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Un mensaje, el de un amigo de Valencia contándole que había perdido a su tía en la riada, fue el detonante que «activó» a Anabel Roncero el pasado viernes. «Fue cuando pensé: «tenemos que ayudar»», comienza contando esta salmantina desde «El Valenciano», la frutería familiar que estos días se ha convertido en el «cuartel general» de una gran iniciativa solidaria.
Muy vinculados a Valencia, donde sus padres estuvieron viviendo más de 40 años, Anabel y su hermano José Luis forman parte de esta red de apoyo a las víctimas que se ha creado en Salamanca y en la que también participa desde el principio «La Gloriosa de San Bernardo», la grada de animación del Salamanca. Y es precisamente uno de sus miembros, Sergio Vázquez, el que continúa contando cómo se organizan mientras Anabel atiende a la gente que sigue llegando con ayuda. «Lo primero que hicimos fue organizar una gran recogida en Carrefour, donde más de 40 personas colaboraron con nosotros... fue algo increíble», reconoce.
Todo lo recogido se llevó hasta la frutería familiar, en pleno Parque Picasso, donde se vivió otro de esos momentos que no olvidarán nunca. «Llenamos toda la calle con palés de agua, comida, ropa... con los que cargamos 23 furgonetas que partieron esa misma noche hacia Valencia. Todo el mundo colaboró, incluso la Policía Local se portó genial con nosotros cuando les dijimos que era para las víctimas», recuerda Anabel.
Tras un intenso viaje de seis horas, el convoy de ayuda salmantina llegaba hasta Valencia donde gracias a otro amigo, Julio Santos, lograban entrar hasta la «zona cero» de la catástrofe. «Llegamos a Sedaní escoltados por la propia Policía y descargamos todo lo que teníamos. Fuimos los primeros en llegar allí y como íbamos vestidos con ropa de camuflaje los vecinos nos confundieron con militares», cuenta Sergio. «Nuestra intención era quedarnos a ayudar pero comenzó a llover y nos desalojaron, así que tuvimos que volvernos a Salamanca: 1.200 kilómetros en un día».
Anabel no puede evitar emocionarse cuando piensa en lo que estarán sufriendo las víctimas: «Pienso mucho en los niños, en la gente mayor... no lo puedo evitar», asegura mientras enseña su móvil con un mensaje que acaba de recibir. Es de una residencia de ancianos de Aldaia. «Me ha escrito la madre superiora para decirnos que necesitan agua, ropa... así que iremos hasta allí. Son prioritarios», le pide a Sergio que unas horas después volvería a partir con dos furgonetas.
Y mientras cuentan su historia, decenas de personas siguen entrando en la frutería con bolsas de ropa, bombas para achicar agua, o más de 500 botellas de agua que ha donado un restaurante de la capital. «Nunca hubiéramos imaginado esta repercusión, pero seguimos animando a la gente a que siga colaborando porque todo ayuda», apuntan ambos.
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