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La ciudad del Tormes cuenta ni más ni menos que con 32 parques caninos o pipicanes. No es para menos si se tiene en cuenta la creciente cifra de perros censados en el registro de mascotas del Ayuntamiento, que ya supera los 15.000. Estas zonas son una puerta abierta a la libertad para sociabilizar del perro sin estar atado por la correa obligatoria, pero lo que debería ser un oasis en mitad del asfalto puede convertirse, en ocasiones, en un arma de doble filo. Así lo aseguran en primera persona usuarios habituales.
Helen García es la primera en acudir a la cita de la tarde en el pipicán de la plaza de la Concordia con su cachorro golden de ocho meses, Goku. La usuaria es una habitual en este espacio por cercanía con su casa, ubicada en la avenida de Portugal, y por la afinidad con el resto de dueños, según cuenta ella misma. «Vengo a este porque veo que los dueños controlan a sus perros y nadie intenta contarte cómo educar al tuyo, pero cuando puedo lo llevo a espacios más grandes. En los pipicanes de la ciudad no hay mucho espacio para que corran y la estructura es bastante mala», opina.
Apenas pasan unos minutos cuando Diego González, dueño de Pepa, una perrita de aguas de año y medio, aparece en el parque. Al igual que Helen, reconoce que lo lleva al pipicán por «comodidad y cercanía con su casa», pero critica «la triple altura del parque y el peligro del suelo, donde los perros se enganchan las patas». Además, Diego tuvo hace unos días un susto porque Pepa salió entre las vallas al exterior del pipicán. «La valla es peligrosísima, mi perra se salió, pero un perro medio ágil puede saltarla también», reconoce. No obstante, aprecia que los nuevos pipicanes de la ciudad cuenten con cercados más altos.
Si bien el vallado y el suelo escapan de la responsabilidad de los usuarios, tanto Esther como Diego rechazan la falta de empatía de los dueños de los perros que no recogen los excrementos o que dejan que sus dueños hagan hoyos en los pipicanes sin pensar en el riesgo que corre para otros perros o propietarios. De hecho, a unas cuantas manzanas, en el parque ubicado en la plaza de Julián Sánchez el Charro, Suso, dueño de Kika, ha sufrido alguna caída por este motivo.
Junto a Suso, David y Ana, dueños de una golden llamada Mina, charlan sobre las deficiencias de este pipican. Principalmente destacan la desventaja de que el suelo esté formado por tierra: «Un barrizal cuando llueve y un secarral en esta época». «Se podía establecer un riego un par de veces al día o poner un poco de hierba», sugiere David.
A pesar de ello, Ana saca el lado positivo de tener tantos pipicanes donde poder soltar a su perra: «Vas a otras ciudades y apenas hay, así que apreciamos todos los que hay aquí».
Judit Escudero, dueña salmantina de un perro, opta por no hacer uso de estas zonas para su mascota al considerar que «bien utilizados serían algo muy positivo, pero hay un porcentaje muy bajo de dueños que los utilizan bien». En este sentido, critica lo mismo que los anteriores: la falta de responsabilidad por parte de otros propietarios que «piensan que en los pipicanes vale todo y no recogen los excrementos ni vigilan el comportamiento de su perro».
A pesar de que los técnicos municipales llevan a cabo las labores necesarias para mantener en buenas condiciones estas zonas, el Ayuntamiento ha observado, al igual que los usuarios, que algunos dueños dejan a sus animales hacer hoyos y no recogen los excrementos, por lo que hacen un llamamiento para que cumplan las normas de acuerdo a los carteles informativos. Recuerdan, además, que pueden llamar al 010 para avisar sobre cualquier asunto en los parques.
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