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Evaristo Martínez, uno de los últimos punk salmantinos de los años 80.

El último punky salmantino: «Soy un punk de postal, de tarjeta de plástico, no de suburbio»

Evaristo Martínez uno de los últimos reductos de este movimiento que tuvo a sus seguidores en Salamanca en los 80 y principios de los 90

M.B.

Domingo, 28 de septiembre 2025, 11:57

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resta de veinte centímetros, ropa llamativa, cazadora de cuero negro y actitud provocadora. Evaristo Martínez García, «Coque» para sus más cercanos, encarna ese perfil que él mismo define como punky de plástico: más pendiente de la estética, de la mirada ajena y del gesto desafiante que de la miseria de los suburbios donde se forjó el punk más crudo.

Este punk es de Santurce, aunque asentado en Salamanca desde hace ya muchos años. «Me gusta que me miren», reconoce sin tapujos. Y lo consiguió: desde que una vecina lo comparó con «una gallina» al verlo caminar con su cresta erizada, hasta cuando logró librarse de la objeción de conciencia porque el concejal encargado lo mandó de vuelta a casa con la excusa de que no se presentara «hasta que le creciera el pelo». Desde ese momento, se agarró a esa estética provocadora.

Además reconoce sin tapujos que le llevó por el camino tortuoso de las drogas. En la actualidad es una persona que ha logrado estabilizar su vida después de muchos tratamientos e intentos de dejar las drogas. Ahora, el mismo avisa de que una de las peores cosas que le puede pasar a alguien es caer en el mundo de las adicciones. «Soy enfermo de salud mental. Tengo tres tipos. Soy politoxicómano y vienen de raíz, es decir, de la toma de drogas y alcohol. Ahora mismo con un buen tratamiento me desenvuelvo bien», dice.

Es de Santurce aunque ha vivido gran parte de su vida en Salamanca. Su rebeldía se alimentó, como él explica, con grupos musicales radicales. «Con 15 años empecé a escuchar Eskorbuto, Cicatriz o La Polla Récords, cuyos mensajes antisistema y de excesos marcaron mi adolescencia». «Quizás cuando empecé a hacer punk fue cuando me tatué en el brazo izquierdo la frase No Future, el lema de los punkis. Luego escuché la canción de Eskorbuto «Cerebros destruidos», que fue cuando me hice punk de pensamiento». «Decía: 'El pasado ha pasado, y por él hay que hacer, el presente es un fracaso y el futuro no se ve'. Es bastante fuerte», recuerda.

Aquella filosofía se mezcló con drogas —porros, speed, cocaína— aunque asegura que nunca se enganchó del todo a la heroína. Hoy convive con varios diagnósticos de salud mental y una medicación que le ayuda a mantenerse estable, pero sigue fiel a su imagen. A sus 57 años, dice orgulloso: «Mientras tenga pelo, me haré cresta. Me siento bien así».

De vuelta a su estética punk, uno de los últimos que quedan de los años 80, su primera cresta se la hizo días antes de incorporarse al servicio de la objeción de conciencia, prestación que se realizaba en sustitución al servicio militar: «Me tenía que incorporar a la oficina de la objeción de conciencia, me encabrone estaba borrachín y cogí y me hice una cresta de 20 centímetros, con unos rizos para arriba y esa pinta estaba claro, al llegar, el encargado de allí me mando a casa hasta que me creciera el pelo», señalaba, así que «estuve en casa seis de los nueve meses de prestación».

Reconoce también que había punks de verdad y otros de postal, «en los ochenta había punks de verdad que pillaban la ropa en el rastro y otros los que compraban los pantalones y los complementos en Galerías Preciados, yo era de estos últimos era un punk de tarjeta de plástico».

«A mí realmente lo que me gusta es que me miren de arriba a abajo, a veces no sé si me miran a mí o a mis perritos», y es que cuando no habla de música o de recuerdos, lo hace de sus compañeras de vida: dos pequeños perritos que llenan de alegría su día a día. Se llaman Chispitas y Bombón. «Bombón es el macho, y Chispitas, es la hembra», explica con una sonrisa.

Evaristo Martínez con tres enfermedades mentales y politoxicómano quiere terminar la entrevista con una petición más allá de su estética, pide a los jóvenes que «se alejen de las drogas: es lo peor».

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