
El negocio donde un aprendiz heredó por sorpresa un legado histórico: «No podía cerrar tras ser de las más antiguas de la ciudad»
Lleva abierto en la misma ubicación, en la Plaza de la Fuente, desde el año 1959
En una ciudad donde cada piedra parece hablar de siglos pasados, hay un lugar donde el tiempo no se mide en campanadas ni en almanaques, sino en cortes de pelo, afeitados a navaja, lociones de antaño y conversaciones que han traspasado generaciones. Ese lugar es La Barbería de Salamanca, de las más antiguas de la ciudad, un verdadero clásico de la Plaza de la Fuente que, desde 1959, ha sido mucho más que un negocio: ha sido un punto de encuentro, un rincón de confianza, y un pequeño templo donde se entrelazan memoria, estilo y alma.
Donde el pasado y el presente se dieron la mano

En el interior de este local, que atesora más de 70 años de historia capilar y humana, alguna vez se cruzaron dos generaciones que reflejaron lo que esta barbería a día de hoy representa: el legado y el futuro. Por un lado, antes, estaba Francisco Javier, toda una institución en el sector salmantino de la peluquería masculina. Por el otro, estaba Eritz Perales, nacido en San Sebastián, cuya conexión con La Barbería de Salamanca se remonta a cuando entró por primera vez como aprendiz, sin imaginar que un día se convertiría en el heredero natural de su «espacio sagrado».
Todo comenzó con Poli, Pepe y Manolo
El origen de este negocio con solera se remonta a los años 50, cuando Poli, un barbero de los de antes, abrió el primer local en el edificio contiguo al actual. A su lado, trabajaron durante años Pepe y Manolo, que formaron un trío irrepetible. En 1982, la barbería se trasladó a su ubicación actual, en la Plaza de la Fuente, donde ha permanecido desde entonces como un faro de tradición, estilo y cercanía. Ese local, con sus espejos amplios y sus sillones robustos, ha sido testigo del paso de tres generaciones de clientes, del auge del afeitado clásico, de la llegada del estilo moderno y del retorno del vintage con alma.
Un maestro que nunca dejó de enseñar
Francisco Javier fue más que un barbero: fue un maestro de vida. Su jubilación, hace 11 años, no supuso su desaparición del local. Siguió vinculado emocional y espiritualmente a ese lugar donde había entregado medio siglo de su vida. «Aquí no solo se enseñaba a cortar el pelo. Se enseñaba a mirar, a escuchar, a entender qué quiere realmente una persona cuando se sienta frente a ti...», recuerda Eritz.

Javier fue quien apostó por él cuando llegó como estudiante en prácticas. «Yo venía solo para aprender unos meses. No pensaba en quedarme. Pero la forma en la que me trató y la confianza que depositó en mí me hicieron cambiar completamente mi visión del oficio», recuerda. Fue ahí cuando entonces se forjó entre ambos una relación profunda: la de padre e hijo profesional o, mejor dicho, la de maestro y aprendiz en el sentido más noble del término. Durante 10 años, trabajaron codo a codo, hasta que la enfermedad obligó a Javier a apartarse del sillón de barbero y, finalmente, a decir adiós hace apenas un año.
El reto de sostener un legado con coraje
Tras el fallecimiento de Francisco Javier, Eritz asumió la barbería en un momento especialmente desafiante. Por aquel entonces, tenía una hija de seis meses, estaba sufriendo la gran ausencia de su mentor, tenía por delante una agenda colapsada y podía sentir en sus propias carnes el peso emocional de continuar una historia con tanta carga simbólica. «Hubo días en los que dudé de si iba a poder con todo, pero la barbería no podía cerrar. No después de todo lo que había significado para tantos y mucho menos para mí», añade.
Contra las dudas, contra el cansancio y el miedo, decidió seguir. Y hoy no está solo. Le acompañan dos jóvenes profesionales, Paula y Carla, que forman parte del nuevo capítulo de esta historia. Juntos, han sabido mantener la esencia del lugar y, al mismo tiempo, inyectarle una energía joven a la barbería, sin renunciar nunca a los pilares que la sostienen: el buen trato, una técnica impecable y una autenticidad absoluta.
65% técnica y 35% corazón
«Ser barbero no es solo cortar bien. Es entender lo que la persona necesita, aunque no lo diga. Es cuidar los detalles, desde la espuma caliente hasta una palabra amable». Así define Eritz su visión de la barbería. Y, quizá por eso, hay clientes que vienen incluso desde Madrid para dejarse cortar el pelo aquí. No por la fama, sino por lo que aquí se respira: verdad, atención y alma.
A día de hoy, La Barbería de Salamanca sigue ofreciendo cortes modernos y clásicos, afeitados a navaja con brocha y masaje y un ambiente que equilibra lo contemporáneo con lo tradicional. La música, la conversación, el olor de las lociones... Todo evoca una experiencia que va mucho más allá del servicio: es un viaje, una pausa y un momento para uno mismo.
Años y años entre capas, historias y generaciones
En 70 años, esta barbería ha visto de todo: desde niños llorando en su primer corte hasta hombres mayores que siguen viniendo cada semana. Desde familias enteras que han sido clientes durante décadas hasta turistas curiosos que entran atraídos por el encanto del lugar. Y lo que mantiene viva esa historia no son solo las tijeras ni los sillones de cuero gastado. Es el hilo invisible que une a cada cliente que ha cruzado esa puerta. Es el hilo hecho de confianza, respeto por el oficio y amor por las personas que, en su día, Francisco Javier empezó a tejer con Eritz.
Una profesión en auge
Para Eritz, La Barbería de Salamanca es una prueba de que el tiempo, cuando se vive con pasión y entrega, no desgasta. De hecho, él mismo asegura que la profesión de barbero es una profesión que cada día que pasa está creciendo más. Y es que, entre las cuatro paredes del local que ahora regenta, donde el pasado no pesa, sino que empuja, «no solo se arregla el pelo»: «Aquí se arregla un poco la vida».
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