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Ciudad Rodrigo
Lunes, 13 de enero 2025, 06:30
Hace años que la rotonda del Árbol Gordo, en Ciudad Rodrigo, dejó de tener ese «árbol gordo» que le daba nombre, aunque su recuerdo sigue siendo indeleble. Lucía Hernández Velasco confía en que al último quiosco de la localidad, en el mismo emplazamiento, no el aguarde el mismo destino. «El quiosco tiene 35 años o más».
Se le conoce como el quiosco de Cerezo, que era quien estuvo aquí antes que yo, durante unos 30 años», rememora. «Yo estuve trabajando para él 25 años». Cuando él se jubiló, el quiosco, de titularidad municipal, salió a subasta. «Llevo cuatro años con él».
Lucía hizo algunos cambios en el quiosco, como el escaparate, el cual amplió. Además, el Ayuntamiento cambió el escalón el año pasado, para facilitar la accesibilidad a personas mayores y personas con muletas.
Desde su minúscula «segunda vivienda», ve la vida de los mirobrigenses transitar como si mirara desde una ventana, y atiende a la clientela fija, personas «que llevan años comprando la prensa», y que cada día, a la misma hora, pasan por el quiosco de Lucía. Este trabajo, que parece solitario y que es duro por los horarios, le permite sin embargo conocer a todo el mundo.
En esta época de frío Lucía se calienta con una modesta estufa, y cuando tiene que ir al baño, recurre a los afortunadamente cercanos baños públicos del parque, o bien a otras instalaciones públicas. El quiosco tradicional también se ha reinventado en cuanto al producto: Lucía tiene cupones y hasta tabaco, además de prensa, revistas y golosinas.
Los tiempos modernos, en los que se evita el contacto directo con el cliente, y prima la autonomía, han hecho que los clientes prefieran comprar chucherías en tiendas en las que ellos mismos cogen lo que desean, pero Lucía tiene muy claro sus sentimientos hacia su este quiosco y su forma de ganarse la vida: «Me siento muy orgullosa de resistir con esta tradición, porque si quitas el quiosco quitas algo importante de la ciudad». De momento, Lucía es guardiana esa parte del alma mirobrigense.
Entre los clientes memorables del pasado estuvo el político Salvador Sánchez-Terán, «que venía a comprar el periódico a diario». Como buena quiosquera, Lucía está al día sobre los coleccionables más de moda entre los chavales, los incombustibles cromos y sus correspondientes álbumes: «Ahora mismo los de La Liga, esos son básicos», comenta con seguridad.
En el futuro, quién sabe qué pasará con el quiosco en el que Lucía Hernández ha pasado gran parte de su vida. «Ya voy estando cerca de los 60, no sé si aguantaré hasta la jubilación, depende de como esté uno de salud». A partir de ahí, el futuro de este cubículo chapado en nostalgia, es incierto: «Supongo que saldrá a subasta, o quizá, como sucedió con el otro que había, decidan derribarlo».
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