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Juan Francisco Blanco, etnógrafo y exdirector del Instituto de las Identidades de la Diputación ALMEIDA
Juan Francisco Blanco: “Me hubiera gustado crear en Salamanca un museo del patrimonio inmaterial”

Juan Francisco Blanco: “Me hubiera gustado crear en Salamanca un museo del patrimonio inmaterial”

A los 66 años se jubila después de cuatro décadas como gestor cultural, investigador y divulgador del patrimonio etnográfico

Lunes, 12 de diciembre 2022, 17:03

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Desembarcó en el mundo de la cultura tradicional en 1980 y desde entonces su dedicación a la recuperación y puesta en valor del patrimonio inmaterial ha sido máxima, primero como trabajador en el Centro de Cultura Tradicional y después como director. Pero tras 42 años, ha llegado el momento de pasar a la reserva y asumir su faceta de jubilado, con la que Juan Francisco Blanco reconoce sentirse un poco aturdido, pero contento.

¿Cómo nace su interés por la cultura tradicional?

—Soy de pueblo y allí pasé la infancia y también parte de la adolescencia y juventud ayudando a mis abuelos en la recolección, por eso presumo de haber conocido la edad media y el siglo XXI, porque segué a mano durante años y después conocí la mecanización del campo. Y fue aquí, con mis abuelos, cuando entré en contacto con la cultura popular, ya que mi abuelo era un magnífico narrador de historias, y a mi abuela la oía muchas cosas relacionadas con la medicina popular. Tenía un caldo suficiente para que me sintiese empujado a estudiar todo ese patrimonio de la tradición a partir de una formación filológica.

Pero, ¿un etnógrafo nace o se hace?

—Creo que se hace. Yo tengo mis raíces y eso pesa mucho. Pero recuerdo los veinte años que compartí de vida profesional con Ángel Carril y me reía de él diciendo que era un dominguero del folclore, porque era de formación urbana, un urbanita que se dejaba fascinar por el mundo popular, mundo rural, por el campesinado, por los pueblos... Lo veía, al principio, desde un punto de vista exótico, pero luego ya fue ahondando. Este es un ejemplo de etnógrafo que ha tenido una formación y que se ha asomado al ámbito de la tradición. Y tienen una ventaja: todo les suena raro y disponen de esa capacidad de dejarse sorprender por todo.

Y al final ha sido más de media vida (42 años) vinculado al Centro de Cultura, ahora Instituto de las Identidades...

—Es verdad. Cuando empezaba en esto, mis abuelos me decían que lo fundamental es que fuera un hombre de provecho. Ahora que termino mi vida profesional me pregunto si habré sido ese hombre de provecho. Creo que se ha cumplido y que he sido una persona muy currante, con un sentido de lo público, pues soy vocacionalmente un trabajador público. He vivido siempre muy claramente la cultura como una vocación de servicio al ciudadano. Creo en la cultura como iniciativa privada, por supuesto, pero igual que hay que defender la sanidad pública, la educación pública, hay que defender también la cultura pública.

Ahora que ya está jubilado, ¿cómo definiría esta larga andadura?

—A veces pienso que de alguna manera he nacido con estrella, con suerte, porque la vida te coloca en determinados lugares que a veces no son los más apropiados para que las cosas te vayan bien. Me siento ubicado al lado de una vía de tren, pero en el lado correcto del andén, en aquel en el que paran los trenes. Y en mi andén han parado muchos, algunos no los he cogido, pero me he subido a otros trenes que han pasado y que me han abierto la puerta. Ninguno de mis trabajos han sido trabajos a los que he concurrido o he pedido, sino que a todos me han invitado.

¿Cuál ha sido el momento más satisfactorio, aquel que recuerde con especial cariño?

—Han sido muchas experiencias. Conseguir que se aprobara por unanimidad el proyecto del Instituto de las Identidades fue un momento especialmente emocionante. Luego la situación no permitió un desarrollo como merecía y como merece, ya que si la Diputación quiere tiene un futuro brillante. Vivimos en una tierra que no nos merecemos y, después de tantos años, tengo la impresión de que caminamos en una línea donde hay una especie de penumbra, mediocridad, oscuridad... Vivimos en una travesía del desierto. Esta es una tierra árida, llena de aristas y también de muchos egos, y eso es muy difícil de gestionar.

¿Y ha merecido la pena?

—A pesar de todo, algo queda. He tenido la posibilidad de escribir, publicar, contar mis cosas... y eso me genera una cierta satisfacción. Aunque soy muy autocrítico y exigente.

¿Cuál diría que ha sido el momento más difícil en estos años?

—He intentado siempre mantenerme en una burbuja en la gestión cultural, aportando lo que he podido. Pero en los últimos años, la cultura también se ha politizado y esto es algo que yo nunca he aceptado en el sentido de integrarme, de incorporarme, de dar un paso al frente en un posicionamiento político, porque tengo vocación de servidor público, de trabajar para la sociedad, para los que piensan de una manera y los que piensan de otra diferente. Los peores momentos han sido aquellos en los que me he sentido instrumentalizado políticamente. Y eso lo sentí sobre todo en los primeros tiempos de la dirección de la Fundación de Cultura. Porque cuanto se intenta que te utilicen como arma arrojadiza contra una persona que está en otro lado, en la política, lo llevo mal. Fueron momentos amargos.

¿Esto quiere decir que no ha tenido libertad a la hora de trabajar?

—Para nada. En general he tenido bastante libertad, aunque no siempre me han proporcionado todos los recursos que yo creía necesarios para realizar mi gestión. A veces sí me he sentido incomprendido. Pero me han dejado un porcentaje muy alto de libertad de trabajo.

Mirando hacia atrás, ¿se le ha quedado algo en el tintero por hacer?

—Hay tantos proyectos abiertos... Una de las cosas que me hubiera gustado hacer y que no he podido es la creación en Salamanca de un museo dedicado al patrimonio inmaterial, pues esta provincia tiene mucho que ofrecer, somos todo un referente, pero carecemos de ese espacio museístico. Es algo que no se entiende. Además, la provincia podría ir construyendo una red de museos etnográficos rigurosos, pero para eso hace falta voluntad y recursos.

¿En qué situación queda el Instituto de las Identidades?

—Actualmente cuenta con vías de trabajo que están abiertas para seguir por ellas o darles un giro. Estamos en la era digital y hay que hacer un esfuerzo en digitalización para poner todos los materiales al alcance de los ciudadanos. No sé quién vendrá, ni cómo lo plantearán. No sé cómo será su futuro.

Y ahora, ¿qué?

—Tengo muchos planes. El más urgente es escribir un libro para mi hijo. También tengo muchísimo que escribir del mundo de la tradición, revisar cosas muy dispersas y reunirlas... Creo que tengo planes para otras dos vidas (ríe). Me gusta mucho viajar, recuperaré la pesca como deporte, pero sobre todo, leer y escribir. Y hablar con mis amigos.

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