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S. Dorado

Saucelle

Miércoles, 13 de noviembre 2024, 15:19

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Hace ya unos días que Elena Rubio Notario y sus amigos, en total un grupo de diez jóvenes con raíces en Saucelle, regresaron de pasar el fin de semana más insólito de sus vidas como voluntarios en una de las zonas afectadas de Valencia. «El viernes, antes de salir, nos dimos cuenta de que teníamos mucho dinero y poco espacio. Hemos recaudado más de 4.000 euros. No dejaba de entrar dinero. Cada vez que llegaba dinero, me entraba el agobio. Me sentía muy agradecida por la ayuda pero no sabíamos qué hacer, ya teníamos la furgoneta más grande que podíamos conseguir, así que hubo que llamar y coger otra furgoneta». Una vez más el efusivo espíritu solidario les cogió por sorpresa: «Al principio nos daba miedo decir a dónde íbamos, por si nos ponían impedimentos, por si los vehículos regresaban en mal estado, llenos de barro, pero todo lo contrario: nos hicieron un descuento».

La aventura había comenzado. «Tuvimos muchísima suerte. Un matrimonio de Paterna nos acogió como si nos conocieran de toda la vida». A partir de ahí, atentos a las explicaciones de sus «generales», trazaron un plan estratégico desde su «improvisada sede» para actuar en la localidad de Catarroja. «Llegar con vehículos era muy difícil, así que los debíamos dejar en un polígono y de ahí caminando por las vías del tren, que no está operativo. Cruzábamos las vías, saltábamos y ya estábamos en el pueblo». Esta peregrinación se convirtió en una rutina cada amanecer. «La zona afectada es inabarcable, equivalente a toda la isla de Mallorca, un dato que impactó especialmente a Elena.

«Nos aconsejaron que fuéramos lo antes posible, para evitar retenciones. A las 6 de la mañana ya estábamos de camino». El escenario en este viaje era desolador: «Kilómetros y kilómetros de polígonos destrozados, gasolineras devastadas, coches sobre coches, piscinas de lodo por la calle y la carretera», explica la voluntaria. «Parecía que estábamos en Gaza, en un lugar en guerra. Si te sueltan sin decirte dónde estás, es lo que pensarías. Se te ponen los pelos de punta», y aunque es precisa a la hora de ilustrar el panorama, como siempre que algo nos deja huella, «hay que verlo para entenderlo».

Vidas enteras reducidas a escombros: «Encontramos una calle con enseres apilados, muebles, los recuerdos de la gente convertidos en basura». Su primera misión, despejar montañas de lo que un día fueron útiles de todo tipo para que la gente pudiera salir de sus hogares. «Todo estaba amontonado de manera que había gente que llevaba tres días sin salir de su casa porque no podían abrir la puerta», cuenta.

Los retos a los que se enfrentaron les dejaron petrificados: «Encontramos una inmobiliaria en la que el barro alcanzaba el metro ochenta». Limpiando una avenida, este grupo de salmantinos se unió a una de las imágenes más famosas estos últimos días: filas de personas formando, todas ellas, un cepillo tan ancho como la calle y arrastrando a la vez el agua y el lodo hasta las alcantarillas, bajo la dirección del silbato de un policía, uno de los momentos más bonitos según Elena, en el que el humano se convierte en humanidad, el individuo en un grupo, una mente colmena, una manada.

Otras de las tareas fue distribuir en persona cada uno de los productos y alimentos que llevaban, mientras los chicos, dada su mayor resistencia física, continuaban con tareas más duras. «Había zonas en las que, por los gases, no permitían entrar a voluntarios, solo bomberos y militares», destaca Elena. En sus retinas han quedado grabadas imágenes imposibles: «Fuimos a una especie de albufera en la que tenía la sensación de que allí había caído una bomba», dice conmocionada. «Pateamos mucho repartiendo y hablando con la gente».

Entre ellos, niños a los que entregaron dibujos hechos para ellos por los niños salmantinos, además de juguetes; familias que compartieron su sabiduría vital, que les revelaban su fortuna por haber perdido únicamente cosas materiales: «Todo se puede volver a construir, si tienes a tu familia tienes fuerzas para comenzar de nuevo». Pero no solo había esperanza; también se toparon con la indignación de una mujer mayor con la impotencia ante un escenario de desastre.

«El domingo repetimos la rutina y nos pusimos con la limpieza de un garaje en el que había lodo por todas partes, un tomo de unos 30 centímetros; estuvimos con unos bomberos y acabamos estando allí unas 50 personas. Llegamos a Saucelle a la una y media de la madrugada». El esfuerzo ha merecido la pena. «Era tan gratificante ver que debajo de todo ese barro, al fin había suelo…Era alentador ver algo que no fuera barro».

Los voluntarios de Saucelle, en pleno desastre de la DANA: «Parecía que estábamos en Gaza»
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