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LA MAESTRANZA Jueves, 11 de abril de 2024. 5º festejo de abono de la Feria de Abril. Lleno de «No hay billetes». Sol y mucho calor.
GANADERÍA 6 toros de Juan Pedro Domecq, corrida de justa presencia y desigual;mansa en el caballo y descastada en la muleta en conjunto. Noble el 1º; manso y descastado el 2º; descafeinado el 3º; nulo el 4º; deslucido el 5º; y manso rajado el 6º.
DIESTROS
MORANTE - ROSA Y AZABACHE Estocada baja (ovación con saludos); y espadazo contrario y feo que atraviesa, media y descabello (silencio).
MANZANARES - SANGRE DE TORO Y ORO Estocada (silencio); pinchazo, estocada contraria y cuatro descabellos (silencio).
PABLO AGUADO - SANGRE DE TORO Y ORO Metisaca, pinchazo y estocada (silencio); y media estocada (palmas de despedida).
Veinte muletazos duró la corrida de Juan Pedro. Un petardo en toda regla, un descalabro aún mayor después del derroche de bravura de las dos tardes precedentes. A la terciada corrida lo único que le hubiera salvado hubiera sido que le brotara la bravura, carentes ... de ella la pobre presencia pareció menor aún cuando despejaron su condición. Un fiasco. Llegaron las figuras y desapareció el toro y los toros bravos que inundaron La Maestranza martes y miércoles.
Ni uno, porque entre estos seis apenas sumaron esos veinte muletazos que brotaron entre la decepción y la nada. Ocho se lo inventó Morante con el primero, el más noble del envío que hubiera sido el vulgar de una buena tarde; cuatro le quitó Manzanares al quinto con el se puso tesonero y otros ocho hicieron concebir un atisbo de esperanza en el ocaso de la tarde cuando Pablo Aguado se puso a torear sin preparativos al sexto. Dos tandas con una movilidad desconocida en toda la función que resultaron un espejismo. Se rajó con estrépito. Y se acabó todo. Dos horas justas de modorra, en la que solo hubo ciertos sobresaltos con el capote y detalles cogidos con alfileres que pasarían de largo para quien se entretuvo en mirar sin ver. La faena de Morante al primero tuvo sabor e intermitencia pero no fue contundente. Le puso más al toro que lo que tenía el de Juan Pedro.
La entrega que le faltó la puso el cigarrero en trasteo de asiento y buenas formas que culminó con un pasaje exquisito que pasó desapercibido pero resultó mayor. Le dio categoría el torero a la forma de cuadrar al toro para la suerte suprema, cuando se le puso protestón. Sin apenas mover los pies, a dos manos, lo pasó cuatro o cinco veces con una facilidad exquisita, con gusto, solvencia y sabor. Lo dejó listo. No protestó más. Le entregó y enseñó la muerte y a por él se fue, pero la espada se fue baja. Con el cuarto abrevió. El poco tiempo que le dedicó pareció mucho para lo que mereció el toro.El segundo no quiso pelea en ninguno de los últimos veinte minutos de su vida. Esa pobre condición permitió otra de las notas brillantes: la forma en la que Manzanares recogió al animal de capa, dejándosela en la cara, tapándole la salida, engatusándolo y no dándole más opción que embestir. Con el compás muy abierto, las manos bajas y el percal cogido lejos de la esclavina firmó un saludo capotero sabroso.
No hubo más. Ahí se acabó todo. Nada que ver aquella inteligencia capotera con la esencia y la clase que impuso Aguado en la bienvenida al tercero. Ocho verónicas y media recogidas cerca de tablas y rematadas en los medios. Temple, mimo y suavidad ante un toro que embistió con una calidad que no mantuvo en la muleta. Demasiada sosería en un toro que dejó hacer a Aguado en faena en la que navegó sin que se le agitara el corazón. La emoción fue nula, como toda la tarde.
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