tres naturales que supieron a poco para tanto derroche de bravura.
Fue el gran protagonista más allá de los regalos de las tres puertas grandes. Con lo que no pudo fue con los exquisitos pasajes de toreo caro que esparció Aguado en el tercero. Se templó para torear más despacio que ninguno. Se gustó más que nadie. Se comprometió y, sobre todo, deletreó el toreo acariciando esas embestidas. Trató de estirarse a la verónica con buen juego de brazos y las plantas de los pies asentadas;el inicio de faena resultó monumental. Algunos de sus muletazos se recordarán mucho tiempo. Las trincheras que cosieron los sedosos derechazos mientras caminaba hacia a los medios en la apertura del trasteo tuvieron carácter de acontecimiento.Se quedó ahí, porque no hubo continuidad. El toro, con efecto gaseosa, se fue diluyendo mientras Aguado esparcía aroma del toreo más gratificante que sirvió para perfumar la tarde como ninguno hizo: los pases de pecho, las trincheras, los ayudados, el kikirikí... Esencia pura.
Talavante pareció cogerle el pulso al primero pero aquello supo a poco. Dos circulares por la espalda de Roca metieron la público en la tarde, tras comenzar la función bajo los paraguas. Uno al principio para llamar la atención, otro para lanzar la faena pasado el ecuador, antes de un arrimón sincero. Tenía el trofeo en la mano, un pinchazo le sirvió al palco para ponerse en su sitio; aunque ese nivel ya no logró mantenerlo después. Las dos orejas a Talavante y otras dos a Roca, después de una faena con asiento, mando y poder ante el encastado manso quinto. El peruano se quedó quieto con él, lo sujetó y ahí estuvo el mérito. El del toro, su transmisión y la humillación que siempre tuvo, los viajes largos mejorados en su mansedumbre. Tan larga fue la obra que se diluyó el interés. La estocada fue rotunda; pero no tan contundente como la de Pablo Aguado al sexto. La rectitud con la que se tiró, la sinceridad con la que enfiló el camino de la muerte por sí sola fue de premio. Y en tarde de regalos no hubiera sido justo que quien mejor toreó se fuera andando de la plaza.
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