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San Felices de los Gallegos
Lunes, 18 de noviembre 2024, 14:09
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Los tiempos cambian, y si las ventas por internet ya eclipsan al comercio tradicional, en el que la venta se hace en persona, más difícil aún lo tienen las religiosas que practican la fe desde sus conventos, a menudo retirados de las poblaciones. Es por ello que ferias como la de Morille suponen un significativo sustento.
Así lo manifiestan las religiosas de San Felices de los Gallegos, y es que no solo el espíritu necesita alimento. Aunque su estilo de vida es frugal, el convento de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo tiene sus gastos de manutención. Las religiosas abandonarán los muros de este claustro para vender sus variados dulces: «Repelaos, obleas, cordiales, negritas, bollos de Santa Rita, mantecados, rosquillas de Santa Mónica...», enumera la madre abadesa, Rita Sánchez Vicente.
«Desde que doña María José comenzó con la feria, siempre participamos», indica. Y es que, asegura, este evento «es un pequeño impulso, ya que por aquí cada vez se vende menos», explica, salvo casos excepcionales en los que las puertas de este convento se abren de par en par para recibir excursiones como la que recientemente acudió, procedente de Retortillo.
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«Los pueblos se están quedando sin habitantes, y se nota el bajón que ha dado la venta de dulces», asegura. La despoblación ha logrado traspasar este edificio de culto, y a pesar de la vida introspectiva que hacen sus moradoras, el desierto en el que se han convertido los parajes rurales les afecta directamente.
Sin duda la feria no cambia radicalmente su economía, pero es un apoyo fundamental en los tiempos que corren, una forma de acercar sus labores en el obrador al comprador, cada vez más acomodado en el sofá, listo para comprar a golpe de click y tal vez decidir no hacerlo si tiene que levantarse para consultar los datos de su tarjeta de crédito.
El ocio, sin embargo, comulga a la perfección con las compras físicas, y resulta igual de fácil comprar dulces artesanales paseando por stands en un mercado fugaz, especialmente con la llegada de la época navideña, en la que los sabores más dulces desbancan a las dietas más estrictas.
La afabilidad que las religiosas transmiten también ayudan a las compras. «Siempre hay gastos que van surgiendo, necesidades dentro de la orden», confiesa la madre superiora. Hasta la llegada de la feria, las visitas turísticas en grupo seguirán siendo, con un goteo esporádico, pero salvador, una de las fuentes de ingresos.
La erección canónica del convento data de 1508. La fundación se debe a Beatriz Pacheco, natural de Ciudad Rodrigo. Las primitivas religiosas fueron las llamadas Canónigas de San Agustín. En el año 1825 se trasladó de Ciudad Rodrigo al mismo convento otra comunidad, titulada Agustinas de Santa Cruz, conviviendo juntas las dos comunidades por algún tiempo. En 1867 fueron exclaustradas, y en 1874 seis religiosas volvían a establecer la vida en común en la antigua casa y adoptaban las nuevas constituciones aprobadas por el obispo Fray José, religioso agustino. Posteriormente se denominaron Agustinas Ermitañas y actualmente de la Orden de San Agustín.
La parroquia de Nuestra Señora de la Asunción se sitúa en pleno casco urbano, junto a una de las puertas de la muralla, extramuros del antiguo recinto medieval, y data del siglo XIII. Levantada en sillería de granito y formada por una cabecera poligonal, es uno de los cinco templos que se conservan en la villa. Consta de tres naves que llevan incorporadas dos pequeñas capillas. Tiene dos torres, una a los pies y otra en la fachada meridional, mientras que una amplia sacristía se adosa al norte. El edificio fue reformado en los siglos XVI y XVII, sufriendo sustanciales cambios a partir de un incendio en 1887. De fábrica románica se conserva parte del muro norte, el frontal occidental, con otra puerta más monumental, y buena parte de la fachada meridional. El pórtico principal fue renovado por completo hacia el 1500. En el alero original, al igual que en la capilla, existen restos de canecillos.
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