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Sábado, 30 de noviembre 2024, 11:38
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La provincia de Salamanca es tierra de leyendas. Con el paso de los años la verdad, la mentira, la fantasía, la exageración y la historia se entremezclan y dan lugar a relatos que marcan a los pueblos. Vamos con una leyenda que siempre se ha escuchado por Zarza de Pumareda.
Uno de los protagonistas de esta historia es un cura que tenía dos yeguas en esta localidad salmantina. El religioso tenía un gran cariño a estos animales y tenía un pacto no escrito con ellos. Ellas salían al campo a galopar en libertad y con la única compañía del viento, mientras que al final de la jornada regresaban por la tarde a las inmediaciones del sacerdote.
El tiempo pasa por todo el mundo. Con el paso de los años, las yeguas comenzaron a ir cada vez más lejos en sus paseos. El hombre las seguía hasta el teso de Los Navazos, en lo que actualmente es el límite con el término municipal de Mieza, y allí bebían de una fuente conocida como El Bardial. Después todos regresaban a La Zarza de Pumareda.
Una mañana de otoño, con las yeguas deseosas de ir todavía más lejos y con un cura cada vez más mayor, todo cambió. Las yeguas acudieron a su cita con El Bardial. El cura no pudo seguirlas. El cansancio era ya demasiado y cuando llegó la fuente, agotado, se percató que esa fuente era la clave de que sus animales cada vez le hicieran andar más. Culpó a la fuente y levantando su mano izquierda, clamó a los cielos: ´Fuente, yo te excomulgo´.
La fuente dejó de dar agua y pasó a ser una charca que acabó secándose. Las yeguas, siguiendo su instinto, desafiaron de nuevo a su dueño en busca de una fuente que había surgido mucho más alejada de la anterior que había sido 'excomulgada' por el cura. Se le volvía en contra al sacerdote su decisión. Se iban todavía más lejos los animales y el religioso tuvo que resignarse. Desde entonces, a esa nueva fuente se la conoce como El Bardialón, mucho más abundante que la primera. Y en Los Navazos vuelve a haber agua en forma de pilón precisamente para que pueda abrevar el ganado de La Zarza de Pumareda.
El remedio puede ser peor que la enfermedad.
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