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Adrián Rincón (Salamanca, 1996), le gustaría ser director de orquestas sinfónicas. ALMEIDA
Una historia sin límites: el director de orquesta salmantino sin vista

Una historia sin límites: el director de orquesta salmantino sin vista

“En mi debut cambié el orden del programa y se me olvidó que los músicos saludaran”, apunta el joven

Viernes, 18 de junio 2021, 22:41

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El salmantino Adrián Rincón, de 24 años, ha debutado este mes como primer director de orquesta ciego titulado de España, dirigiendo a una sinfónica de 45 músicos en el Auditorio de Barcelona.

–¿Qué tal le fue en su debut?

–Estoy contento. El público estuvo muy entregado y en alguna pieza aplaudió un montón, pero hubo algún fallito: un músico se perdió en un movimiento de Stravinsky aunque se reenganchó bien. Y yo estaba nervioso e hice cosas que no hubiera querido hacer: cambié el orden de las piezas del programa, se me olvidó invitar a los músicos a que se levantasen... cosas de protocolo.

–¿Quiere ser director de orquesta profesional? Es un mundo muy complicado.

–Es complicado y más con mi discapacidad. Cada director es único y tiene su carisma, su forma de ser y de trabajar. A mí me gustaría que si me contratan sea por mi calidad musical, no por mi discapacidad. Entiendo que la discapacidad puede dar espectáculo, pero lo guay es que te llamen porque les gustes. Si no, que no te llamen.

–No es ciego de nacimiento.

–Hasta los 12 años veía un poquito, suficiente para moverme sin bastón o leer libros con tinta ampliada. Tenía glaucoma congénito, que me lo transmitió mi madre al nacer, y a los 12 años me entró una infección, perdí la vista y solo veía la luz. Así es como estoy actualmente. Para mí la ceguera no es una desgracia. La mayor desgracia que me ha ocurrido ha sido la muerte de mi madre.

–¿Cómo recuerda aquel momento de la pérdida de visión?

–Con un poco de pena, pero ya sabía leer en braille y manejar el bastón. Me enseñaron desde los siete años y cuando llegó la pérdida de visión no me pilló de sorpresa. Tenía que asumirlo, pero no me costó adaptarme a la nueva vida. Lo superé. Y con la muerte de mi madre, igual: la perdí en 2011 en un accidente de tráfico y fue un golpe duro. Estuve dos semanas sin querer salir, sin clases... pero lo superé.

–¿Y la vocación musical cuando surgió?

–Con tres años iba a casa de unos tíos, que acababan de adoptar a mi primo. Mi tío es un melómano, con un montón de vinilos, cds y cintas, y casi siempre tenía puesta Radio Clásica. Yo me interesaba, me quedaba escuchando. Cuando quise probar suerte, mis padres me metieron en una academia donde estuve tres años de iniciación. Luego entré al Conservatorio Profesional de Música de Salamanca, donde hice piano clásico hasta 2016. A los 9 o 10 años había empezado a experimentar que tenía oído absoluto, que es la capacidad de identificar, a partir de una frecuencia sonora, qué nota está sonando sin referencias auditivas como un piano o un diapasón. También comencé a conocer a esa edad la música moderna y me gustaba sacar de oído un montón de cosas. En música moderna, uno de los compositores que más me ha influido ha sido Mike Oldfield: iba a la Biblioteca Torrente Ballester o al videoclub de Federico Anaya, pedía en préstamo sus conciertos en directo y me ponía con un Casio de 24 teclas, casi de juguete, a sacar las melodías. Y siempre me quejaba porque no podía tocar más agudo o más grave. Con 11 años me compraron un piano de madera. De los 8 a los 10 me tuve que conformar con el Casio, pero disfrutaba y me llenaba mucho.

–En 2011 empezó a recibir clases particulares el salmantino Chema Corvo.

–Estuve hasta 2017 con Chema Corvo. Toca piano jazz y como también me gusta ese mundillo, porque me molaba ese rollo, tuve esa formación no reglada. Es un cacho de pan dando clase, y conoce muchísimo repertorio, tiene muchísimos recursos para improvisar y se adapta a todos los niveles de sus alumnos.

–¿Qué le gustaría hacer si pudiera ver?

–Conducir trenes, pilotar aviones... me gusta la adrenalina. Pero estoy muy contento con la música. Y de 2008 a 2011 estuve compitiendo en natación en la Federación Española de Deportes para Ciegos, pero lo tuve que dejar: estaba en 3º de la ESO, hice piano, un año de órgano...Tuve que decidir.

–En el día a día ¿es independiente?

–Puedo hacer todo prácticamente. Cojo transporte público, me visto, me ducho, cocino... lo que hace cualquier persona. Lo que más cuesta es combinar la ropa, pero tenemos el truco de lavarla por juegos conjuntados para que no se desordene. Me encanta cocinar, vivo en Madrid con mi pareja que también es ciega y tenemos pegatinas y gomets al lado de los botones de la vitro. En la cocina lo que mejor se me da son las legumbres, las lentejas, la pasta; tengo que mejorar los guisos de carne, las tortillas se me daban fatal y lo he solucionado con una sartén doble, aunque hay que afinar el tiro para dar bien la vuelta. Lo más complicado para una persona ciega es el huevo frito: usamos unas sartenes pequeñitas de 15 pulgadas para que cuando metas la espumadera el huevo salga sí o sí. No siempre salen bien, pero hay gente ciega que le encanta cocinar, hace cosas muy chulas y los huevos les salen perfectos

–¿Se plantea tener hijos?

–No soy niñero. Mi pareja y yo tenemos claro que no queremos tener hijos. Pero nunca se sabe: a lo mejor a los 30 años me entra el rollo. Los hijos son una responsabilidad enorme. Admiro el meritazo de los padres.

–Su pareja, Loli Ayuma, es vocalista de jazz aficionada.

–Es muy buena, tiene muy buen oído y buen criterio musical y desde siempre la música ha sido su pasión. Yo orquesté el bolero “Noche llena”, que compuso con otro pianista, que ella canta en un disco.

–¿Un compositor favorito?

–Clásicos: Brahms, Dvorak, Ravel, Ligeti, Stravinsky, Stockhausen y Salvador Brotons. Modernos: Mike Oldfield, Genesis, Police, Sting, Queen, Beatles y cosas de Dylan. Y vinculados a Salamanca: Antonio Cabezón, Juan del Enzina, Bretón, Enrique Blanco, Miguel Manzano y José María Laborda.

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