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800 pequeños comercios han cerrado en Salamanca desde la pandemia, una triste situación que en muchos casos es debida a que los dueños no encuentran relevo generacional cuando se acerca la jubilación, como es el caso de este histórico taller de enmarcación y galería en la calle Zamora, que tal y como dicta un cartel en su puerta: «¿Quieres continuar tú? Me jubilo, te dejo el futuro».
Adolfo Sánchez Bogajo, el propietario que da nombre también al negocio, se enfrenta a la jubilación tras tres décadas de pasión por un oficio que aprendió de forma autodidacta: «Me nació el interés visitando este tipo de tiendas cada vez que te ibas a una ciudad o cada vez que surgía un espacio expositivo. Te asomabas, curioseabas», rememora.
Adolfo se levanta muy temprano para estar en el taller, en la planta de arriba, en torno a las 7:30 de la mañana y realizar todas esas tareas que no puede llevar a cabo con la puertas abiertas, ya que al manejar con la sierra materiales como la madera, papel o el cristal, se generan ruidos y polvo que pueden resultar molestos para los clientes.
«Cuando yo empiezo la jornada, que es a las 10 de la mañana cada día, ya llevo como poco dos horas metido aquí haciendo aquellas labores que con puerta abierta no podría realizar» relata. Por la tarde, compagina la atención al cliente con los trabajos de acabado en la mesa de trabajo que está tras la tienda.
A través de «ilusión, ganas, no tener miedo a confundirse y echarle valor», Adolfo ha transformado su negocio en un espacio dividido entre taller de enmarcación y galería de arte. «Esto es más oficio que comercio, un oficio muy bonito, si pudiera transmitirlo...», expresa, describiendo una profesión que combina «una parte muy creativa» con una dedicación a la que ha entregado años de aprendizaje constante.
El recorrido de Adolfo no ha estado exento de desafíos, las dificultades para mantener un negocio minimalista en un entorno cada vez más competitivo han sido una constante. «El pequeño comercio no puede competir ni con los horarios ni con los rigores económicos de grandes espacios», asegura, aludiendo a la creciente presión de las multinacionales y grandes organizaciones.
Además, considera que existe una falta de compromiso político con los pequeños negocios de arte que agrava la situación. A su juicio, se necesitan medidas que permitan reducir las cargas de los comerciantes y equilibrar las oportunidades frente a los grandes competidores.
En este sentido, Adolfo también reflexiona sobre los hábitos del consumidor, entre los que él se incluye: «Yo soy el primero que cuando me voy a gastar a Zamora, a Úbeda o a la Conchinchina, quiero que el restaurante esté abierto porque yo quiero comer bien. Al final, esa exigencia no deja espacio para disfrutar de la vida, ni a los trabajadores ni a los propios comerciantes».
La búsqueda de una mejor calidad de vida es un tema que sale a relucir también en la conversación. Aunque Adolfo apoya iniciativas como la reducción de la jornada laboral, reconoce que en un negocio que son «cuerpo, alma y todo lo demás» como el suyo, es difícilmente aplicable: «Todo el mundo que se asoma a un comercio sabe que el comercio es 4 horas por la mañana y 4 horas por la tarde», lo cual supone otra desventaja con las grandes empresas.
Esa falta de tiempo que exige llevar un negocio también ha tenido otro impacto en su trayectoria: la dificultad para innovar. «Este tipo de tiendas no pueden mantener una página y tener un comercio online porque requiere muchísimas horas y tienes que atender a todo lo que he dicho antes»
Aunque considera que su taller ha mantenido una esencia que lo distingue, admite que la capacidad de competir con otros negocios pasa también por adaptarse a las nuevas tendencias: «La comodidad, la falta de tiempo… eso hace que no pueda dedicarle tiempo, algo fundamental para la supervivencia de un negocio».
Por eso Adolfo tiene claro que la persona que tome el relevo deberá encontrar un equilibrio entre mantener el oficio tradicional y apostar por el diseño digital.
A pesar de que el artista vaya a retirarse, no quiere que su taller desaparezca con él y busca encontrar a alguien que continúe con su legado y esté dispuesto a aprender el oficio, por lo que ese cambio en la forma de pensar de los más jóvenes dificulta que pueda encontrar a un sucesor o sucesora: «Yo quiero que esto tenga continuidad, estoy encantado de la vida de enseñar a quien sea».
La profesión de la enmarcación, como él mismo destaca, requiere habilidades y un conocimiento que no se adquiere de la noche a la mañana. «Hay un componente técnico, pero también está la parte cultural, la conexión con los clientes, entender lo que buscan...». Esta dificultad para encontrar un sucesor pone de manifiesto un problema más amplio: la falta de relevo generacional en los oficios tradicionales.
A pesar de los retos, Adolfo se siente orgulloso del trabajo que ha realizado durante todos estos años. Para él, lo más gratificante ha sido la relación y conexión con los clientes : «Esto no es como vender un zapato del número 43. Aquí acabas sabiendo hasta el árbol genealógico de la persona que entra. Es muy bonito».
Con el paso del tiempo, su pequeño taller se ha convertido en mucho más que un negocio, es un espacio donde se entremezclan esfuerzo, arte y una cultura del detalle que Adolfo considera indispensable mantener viva. «Esto te produce cantidad de satisfacciones. Cada marco, cada pieza, tiene una historia detrás. Es algo que realmente te llena», reflexiona nostálgico.
Sólo el tiempo decidirá si tras la jubilación de Adolfo este emblemático local con personalidad propia proseguirá en manos de otra persona o se unirá al 'cementerio' de negocios cerrados que hay en el centro de la ciudad.
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