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Plaza de toros de Las Ventas de Madrid. Viernes, 17 de mayo de 2024. Lleno de «no hay billetes» (22.964 espectadores), en tarde encapotada, ventosa y fría.
GANADERÍA 6 TOROS DE LA QUINTA, noble pero rajado el 1º, desentendido y a menos el 2º que apuntó calidad sin desarrollarla; con picante el 4º; bravo el 5º; apagados 3º y 6º.
DIESTROS
MIGUEL Á. PERERA. Nazareno y azabache Pinchazo y media estocada con cuatro descabellos (saludos tras dos avisos); y estocada casi entera (vuelta al ruedo tras aviso después de petición de oreja).
EMILIO DE JUSTO. Blanco y azabache Estocada (ovación con saludos); y estocada y cinco descabellos (vuelta al ruedo tras dos avisos).
GINÉS MARÍN. Azul y oro Tres pinchazos (aviso); y atravesada defectuosa, dos pinchazos y estocada (silencio tras aviso).
El encierro de La Quinta necesitó un trato exquisito en la primera parte. Bondad cogida con alfileres y poca duración. Se agotaron demasiado pronto. La primera faena de Perera resultó intermitente, la de De Justo se terminó casi antes de empezar. La de Ginés al tercero, ni empezó. La nobleza de los Santa Coloma apareció sin sobresaltos y se diluyó pronto. Plantó renunció en pleno despegue de la faena el primero, se aburrió antes el segundo y no dijo nada el tercero. Y así se acabó la primera parte. Con una tanda al natural de Perera, un embraguetado y meritorio saludo capotero de Emilio de Justo, tomando el capote muy cerca de la esclavina, para interpretar lances de mano baja y ganando terreno hacia los medios, en detalle que ya no se estila. Y dos portagayolas de Perera y Ginés Marín, que fueron de buenas intenciones.
La segunda parte del encierro, con las mismas buenas hechuras, fue mucho más seria, más ofensiva y más descarada de pitones. También sacó más carácter, intensidad y picante. Y en esas estábamos cuando saltó Periquito, el quinto, un toro bravo y con temperamento que vendió muy caras sus embestidas. Fue el que más y mejor empujó en el caballo, con fijeza, metiendo los riñones y peleando el castigo. Y no regaló nada. La faena tuvo intensidad siempre, porque intensa era la embestida y porque intenso estuvo Emilio de Justo. Tenía el toro la virtud de la emoción y la vibración y el defecto de no humillar.
Había que llevarlo muy tapado siempre y aún así cuando no veía otra cosa que muleta iba hasta el final, aunque esos viajes bullían de efervescencia en cada décima de segundo. Por el izquierdo, en cuanto descubrió al torero, al que ya había avisado, le propinó una voltereta fenomenal. Lo lanzó por los aires y, roto en el suelo, hizo de nuevo presa cogiéndolo por el bajo vientre y lanzándolo de nuevo al infinito. Dramático. Que no dinamitara las carnes resultó un milagro. Se levantó el torero enrabietado y dispuesto a todo. A seguir dando guerra en aquel duelo de bravos. De nuevo con la izquierda, lo pulseó, lo enceló, dejando que metiera la cara y llevándolo poderoso en naturales muy largos que hicieron crujir la plaza. Soberbio. Tomó todo unas cotas altísimas, porque todo lo que salía de allí era de un valor y un mérito enorme. Cada uno defendía su sitio. Su vida. Su territorio. Y también su verdad. Tres tandas más en plena incandescencia. Y un torerísimo final que estuvo a la altura del monumental toreo con esa prodigiosa mano izquierda con la que atemperó la bravura del astado de La Quinta. Toreo por la cara, andándole, ganándole pasos y dejando al toro cuadrado en los mismos medios.
La plaza fue un clamor en ese último muletazo. Allí se perfiló. El silencio sepulcral después. Unos segundos que parecieron toda una vida. La faena era de dos orejas. La espada parecía que lo había certificado, pero se amorcilló el toro. Sonaron dos avisos. Se enrocó con el descabello y esos cinco golpes le robaron una puerta grande de clamor. Con lo que no pudo fue con la monumentalidad del soberbio toreo al natural de Emilio de Justo que quedará en la memoria para siempre. El picante del cuarto trajo unos sobresaltos que Perera soportó con su estoica actitud; la verdad y la rectitud con la que se tiró a matar resultó otra de las notas caras. Esa estocada calentó como no había hecho la faena, por meritoria que fuera. Por eso fue sorprendente la mayoritaria petición de oreja, que denegó el palco. La vuelta al ruedo hizo justicia a los méritos. Ginés no encontró acomodo con el tercero ni tampoco con el sexto, dos toros apagados, en las antípodas de la bravura que puso la efervescencia de la tarde y de la feria. El runrún aún seguía latente de aquel vibrante y bravo duelo: De Justo y Periquito con un monumental toreo al natural.
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