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Eugenia de Arriba junto a su hija Paola. OBES

«Necesitaba que atendieran a mi hija, pero nadie quería escucharnos»

En los 45 años que ha convivido Eugenia de Arriba con la discapacidad de su hija Paola, la mujer se ha enfrentado a discriminaciones, facturas desorbitadas y trabas burocráticas: «Todo es una odisea»

Lunes, 6 de octubre 2025, 12:21

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Las cosas han cambiado mucho desde que, hace 45 años, Eugenia de Arriba descubrió que su hija tenía una parálisis cerebral. Entonces, la mayoría de las personas no había oído hablar de esta discapacidad, Aspace todavía no existía y el apoyo económico era prácticamente nulo.

«Mi marido y yo éramos autónomos. Yo era peluquera y él tenía una tienda de licores. En aquella época los autónomos no teníamos Seguridad Social, si la querías tenías que pagarla aparte y nosotros no teníamos dinero. La niña estuvo cuarenta y tantos días hospitalizada. Pagamos once mil pesetas diarias más todos los exámenes que le hicieron. Me pasaron una factura de 250.000 pesetas. Llegaron hasta a embargarnos la casa para obligarnos a pagar lo que debíamos. Y yo solo les decía que no me negaba a pagar, pero que en ese momento no tenía el dinero y necesitaba que atendieran a mi hija. Pero nadie quería escucharnos», recuerda con impotencia.

A esa amarga experiencia llena de trabas, facturas impagables y frustración, le siguieron muchas similares. «Sigue habiendo muchas cosas que hay que mejorar, pero desde que existe Aspace contamos con un apoyo y personas que nos comprenden. Cuando Paola era pequeña todo eran pegas. No había nadie que se pusiera en nuestro lugar. Las administraciones y las empresas te ponían dificultades para todo. Una vez tuve que viajar con Paola a Barcelona para una operación. Esa vez, el INSS se negó a ponerme una ambulancia para llevar a la niña y la compañía aérea me dijo que tenía que pagar once plazas si quería viajar. Todo era una odisea», relata.

Una situación ante la que solo le quedaba coger fuerza y seguir luchando. «Mis amigas me decían: No sé cómo no te hundes. Pero es que yo no podía darme el lujo de estar mal. Si dejaba de luchar, me hundía completamente y entonces, ¿Qué sería de Paola? Mi hija me necesitaba. Tenía que seguir luchando por ella», reflexiona Eugenia.

Con la fundación de Aspace y el aumento en la conciencia social sobre la diversidad, el terreno se ha allanado un poco, pero está lejos de ser un camino fácil. «Hemos avanzado, pero sigue habiendo mucha prejuicio. La gente te mira mal. Además, no tenemos suficientes ayudas para hacer frente a los gastos. Cuando empezó Aspace a mí, como a otros padres, me tocó hipotecar mi casa para pedir el dinero prestado e impulsar el proyecto», añade.

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