Lumbrales
Martes, 23 de julio 2024, 06:45
Toda una vida rural entretejida con el material que ha estado presente en su vida en cada faena de campo: las cuerdas de atar las alpacas de paja. Las escenas que Rosario Pérez Comerón, de Lumbrales, plasma en sus creaciones son toda una antología de folclore y tradición popular.
Si las obras ya de por si resultan impactantes, muchas de ellas debido a sus dimensiones colosales, más aún fascina conocer a la artista, una mujer de 84 años con tan solo un 10% de visión, un dato que convierte su colección en una proeza cargada de mérito, aunque ella misma se lo quite: «No tiene ninguna complicación», deja caer.
Desde que Charo se jubiló a los 65 años no ha dejado de tejer estas cuerdas, y de hecho, al visitarla en su particular museo está elaborando una pequeña pieza para completar una de sus mayores figuras. «Nunca he podido estarme quieta, tengo que estar haciendo cosas; siempre he sido inquieta», dice risueña, y se deja adecentar la ropa por su hija para la visita, aunque se muestra muy segura y natural. Ella misma recorre sin apoyo el patio interior de su vivienda, donde exhibe la muestra, desenvuelta y segura.
Charo ayudó gran parte de su vida en el campo, el oficio de su familia de toda la vida, hasta que su marido falleció y ella, limitada por sus problemas de visión, que han ido empeorando con el paso de los años, se vio superada por la situación. «No podía hacerlo yo sola», declara.
Charo enviudó con tan solo 44 años, y continuó su vida como cuponera de la ONCE, una etapa de independencia y aplomo de la que recuerda a cada cliente: «Se me daba muy bien, vendía mucho. Hasta gente que nunca había comprado cupones me cogía, y me lo comentaban», admite.
Mantener la mente ocupada para ser feliz siempre ha sido su máxima. La jubilación la mantiene más ocupada que nunca, y la ha llevado a edificar un mundo de recuerdos en su propio hogar: la trilla, comer garbanzos en pareja y en la era junto al perro, partidas de bolos de madera, vendimia, escenas de hilar y cardar junto a una cuna con el bebé, elaborar pan, quesos, embutir chorizos, varear... Charo puede ver con total nitidez cada uno de sus recuerdos.
Su sueño a día de hoy sería montar un museo; un sueño que no está muy lejos de la realidad, porque hasta cuenta con una gran figura de una mujer sentada en una silla que ofrece una gran cesta repleta de llaveros del mismo material de los que pende una etiqueta con su nombre y dirección, además de interminables salvamanteles: «Habré hecho como cien de estos». Todo ello sirve de recuerdo y obsequio a quien acude a ver su obra: «Todo el que entra aquí se lleve algo».
«Casa Charo» es ese proyecto de musealización que desea alcanzar: «Me gustaría que todo esto se exhibiera, que se conservara. Todo lo que ves aquí son cosas que yo he hecho en mi vida, que he vivido, y cosas que toda la gente del medio rural reconoce en su vida», señala. Parar no está entre sus proyectos. «Seguiré haciéndolo hasta que pueda».
La idea le vino sola. «Siempre he tenido a mano este tipo de cuerda, y me puse a hacer cosas». Conseguir los colores necesarios no es, sin embargo, tarea fácil, y Charo está a la caza y captura de los tonos precisos. Podría adquirirlos sin más, pero perdería parte del encanto de su proyecto. «Tiene que ser lo que haya, lo que llegue, reciclado».
Con orgullo reconoce también que su afición ha alcanzado cierto prestigio, y hasta ha recibido encargos, peticiones que, apunta, «se han empeñado en pagarme», como figuras de futbolistas. Bomberos, mujeres tejiendo en una máquina singer real y cocinando morcilla en una cocina de fuegos real, así como un hombre montando la motocicleta que su marido y ella tuvieron en la juventud, hacen compañía a Charo junto a sus hijos y su nieto, y le recuerdan que ella sola es capaz de traer el pasado al presente.
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