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La Asociación de Familiares de personas con Alzheimer de Salamanca (AFA) celebró este sábado el día mundial de la enfermedad con la lectura de un manifiesto y con la posterior marcha en la que participaron tanto pacientes como familiares y cuidadores.
La figura del familiar cuidador la encarna, por partida doble, Josefa, que durante diez años tuvo que cuidar de su suegra -enferma de Alzheimer- y desde hace siete años lo hace de su marido, Jesús Iglesias. Una responsabilidad que, reconoce, le ha clavado un pensamiento en su cabeza: «Mi pensamiento siempre es el de qué pasará si yo caigo enferma. Qué les voy a dejar yo a mis hijos». Se confiesa agotada pero siente que «no queda otra que tener fuerzas».
Josefa trabajó durante 30 años en el servicio de limpieza de la Universidad de Salamanca, pero con 73 años apenas ha podido disfrutar de su jubilación. «Empecé a notar que Jesús no era él porque tenía reacciones que no son normales. Se alteraba por cualquier cosa. ¿Sospechaba de Alzheimer? Sí, claro, porque tenía el antecedente de su madre, que estuvo bajo mi cuidado 10 años, pero yo me lo negaba a mí misma. No quería ver que mi marido también tenía esa enfermedad», reconoce.
Jesús fue diagnosticado de manera precoz y eso le ha permitido someterse a un tratamiento que ralentiza el avance de la enfermedad. «De año en año se le va notando» -apuntan sus familiares-, pero Jesús ha adoptado la filosofía de no obsesionarse con su problema. «Suelo decir que paso. Lo que quiero decir es que no voy a estar continuamente pensando en el problema o dándole vueltas a la cabeza porque te vuelves más tarumba de lo que ya estás», defiende.
Es consciente de sus olvidos –«Sobre todo de lo más reciente», puntualiza-, pero conserva la memoria a largo plazo: «He sido un chico normal. He trabajado bastante en una pastelería y eso se nota porque hay que tener las recetas siempre en la cabeza, saber los ingredientes que usas… Si ya no tienes eso es mejor que te jubiles y te vayas a casa». De esa etapa aún conserva la habilidad de cocinar un buen hornazo. «A mí me parece que es muy buen hornazo. Otra gente no sé qué opinará», explica mientras su mujer -siempre pendiente de Jesús- asiente con la cabeza. «Mi marido es feliz. A veces hay enfados, pero al rato se le olvida, así que tampoco sirve de nada enfadarse con él».
De una manera similar -con cambios bruscos de personalidad- se dieron cuenta del problema en casa de José Manuel y Dolores. En este caso, la enfermedad le llegó a ella y José Manuel le decía: «Me dices unas barbaridades que si lo escucha cualquier persona acabo en los tribunales». También se intervino de manera rápida y tanto los tratamientos como las terapias permiten a Dolores combatir el avance del Alzheimer. «Para mí es importante que yo sepa escuchar a las personas y lo entienda», apunta, pero precisa cuál es la línea roja que jamás espera cruzar: «Lo peor que se me puede olvidar es la cara de mi hija. Mientras conserve eso…».
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