Casi no ve la luz: el polémico documental de Netflix que no quieren que veas
Una orden judicial paralizó su emisión en mayo
Este fin de semana existen un sinfín de contenidos con los que entretenerse. En HBO Max, el décimo y esperado episodio de 'And Just Like That', que se va acercando a la recta final, mientras 'La Edad Dorada' y la comedia española 'Furia' ofrecen una mezcla de drama de época y humor ácido. En Netflix, 'Indomable', en la que dos agentes investigan la sospechosa muerte de una joven en Yosemite, continúa líder en el top de lo más visto. Y desde Turquía, el melodrama 'Cartas al pasado' se cuela en el top 10 con una trama jugosa castigada por una pésima ejecución.
Pero de entre todas las propuestas, hay una que sobresale por su polémica, tanto fuera como dentro. El pasado mes de mayo, EFE informaba de que una orden judicial había conseguido impedir el estreno de 'Angi: crimen y mentira', un documental que expone cómo fue el crimen de Ana Páez en Barcelona en 2008. La asesina fue María de los Ángeles Molina, alias Angi, que denunció a la plataforma por el uso de imágenes personales previas al crimen que no habrían contado con su consentimiento. Sin embargo, sin apenas promoción y de forma silenciosa, Netflix lo ha estrenado finalmente el pasado 25 de julio, posicionándose rápidamente en el top 10 de la plataforma.
No soy fan de los documentales sobre crímenes reales, pero lo cierto es que este deja descuadrado al espectador al terminar de verlo, algo que no lleva mucho tiempo, ya que consta de solo dos episodios, pero muy impactantes. No solo resulta estremecedor el hecho de que personas como la autora de este asesinato convivan con nosotros y sean capaces de cometer crímenes calculados y por motivos económicos, una de las formas más extremas de deshumanización. Primero el crimen de Ana Páez, su amiga. La durmió con una sustancia y luego la asfixió. Dejó su cuerpo desnudo tendido sobre la cama, con una bolsa en la cabeza, y vertió sobre ella el semen de dos gigolós que había contratado previamente. Un escenario creado para fingir un crimen por motivos sexuales, en el que no faltaba tampoco la peluca, la misma que la asesina usó para ir por los bancos y aseguradoras cobrando dinero suplantando la identidad de la víctima, el móvil del crimen. Angi tenía hasta coartada: había ido a Zaragoza a por las cenizas de su madre. Sin embargo, teniendo en cuenta que viajaba en un coche de alta gama, pudo perfectamente volver en tiempo récord para asesinar a su amiga. Los cabos sueltos y las cámaras de vigilancia de los bancos la delataron y la llevaron a prisión.
No obstante, a pesar del horror de este crimen, el documental recoge algo aún más turbio: la sospechosa muerte de su marido en 1996, que volvió a investigarse tras ser condenada por el asesinato de Páez. Ya resulta difícil pensar que una persona con una peluca sea capaz de suplantar tan fácilmente la identidad de alguien en entidades bancarias y aseguradoras, pero los funcionarios que llevaron a cabo el levantamiento del cadáver del esposo de Angi y la posterior investigación no se quedan atrás. Muchas pruebas y fotografías no se recogieron, otras se destruyeron y muchos datos de vital importancia fueron pasados por alto. En la reapertura de la investigación existían indicios de peso que mostraban una presunta planificación del crimen, e incluso se conocía el posible modus operandi. Sin embargo, no hubo interés por parte de la fiscalía ni del juzgado en reabrir el caso. El documental finaliza con una afirmación escalofriante, desde la cárcel, Angi habría planeado un tercer asesinato.
Todo esto plantea una serie de cuestiones estremecedoras después de ver el documental. Solo puede haber dos motivos que expliquen todo lo que rodea a este suceso, una incompetencia sin límites por parte de los trabajadores de bancos y aseguradoras y de los funcionarios policiales y judiciales que trabajaron en el caso, o algo mucho peor, que la imparcialidad en la justicia y la seguridad ciudadana estén influidas por los golpes de talonario. Nada de esto es demostrable, pero uno se plantea... quizá si Angi hubiese ido con una bolsa de esparto en lugar de un bolso de marca por los bancos y aseguradoras, lo habría tenido más complicado para suplantar identidades y estafar miles de euros. Quizá si fuese la conductora de un Clio y no en uno de lujo el caso y el juicio habrían sido muy diferentes.
En definitiva, asusta pensar que el sistema pueda estar orquestado para proteger los intereses de quienes tienen peso económico o político, y que todo sea una pantomima para que las clases más bajas sigan rindiendo pleitesía mientras dedican su vida a trabajar y pagar impuestos, creyendo vivir en un mundo más o menos justo, seguro e igualitario.