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«Caí en una depresión muy fuerte y todavía tengo problemas de ansiedad». Mari Luz Quiroga explica que, tras casi dos décadas cuidando como interna a personas mayores, la mayoría con problemas de Alzheimer, «la impotencia» y la falta de descanso pasaron factura a su salud. «Trabajaba 22 horas al día y no dormía, porque el señor al que cuidada estaba muy enfermo, tenía pesadillas muy fuertes y muchos dolores. Había que cambiarlo de postura cada poco tiempo y curarlo», asegura explicando uno de sus últimos empleos en Salamanca. Pero esta es tan solo de una de las experiencias que ha vivido como empleada de hogar interna desde que llegó desde Bolivia hace 19 años. Abandonó su país en busca de un empleo que le permitiese costear los estudios a los cuatro hijos, que entonces tenían 20, 18, 15 y 4 años. «A la pequeña pude ir a verla años después y me preguntaba si yo era su mamá de España. No me conocía. Luego la traje conmigo y fue muy duro porque me despreciaba porque decía que sí le daba dinero pero la dejé sin el amor de una madre», recuerda entre lágrimas esta mujer que ya cuenta con nacionalidad española.
Para poder enviar dinero a sus hijos, ha trabajado muchos años como interna. «Se sufre mucho. Tienes que aguantar todo el día y la noche. Muchas veces las empleadas del hogar pagamos los platos rotos», comenta. «Cuando tienen alzheimer, algunos mayores son agresivos, te insultan, te tiran del pelo... Sabemos que no lo hacen con malicia y que lo tenemos que soportar, pero también duele», apunta recordando que muchas noches se ha desahogado llorando. Explica, como un matrimonio al que cuidaba, se olvidaban de que ya habían cenado o comido y les decían a sus hijos que ella no les daba de comer. Aunque les explicaba que no era así y a veces le creían, llegó un punto en el que dudaban de ella. Tenía que mandarles fotos del momento en el que les servía la comida para que la creyesen. Finalmente ese empleo, en el que sí estaba asegurada, acabó en despido. Poco después la llamaron para que volviese y ya no lo hizo. Ahora, está feliz con una señora a la que cuida unas horas.
«Descansaba un fin de semana al mes»
De origen colombiano, Yamileth Rojas encontró poco después de llegar a Salamanca en 2018 un empleo como interna. «Era para cuidar a una persona que había que mover con grúa, así como atender una casa de cuatro pisos. Limpiarla, arreglar al señor, cocinar, planchar, organizar los jardines...», explica. «Trabajé allí en negro durante tres años. Como no tenía papeles no me podían dar de alta», añade. «Descansaba un fin de semana al mes. Salía los sábados a las doce del mediodía, regresaba el domingo por la mañana para hacer unas tareas y me volvía a ir desde las 10:00 hasta las 20:00 horas».
En los tres años en los que permaneció sin contrato, no tuvo nunca vacaciones. Pero después de ese tiempo, la familia la ayudó a tramitar sus papeles en la Subdelegación del Gobierno. Así posteriormente cotizó durante casi año y medio. Pero finalmente una serie de diferencias con la mujer que la tenía contratada, llevó a que la despidiesen. «Ya era muy difícil estar allí. Pero las relaciones siguen siendo buenas. El señor es un amor. La verdad es que, cuando cuidas a una persona tanto tiempo, se le coge mucho cariño. Cuando necesitan algo, aún pueden contar conmigo», explica Yamileth.
Después de esa experiencia, esta mujer asegura que no tiene problemas a la hora de volver a trabajar como empleada del hogar, pero «no trabajaría sin contrato», insiste. Salvo necesidad, tampoco aceptaría un trabajo como interna. «En esa casa mi jornada empezaba a las siete y media de la mañana y acababa a las once y media de la noche, con dos horas de descanso, entre las tres y las cinco de la tarde. Y cuando el señor estuvo hospitalizado también hacía noches», recuerda esta mujer que ahora hace sustituciones en una residencia de mayores.
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